Almendros es un municipio español en el cual, según el órgano peninsular a cargo de las estadísticas, moraban en 2020 unas 240 almas. De ese villorrio, a la edad de 12 años, salió a ver mundo y probar fortuna Gabriel Fernández de Villalobos y de la Plaza, quien, entre otros mesteres, ejerció de soldado, marinero, espía, tabernero de piratas y alcahuete de un burdel flotante en islas caribeñas, cazador de negros en África, vendedor de esclavos en Brasil, Panamá y Colombia, y traficante de diversos géneros en comandita con improvisados armadores del llamado nuevo mundo. Llegó a conocer al dedillo todas las costas, ríos y ensenadas donde podían permanecer a buen resguardo navíos de cualquier calado durante los más peligrosos temporales; sin embargo, naufragó 5 veces, y en la última zozobra fue rescatado y apresado por negreros; y, sin reparar en el color de su piel —¿justicia poética?—, lo vendieron como esclavo en Barbados.

El oprobio y el martirio del almendruquero no duraron mucho tiempo, porque, según se cuenta, un comerciante holandés reparó en sus habilidades y lo compró y liberó del ominoso vasallaje para hacerle agente suyo en Curazao, gestionando el contrabando y la compraventa de productos provenientes de Venezuela. No se sabe cómo, hacia 1672 estimó cumplidas sus obligaciones contractuales con el manumisor neerlandés y montó un tinglado multipropósito con agentes en Cartagena de Indias, Santa Marta, Maracaibo, los valles de Aragua y Yaracuy. Se embarcó, asimismo, en aventuras navieras con armadores no del todo respetables, e incurrió en el estraperlo de cueros y pieles de reses y caimanes, plumas de aves exóticas, oro, tabaco, piedras preciosas, y toda suerte de deslumbrantes rarezas, a fin de satisfacer las ganas europeas de lucir y probar lo nuevo, ampliando su hinterland a Barinas, Apure y los Andes. Pues bien, a este aventurero otorgó el rey Carlos II «el Hechizado» el nobiliario título de Marqués de Bariñas y Guanaguanare. El marquesado fue rehabilitado hace casi un siglo (1923) y lo ostentó el abogado bilbaíno Juan Carlos de la Plaza y Zumelzu (II Marqués de Bariñas) y en 2005 se pavoneaba con él un asesor financiero (V Marqués de Bariñas). Ignoro el porqué de las eñes. Quizá Paco Vera, quien atesoraba en su memoria un enciclopédico conocimiento de esas y otras cosas de irrisoria utilidad práctica, nos lo hubiese podido explicar. Nos lo hizo cuando el Dr. Gustavo Méndez Andrade le preguntó: ¿Paco, qué demonios hacía un marqués en Barinas?, y Paco le respondió: ¡La misma vaina que en Caracas: cazar perdices y coger esclavas!

El cuento, aunque un tanto largo, tiene  pertinencia si no histórica, al menos geográfica y acaso paródica, dada la intransigencia de una tribu depredadora puesta donde hay —gracias a la artera ascensión al poder de un militar golpista, ungido reyezuelo de una república refundida en caprichoso intento de refundación —, cuyo feudo corre el riesgo de escapar a su control, si la oposición recupera la sensatez y convierte la arbitraria repetición de los comicios barineses en consulta plebiscitaria, orientada a ponerle freno, en términos simbólicos, al proconsulado chavista del estado llanero. Cuando esto escribo, aún no se han inscrito los candidatos para reemplazar al Chávez renunciante, y nada me atrevo a conjeturar al respecto.

Ténganse los párrafos anteriores a modo de anecdótico aguinaldo, contrabandeado en este, mi último artículo del pandémico annus horribilis 2021, y de exordio al inventario de algunas efemérides y las insoslayables alusiones al abominable cochino navideño; tarea de rigor y propicia a la reiteración de lo ya escrito en anteriores oportunidades. Me limitaré, entonces, a corregir, cercenar o aumentar textos ya publicados y, seguramente, olvidados.

Pergeño las postreras divagaciones del aciago 2021, el primer día de diciembre, Día Mundial del Sida, ingrato preludio al holgorio continuado característico del mes en curso; empero, hay motivos para festejar: un día como hoy, en 1948, Costa Rica oficializó la abolición de sus Fuerzas Armadas, iniciativa infortunadamente no emulada por los gobiernos de la región, adictos a juegos bélicos y bien atendidos y retribuidos por los proveedores y fabricantes de armas y artilugios sin repuestos. Con la eliminación de sus ejércitos, la nación centroamericana entró en la exclusiva lista de países libres de la plaga castrense —Andorra, Liechtenstein, Barbados, Islandia, Islas Marshall, Mónaco, Panamá y, el Vaticano, a pesar de su vistosa Guardia Suiza y su legión de invasivos monjes, misioneros y curas entrenados en la sacra faena de salvar almas—, y privilegió la educación: «Una nación que continúa años tras año gastando dinero en defensa militar y no en programas sociales, se acerca a la perdición», sentenció con sobrada razón Martin Luther King Jr. Muerto el perro se acaba la rabia: sin fuerzas armadas es impensable un golpe militar. «Pasarse la vida en los cuarteles y en los desfiles no capacita a nadie para gobernar», declaró Jorge Luis Borges en entrevista concedida a Mario Vargas Llosa.

El 1° de diciembre es día emparedado en el recuerdo de dos deplorables sucesos acaecidos en 1952: el desconocimiento de la victoria de URD en las elecciones de la Asamblea Constituyente encargada de designar al primer mandatario, el 30 de noviembre; y la proclamación, el 2 de diciembre, del beneficiario de la estafa comicial, Marcos Pérez Jiménez, como presidente provisional de los Estados Unidos de Venezuela —así se llamó, desde 1864 hasta 1953, la república apellidada bolivariana en el bodrio constitucional de1999 por antojo de Hugo Chávez—. Aflige la evocación de esos tres días, durante los cuales se instrumentó la promesa de una paz sepulcral, garantizada por Pedro Estrada y la Seguridad Nacional.

Y aquí estamos, 69 años después de aquel arrebatón consumado en nombre del nuevo ideal nacional, paparrucha retórica inventada posiblemente por Laureano Vallenilla Planchart, intimidados con los nubarrones de una tormenta electoral —precipitada si no por san nicolás maduro (¡no me corrijan!), sí por el bellaco mazo dando—, el presentimiento de un 2022 poco prometedor, y el escamoteo de la revocación del írrito cilio. Para enfrentar y superar tal escenario se requiere el despertar de una sociedad aletargada; de lo contrario, será el próximo año empeorada reedición de este agonizante  2021, uno más de los 22 años padecidos bajo el manto escarlata de la opresión castro bolivariana. Tal vez sobren los signos de admiración y el infantil alborozo ante la Navidad en ciernes y los consecuentes chantajes afectivos inherentes a esa cristiana y familiar celebración, cuyo carácter y solidarios rituales debemos en gran parte de Occidente al escritor inglés Charles Dickens y a su aclamado A Christmas Carol; a las tribulaciones y contrición del señor Ebenezer Scrooge, y a los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras —las circunstancias relacionadas con la escritura de la obra están contadas en la novela de Les Standiford The Man Who Invented Christmas, versionada en película homónima dirigida por Bharat Nalluri en 2017—.

Centrémonos, para finalizar, en lo prefigurado en el encabezado de la crónica. No atañe a ninguno de los golpistas de 1948, apodados Los tres cochinitos, cual una engañosa marca de manteca vegetal; tampoco al Sus scrofa domestica —¿cómo nos quedó el latín?—, «ese viejo cristiano» ensalzado por Xavier Domingo en La mesa del Buscón (1981), anatemizado por el código talmúdico y la ley islámica, y estrella indiscutible de las vernáculas comilonas pascuales: ¡de ninguna manera!; se refiere, sí, a la convergencia del ¡tírame algo! incrustado en el ADN nacional, normalizado por las humillantes prácticas caritativas nico chavistas —remiendos de consolación en ausencia de programas dignos y sustentables de seguridad social—, y la requisitoria más representativa de la extorsión emocional distintiva en tiempos de gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad: el aguinaldo. Garabateado por lo general en atroz caligrafía, el “dame mi aguinaldo”, adherido a un marrano cada vez más grande, obeso, feo y conspicuo, colocado en el mostrador o al lado de la caja registradora en establecimientos comerciales de toda guisa, colgados del manubrio del carrito de los helados o del cuello del vendedor ambulante, devino en subsidio complementario de las bonificaciones de fin de año para los empleados e incluso los dueños de esos negocios. Y debe ser satisfecho aquiescentemente con hipócrita cortesía: de lo contrario, en el mejor de los casos, te ganas una mala cara y un comentario sotto voce tildándote de pichirre cuando no de hijo de puta, reacción no muy sintonizada con el espíritu navideño. A eso hemos llegado. Y, al constatar la omnipresencia de la detestable alcancía porcina, uno se pregunta cómo haremos para, una vez pongamos fin al inicuo modo de dominación bolicastrista, dignificar con trabajo a tantos pedigüeños por vocación, obligación y mala educación, y liberarlos de la sujeción, para redondear la arepa, al plástico avatar del puerco.

Sin signos de admiración y la espera del 9 de enero, cuando publiquemos de nuevo y se defina el destino del marquesado de Barinas, solo me resta extender a los lectores el convencional saludo decembrino, deseándoles felicidades en Navidad y venturas en el año venidero. Y a los destronados marqueses sabaneteños, sabanatenses o sabanateros, ¿cuál será el gentilicio?, les recomendamos, a falta de esclavas, comer perdices.


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