Rusia madre de Navalni
Foto: EFE

El mensaje que el opositor ruso Alexéi Navalni dejó a su pueblo en caso de que le matasen fue resumido en sus últimas palabras, citando a Edmund Burke, padre del liberalismo conservador británico: “Escucha, tengo algo que decirte que es muy obvio, no está permitido rendirse. Si ellos deciden matarme es porque somos increíblemente fuertes”.

Era obvio, él conocía perfectamente al monstruo que enfrentaba al ser un implacable perseguidor de la oposición rusa; y en su caso particular, al haber sufrido un intento de envenenamiento en 2020 y detenido en varias oportunidades fabricando falsos expedientes, para finalmente condenarlo a 19 años de prisión y enviarlo a la más tenebrosa prisión en Siberia.

Su delito fue denunciar al régimen corrupto de Putin y sus entramados para mantenerse eternamente en el poder, como ha sido demostrado al invalidar recientemente a sus competidores acérrimos en las elecciones presidenciales del 15 de marzo de 2024; al descalificar a Yekaterina Duntsova y Boris Nadezhdin, quienes se han opuesto a la guerra del dictador contra Ucrania, y al enfrentar las protestas en contra de esa injustificada guerra con el encarcelamiento de los manifestantes con la finalidad de infundir miedo entre la población rusa.

El comportamiento del tirano es digno de un asesino en serie al enviar al patíbulo en forma solapada a quienes no acaten sus diktats, como ha ocurrido con decenas de «suicidios» de oligarcas rusos, con la muerte de sus familiares, envenenamiento a opositores o sicariato, como lo sucedido al piloto desertor de la guerra contra Ucrania en una localidad en el sur de España. El mensaje es claro: en el planeta nadie está a salvo de los servicios secretos de seguridad de la Federación Rusa.

En resumidas cuentas, ¿de dónde proviene tanta maldad en un ser que dejó de ser humano desde su juventud? Desde su formación y entrenamiento en una de las policías secretas más aterradoras a nivel global, la KGB, cuyos antecedentes en tortura y crimen se acumularon en aprendizaje, provenientes de la Orjana zarista, luego la checa, la GPU y la NKVD desde 1920, como antecesores de la KGB fundada en 1954 y digna sucesora de esa saga del horror, de la cual egresó como un alumno no muy destacado, por cierto, quien hoy se ha convertido en el tirano de la Federación Rusa.

No por casualidad su organismo antecesor, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos de la Unión Soviética (NKVD) conducido por Lavrenti Beria, fue el brazo ejecutor de los procesos de Moscú en 1936, que impuso Stalin para liquidar a todo el Comité Central del Partido Bolchevique, en cuyo seno destacaban Kamenev, Zinoviev, Bujarin, entre otros. Mediante torturas estos se autocalificaron como agentes hitlerianos antes de su muerte, siendo la antesala de su operación mayor el asesinato de León Trotski en México en 1940. Curiosamente, el verdugo Beria, la mano derecha de Stalin, murió ejecutado en 1953 por el aparato policial que él dirigió.

El radio de acción de estas policías secretas no solo era la persecución a opositores, también desarrollaron una vasta red de espionaje en el exterior con uso de las embajadas. En el interior de la URSS, sin piedad alguna, aplicaron deportaciones masivas y masacres como la del bosque de Katyn en Polonia, donde fuera exterminada la oficialidad del ejército polaco como parte del pacto germano-soviético firmado en 1939 por Von Ribbentrop y Molotov para repartirse Polonia.

Finalmente, todo ese mundo soviético tornado en ruinas se derrumbó en 1991, una realidad que jamás fue aceptada por el gris agente de la KGB Vladimir Putin, quien juraría confrontar a Occidente y restablecer la majestuosidad de la URSS.

Pudo haber aprendido de las lecciones de la Perestroika y el Glasnost de Mijail Gorbachov, o de la primera gestión de Boris Yeltsin como primer presidente electo de la recién creada Federación Rusa. Mas no fue así, prefirió seguir el curso de la vieja escuela estalinista infundiendo el terror, el pánico y el asesinato de sus oponentes para desechar los valores democráticos y mantenerse en el poder.

Hoy cobra una nueva víctima en Alexéi Navalni, el mártir del siglo XXI de la Federación Rusa. Su legado jamás será olvidado, como lo anunciara su viuda Yulia Navalnaya: «Putin y todos los que le rodean, sus amigos y el gobierno, sepan que tendrán que rendir cuentas por lo que hicieron a nuestro país, a mi familia y a mi marido».

La muerte de Nalvani no será un sacrificio en vano, será el camino a seguir para el pueblo ruso en la búsqueda de su libertad y la democracia y para los pueblos del mundo que sufren los embates de regímenes dictatoriales.


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