El borrador de este articulo lo escribí hace más de un año. Por una u otra razón me fui ocupando de otros temas y hasta lo olvidé. Sin embargo, revisando mis archivos durante los días de Carnaval –tratando de poner orden en el desbarajuste que tengo en la computadora– decidí que valía la pena publicarlo, con algunos retoques, visto que alude a un asunto mundial que, desde luego, también nos concierne de manera muy importante a los venezolanos.

Demasiados terrícolas

Hace más de dos siglos Malthus apretó el botón de las alarmas y advirtió sobre el peligro de que la población creciera a mayor velocidad que la producción de alimentos, aunque al mismo tiempo nos dejaba la “buena noticia” de que las hambrunas, las enfermedades y las guerras se encargarían, siempre, de reponer el orden y el equilibrio poblacional.

Sin embargo, tantos años después de que dijo lo que dijo, nuestro planeta deja ver una fisonomía demográfica muy distinta de la que visualizó el clérigo inglés. Para no entrar en demasiadas explicaciones baste con señalar que actualmente hay alrededor de 7.700 millones de terrícolas. Creo que fue Eric Hobsbawn, el historiador inglés, quien señaló que la principal característica del siglo XX era la terrible multiplicación de la población mundial. “Es una catástrofe, un desastre y no sabemos cómo atajarla”, añadió.  Cabe resaltar que la cifra mencionada incluye, lógicamente, una proporción cada vez más alta de personas de la llamada tercera edad. En otras palabras, progresivamente se va estrechando la base poblacional y ensanchando la cima.

En efecto, varios estudios elaborados por diferentes organismos, coinciden en señalar en que para el año 2050 en el planeta habrá más personas mayores de 60 años que menores de 15 y habrá solamente 4 personas en edad laboral por cada persona jubilada, a la par que recogen las graves implicaciones que, en todos los ámbitos de la sociedad, derivan de esta situación. En un reciente trabajo la Cepal pinta un cuadro parecido, con sus particularidades, claro, del escenario que se observa en América Latina y el Caribe.

El Homo Twitter

A principios del año 2018, Teresa May, para ese momento jefa del gobierno británico, sacó tiempo del problemón en el que se veía envuelta, el del brexit, y decidió la creación del Ministerio de la Soledad, argumentando que en su país alrededor de 20% de las personas mayores de edad se siente aislada gran parte del tiempo, porcentaje que no resulta extraño en otras partes del mundo, como lo muestra, por ejemplo, el hecho de que una de cada tres personas se siente sola en los países occidentales.

Pero, dado que la soledad no discrimina, las investigaciones también ponen de manifiesto que, por disímiles motivos, una proporción significativa de adolescentes y jóvenes también se ve afectada por la soledad puesto que, si bien es cierto que vive intensamente en el entorno digital, en el que las relaciones sociales y afectivas superan en frecuencia a las que se mantienen cara a cara, no lo es menos que las mismas solo dan lugar vínculos superficiales y fugaces. Ocurre, así pues, que los seres humanos viven en la época más conectada de la historia, mientras que los índices que marcan la sensación de soledad se han duplicado con respecto a la década de los ochenta. Hay aquí un asunto de investigación que se encuentra en pleno desarrollo: el de la Sociedad de la Información que ¿paradójicamente? fragmenta e incomunica. No es por casualidad que ya se habla del Homo Twitter

Los robots acompañantes

Dicen los especialistas que la soledad crónica aumenta la posibilidad de sufrir complicaciones cardiovasculares, diabetes, artritis, depresión, además de repercutir sobre el sistema inmunológico. En consecuencia, proponen que se incorpore un análisis médico del nivel de soledad, dado que se tienen evidencias de que se convertirá más pronto que tarde en uno de los primeros factores de riesgo asociados a la mortalidad, más en los hombres que en las mujeres, por cierto.

Se explica, así pues, que el problema haya ido entrando en un sitio relevante de la agenda política y social de muchas sociedades, a través de distintas iniciativas públicas, como la de Teresa May, e igualmente privadas a cargo de un conjunto heterogéneo de organizaciones. Así, se han puesto en práctica diferentes ideas que incluyen, entre otras medidas, programas basados en las nuevas tecnologías mediante los cuales se lleva a los ancianos a una cafetería en donde se sientan con peluches para no sentirse solos, se “acuerdan” citas con novios virtuales que aparecen en una aplicación móvil de realidad aumentada o, por mencionar un último ejemplo, se emplean robots diseñados para darle compañía a quienes se sienten abandonados.

Una epidemia

A propósito de todo lo anterior, el filósofo Giles Lipovetsky ha escrito, aunque no es el único en hacerlo en la misma tónica, que “… las ciudades de hoy están marcadas por costumbres individualistas, que conducen a un sentimiento de soledad creciente”. Y, añade, “no es una situación transitoria: la individualización de la cultura y de los comportamientos hacen que la soledad esté condenada a desarrollarse mucho más en el futuro. Sin duda, es uno de los dramas del mundo actual”.

En síntesis, no debe asombrar, por tanto, que la soledad sea considerada un problema de salud pública y haya sido calificada como la epidemia del siglo XXI.


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