Los terminales de buses en Venezuela se volvieron lugares de martirio. El viajero hoy no solo recibe un pésimo trato, sino que además se le hace esperar por horas y se le cuestiona incluso por exigir un servicio decente. Y no es que los pasajes sean precisamente regalados, como para que el consumidor sufra tanto por el atrevimiento de querer viajar dentro de su país.

La geografía venezolana ofrece campiñas, horizontesy panoramas que se disfrutan sin igual, pero gozar de ese privilegio en el transporte privado requiere de una tortura silenciosa desde la búsqueda del pasaje hasta la embarcación en el bus. Esto es algo que no se limita a los terminales públicos, sino que abarca sobre todo a los terminales privados.

Es cierto que la seguridad vial es inexistente en el país ―dado el azote del hampa en las carreteras de oriente, sur y occidente―,o que el mal estado de las vías afecta el mantenimiento de los buses y que hasta la falta de gasoil obstruye la movilidad, pero no son excusas para que las compañías privadas operen tan mal internamente.

Adquirir un pasaje amerita la presencia durante horas en el terminal, y ni siquiera es garantía para conseguirlo. La espera en muebles incómodos y espacios con poca ventilación solo hace mayor el suplicio.

Qué eficiente sería para las empresas de transporte ofrecer un servicio de venta a través de agentes, de su sitio web o hasta de aplicaciones móviles, como hacen las aerolíneas. Ningún gerente o dueño parece haber pensado en eso, a pesar de que sea tan básico.

Pero es que no hay alternativas. Algunas líneas podrán estar mejor administradas o tener un mayor mantenimiento, pero todas parecen haberse estancado en ese letargo del mal servicio, sin mayores impulsos por mejorar. Por si fuera poco, el pésimo estado de los aviones, la crítica situación de las aerolíneas y el cierre de rutas aéreas y de aeropuertos condenan al viajero al periplo de los buses.

Si con suerte se logran obtener pasajes para alguna ruta, luego toca lidiar con las alcabalas de los cuerpos policiales y militares que solo atrasan más el viaje. No es que la seguridad no sea necesaria, sino que podría agilizarse con protocolos adecuados desde el propio embarque, como ocurre en los aeropuertos.

Hasta aquí todo podrá sonar a manera de catarsis, y de hecho lo es. Ningún viajero en Venezuela tendría que acostumbrarse a ello. El consumidor está pagando por ser movilizado a un destino al que desea ir. Lo mínimo que le cabe esperar y exigir es un trato digno. Pero las líneas de transporte parece que se acostumbraron a lo contrario, y su monopolio del tránsito terrestre ―ante la falta de ferrocarriles― les da una posición cómoda y de superioridad.

Esto no significa que el Estado deba intervenir con sus “agencias de protección al consumidor”, desvirtuadas hoy de sus funciones y transformadas en centros fiscalizadores discrecionales, dado que ello solo empeoraría más el funcionamiento de un sistema ya deficiente. Pero sí amerita que las empresas inviertan capital para brindar un buen servicio integral, y no solo para el necesario mantenimiento de los buses.

Los empresarios del transporte son capaces de hacerlo, pero necesitan prestar atención a las demandas de los usuarios. La necesidad de movilizarse no va a desaparecer, y los viajeros merecen un servicio que cumpla estándares de atención, seguridad y calidad. De lo contrario, seguirá siendo un martirio desplazarse en bus por Venezuela.

@anderson2_0

 


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