Swallow, Swallow, little Swallow,’ said the Prince, ‘will you not stay with me one night longer?[1] (Oscar Wilde)

Todas las mañanas desde que comenzó la distopía no escrita todavía, me distrae el gorjeo de un pájaro que acude a mi ventana. Llega puntual. A eso de las 11:00 am se posa en una rama escogida de la vieja araucaria y canta. Es un mirlo negro y solitario. Lo veo frotarse las plumas mientras gira la cabecita de un lado a otro. Viene mojado, como si acabase de darse un baño en algún arroyo. Sabe aprovechar los rayos de sol para secarse. Se diría que está a gusto el rato que dedica a acicalarse por la mañana.

Sé que está solo ¡Qué difícil es distinguir a un pájaro de otro! Me consta, sin embargo, que es el mismo mirlo que voló a la misma rama ayer y el mismo que voló hasta aquí anteayer, ya que su cabeza está sin plumas. Parece enfermo y me inspira ternura como el “príncipe feliz” de Oscar Wilde que se va desprendiendo de sus piedras preciosas. Creo que se trata de un macho. He leído que las hembras del mirlo carecen de ese brillo anaranjado en el pico que tienen los machos. Y este ejemplar cantarín de las mañanas posee un piquito de color naranja intenso.

La enciclopedia se permite señalar que el mirlo común o Turdus merula es una de las pocas especies en las que el macho resulta ser más hermoso que la hembra. Estoy de acuerdo en esto. Quiero decir que es cierto que el mirlo negro macho es guapo, gracioso y más estiloso que el mirlo hembra. El caso es que me gusta la atrevida apreciación del enciclopedista al sentenciar que la belleza superior del mirlo macho a la belleza de la hembra supone un caso de excepción. Me gustaría decirle al autor del manual que tiene razón, que es verdad lo que dice de las hembras, que ellas son el paradigma de la belleza. Mientras tanto, pasan las horas y me doy cuenta de que me he acostumbrado al mirlo negro y su compañía. Cuando se acercan las 11:00 am, voy a la cocina, pongo café al fuego y me siento a esperar el canto del solitario. Este momento me llena de alegría.


[1] “Golondrina, golondrina, pequeña golondrina”, dijo el Príncipe “¿no te quedarías una noche más conmigo?” (OSCAR WILDE)

 


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