Es una realidad: un manto de pena cubre a la gran mayoría del pueblo venezolano. Y no es para menos, el país trastocado que recibió Nicolás Maduro Moros de su mentor Hugo Rafael Chávez Frías fue el inicio de un proceso de ruina extrema que ya se había incubado a la nación y que, a estas alturas, simplemente ya no da para más jolgorios. Bien lo dice la popular y vieja canción que calza perfectamente a los revolucionarios trogloditas de hoy: “Y el queso que había en la mesa también se lo comió”. Eso explica el estado de abandono e indefensión en que se encuentra Venezuela y su gente. Las consecuencias de tan horrible desgracia están ahora a la vista del Mundo entero.

Eugenio Montejo (1938-2008), uno de nuestros más grandes poetas, se anticipó a la actual catástrofe cuando escribió un nostálgico poema, titulado El hacha, que comienza así:

Yo me quedé vestido de árbol,/ de pie, soñando en medio del camino,/ sin ver el hacha debajo de mi sombra./ En torno a mis raíces, apartándolas/ el hacha abrió una calle, después otra,/ y entre las dos, con argamasa y muros rectos,/ emparedó mi cuerpo de soledades”.

De esa manera es como los venezolanos de hoy siguen arrastrando sus vidas, intimidados por la pobreza, la soledad extrema y el abandono.

¿Podemos seguir haciendo esfuerzos para un retorno rápido y feliz a la democracia? No hay manera de saberlo. Con tantos años de encarnizadas luchas y sin victoria que exhibir, no hay nada que nos haga ver más allá de la triste realidad de cada día. Giovanni Papini, sin saberlo, pudo anticiparlo:  

“… es preciso no amar solamente a la Perugia misteriosa y humilde de los días de temporal (…) Cuando el Sol calienta sus tentáculos amurallados que se extienden por el verde (…), entonces es preciso subir a alguna torre o a algún campanario para gozar de la vista de la famosa ciudad a la luz de la alegría”.

A un paso de la tristeza insurge el sentimiento de lo grato y vivo, generado siempre por un motivo de goce infinito. No importa el tiempo que tengamos que esperar para ello. La vida siempre repite sus ciclos, marcados inevitablemente por el cambio. Eso, incontestablemente, conduce a las vueltas de tuercas: lo que está abajo asciende y lo que se encuentra arriba desciende. Sí, es una realidad que no se puede obviar en ningún momento.

El conductor de Miraflores debe aprontar el cambio que inevitablemente vendrá. Por más que insista en correr la arruga, la angustia no se separará de él. Sin poderlo evitar, eso afectará su organismo y acrecentará su sobrepeso. Las consecuencias pueden estar a la vuelta de la esquina.

Que quede claro que esta lucha que hoy llevamos a favor de la democracia no es nueva ni novedosa. En su tiempo, Sócrates la llevó a cabo sin descanso. Al respecto, recomiendo leer La sociedad abierta y sus enemigos, obra fundamental de Karl R. Popper. Allí encontraremos remembranzas de especial encanto:

La mayor parte de la vida de Sócrates transcurrió bajo formas democráticas de gobierno y, como buen demócrata, Sócrates sintió que era su deber poner al descubierto la incapacidad y charlatanería de algunos de los jefes democráticos de su época. Al mismo tiempo, se opuso a cualquier forma de tiranía, y si se tiene en cuenta su valiente comportamiento durante el gobierno de los Treinta Tiranos, no habrá ninguna razón para suponer que su censura de los jefes democráticos se inspiraba en ciertas inclinaciones antidemocráticas.

A mis fieles lectores, acá les dejo material suficiente para la reflexión.


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