El anuncio del presidente Juan Guaidó el mes pasado de que el proceso de restablecimiento de relaciones con Israel está en su mejor momento constituye un acto de justicia auspicioso en la ruta de la recuperación democrática y económica de Venezuela, y un paso muy importante en materia de seguridad. La designación del rabino Pynchas Brener Cukier como enviado diplomático ante ese país apunta en esa dirección.

Israel y Venezuela tienen mucho que ofrecerse mutuamente y ambas naciones podrían ampliar en el futuro próximo la base de la cooperación bilateral para el desarrollo en muchos sectores. Aparte de los activos intercambios culturales del pasado, Israel ha colaborado con Venezuela en el campo agrícola, en el que el Estado hebreo siempre ha mostrado un desarrollo que asombra al mundo, porque incluso ha conquistado el desierto para producir alimentos.

Israel es uno de los fenómenos más estimulantes que produjo el siglo XX en la historia de la humanidad. Ese país está entre las 70 u 80 naciones que accedieron a la independencia después de la Segunda Guerra Mundial y en menos de 4 décadas ya tenía 2 récords inauditos. Uno de ellos es que ha conservado incólume su sistema democrático; y el otro, que alcanzó niveles de desarrollo que probablemente no tienen parangón con el resto de esos países.

Al final de las primeras 4 décadas de su fundación –ya son 7– el Estado de Israel se autoabastecía de productos alimenticios y competía en rubros industriales y de tecnología de punta. En 1988 exportó 13.800 millones de dólares, que era más de lo que Venezuela obtenía entonces por su exportación petrolera.

Un dato llamativo es que entre sus productos de exportación figuraban 80 tipos de vinos de mesa y 30 tipos de queso, que exportaba incluso a Holanda y Suiza, gracias a los acuerdos de libre comercio con el primer mundo.

Ese desarrollo asombroso y esa continuidad democrática, en medio de problemas militares, hacen un Israel especial.

Por eso, el salto impresionante que representa el modelo israelí –como han dicho diplomáticos brillantes, entre ellos el ex embajador Janan Olamy– “merece ser chequeado con interés porque se trata de un experimento social de valor para la humanidad y contiene un mensaje que puede ser utilizado por otros países en condiciones similares”.

En contradicción con la tradicional y mejor diplomacia venezolana –que ha reconocido al Estado hebreo desde su fundación en 1948 sin tomar partido en el conflicto Israelí-palestino pero abogando siempre con armonía por la paz entre ambas partes– Chávez rompió arbitrariamente las relaciones con Israel en 2009.

Pero el liderazgo responsable de Guaidó sabe que ese pequeño Estado del Medio Oriente, del tamaño del estado Falcón sin la península de Paraguaná, pero poderoso en todos los órdenes, es clave para la seguridad en estos tiempos de tantas amenazas de pandillas narcoterroristas y para reimpulsar la democracia y el desarrollo en Venezuela, como ha sido siempre.

Es la conducción que el primer ministro Benjamín Netanyahu destacó en un video el 27 de enero: “Israel se une a Estados Unidos, la mayoría de los países de América Latina y a los países de Europa para reconocer el nuevo liderazgo de Venezuela”.


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