I

La vida es ese milagro que se despierta justo cuando en la pancita de una mujer se forma un bebé. El milagro se consuma cuando ese niño abre los ojos al mundo y grita. Es lo que la naturaleza y el ser humano ha celebrado desde el principio de los tiempos.

Pero esa vida tiene demasiadas amenazas, y todos lo sabemos. Hasta allí, debo confesar que se me acaban los lugares comunes, porque aterrizo en la realidad. No cualquiera, no distante, sino la propia.

Una mujer tuvo que parir en una acera de la ciudad de Maracaibo porque no pudo llegar a un centro asistencial. Otra dio a luz mientras esperaba en su carro en una fila inmensa para poner gasolina en Santa Teresa del Tuy, en el estado Miranda.

Esto es prueba de que la realidad venezolana es macabra. La pobre madre de Maracaibo tuvo que dar a luz tirada en la calle porque no hay gasolina desde hace semanas y el transporte, público o privado, no existe. La otra estaba en el mismo predicamento, seguramente quería tener su carro listo para cuando tuviera que salir al centro de salud para parir.

No hay peor tragedia que esta.

II

La vida en Venezuela es un constante parir en la calle. Lo que pudo haber sido la más gratificante experiencia de sus vidas se convirtió en el momento más aterrador. ¿Es una observación demasiado obvia decir que estas mujeres son víctimas del régimen? Aunque lo es, tengo que decirlo y no me cansaré de hacerlo porque no quiero que se olvide.

¿Y el agua para desinfectarla y para lavar al bebé? ¿Y el neonatólogo que lo revise y le aspire los pulmoncitos? ¿Y el alcohol para desinfectar la tijera con que se cortó el cordón umbilical?

¿Y la leche que necesita la madre para alimentarse correctamente? Se pierde por litros porque los productores no tienen gasolina para transportarla. No va a conseguirla en el supermercado porque la acaban de regular en dólares.

Todo está en contra de estos y de muchos niños. O más bien, el régimen lo ha puesto todo en contra.

III

Necesitamos el milagro. Por eso, hay que encomendarse a José Gregorio Hernández, que aunque no es santo declarado, ha hecho mucho por los que tienen fe.

A José Gregorio en su ascenso hacia los altares debemos pedirle que cure a Venezuela de la peste chavista. Que haga posible que vuelva el país a la vida. Si no por nosotros, por todos los niños que a esta hora nacen en las aceras, en los ríos, en las calles.

@anammatute


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