Los gobiernos existen para resolver los problemas de la población a la cual sirven. Sin embargo, hay otros tipos de gobierno que ante la constatación objetiva del fracaso de sus promesas de redención social, ponen el aparato del Estado solo para “consolar” a la población, explicarles por qué supuestamente sufren los problemas que tienen, pero sobre todo para explicarles por qué no pueden hacer nada para resolverlos.

Este segundo tipo de gobierno suelen tener al frente burócratas que privilegian el hablar al hacer, que son expertos en buscar excusas a su inacción e ineficacia, y que se constituyen en auténticos ventiladores argumentales, repartiendo responsabilidades y culpas a cualquiera que no sean ellos.

Una de las preocupaciones esenciales de estos gobiernos es proveer a sus seguidores de mecanismos para resolver lo que León Festinger bautizó como “disonancias cognitivas”. Según la teoría de la disonancia cognitiva, las personas sufren un estado desagradable o “molestia psicológica” cuando descubren incoherencias o inconsistencias entre sus diferentes actitudes o cogniciones, o entre sus actitudes y su conducta. En consecuencia, buscan de cualquier forma eliminar o disminuir esa disonancia.

Así, por ejemplo, si alguien es simpatizante de un gobierno cualquiera, pero al mismo tiempo sufre en carne propia una situación económica y social negativa por causa de las políticas de ese gobierno, se puede intentar resolver la disonancia entre su actitud y su conducta por cualquiera de 4 vías: podría pensar que su situación en realidad no es tan mala (modificación de la cognición), dejar de simpatizar con ese gobierno (modificación de la conducta), decidir que no hay evidencias de que el gobierno sea culpable de sus penurias (modificación de la importancia de una de las cogniciones) o convencerse de que su mala situación es culpa de otros factores, como la mala suerte, los gobiernos anteriores o la acción de elementos externos. Y es aquí donde una conveniente e invasiva política comunicacional –aunque sea engañosa- tiene un papel importante.

Un objetivo primordial de los malos gobiernos es entonces proveer a la población de explicaciones alternativas a la realidad que viven, no importa su veracidad. Para alguien que simpatice con el modelo de dominación gobernante en Venezuela, problemas como la escasez de alimentos, la inseguridad, la precariedad –cuando no inexistencia- de los servicios públicos, el costo de la vida o el lamentable estado de salud del país -problemas todos asociados con la gestión de gobierno- representan un reto a su fidelidad política. No puede desconocerlos, porque los vive en carne propia. La solución “objetiva” a la disonancia “apoyo al gobierno-penuria personal seria acabando con el primero. Pero las investigaciones nos advierten que, más que acercarse a la respuesta objetivamente “correcta”, lo que realmente interesa a las personas es resolver por cualquier vía la incomodidad generada por la disonancia.

La única forma de que las personas no terminen condenando la acción del gobernante, y que por ese camino comiencen a transformar su identificación política, es que sean convenientemente alimentadas con explicaciones que le permitan resolver su disonancia en cualquier dirección. Entonces el discurso oficialista, más que informar, privilegia la generación de elementos cognitivos que permitan a los sufrientes y víctimas explicar su situación por cualquier vía, menos la objetiva, que es la relacionada con la acción del gobernante. Así, por ejemplo, la altísima inflación es culpa de la especulación; la violencia y la inseguridad son provocadas por agentes extranjeros infiltrados; le escasez es porque la gente compra mucho; los continuos cortes de luz son por sabotaje; y si el pueblo protesta, no es porque tiene hambre y está ahogado en problemas, sino porque está conspirando.

El último de los intentos del madurismo por escapar de su responsabilidad y esconderse tras cualquier argumento que le sirva de excusa está desde hace rato en marcha. Se trata de convencer a los venezolanos que la pavorosa crisis económica y social que padecemos no es producto de su fracasado modelo de dominación y de su inseparable compañera, la corrupción oficialista, sino de las medidas sancionatorias que algunos países han decidido contra funcionarios del régimen incursos en violaciones a los derechos humanos.

Para tratar de instalar en el imaginario colectivo esta conveniente excusa, se mantiene y refuerza constantemente un nuevo ciclo de guerra psicológica a través de la invasión sistemática de mensajes difundidos incesantemente por la extensa red mediática del Estado, combinados con la instrucción a todo funcionario del régimen de repetir en sus declaraciones públicas el mismo fútil argumento.

Uno de los ejemplos más recientes de esta estrategia la constituye la “encuesta” que el régimen de Maduro está obligando a llenar a los beneficiarios del programa de entrega de viviendas, que incluye, entre varias cosas, interpretación sobre la situación social y el tema de las sanciones. (ver https://www.infobae.com/america/venezuela/2020/11/16/el-regimen-chavista-mide-su-apoyo-en-una-encuesta-que-pregunta-si-nicolas-maduro-es-un-salvador-un-predestinado-o-un-estratega)

Lo interesante de la “encuesta” es la manera tendenciosa y descaradamente sesgada de las preguntas. Así, por ejemplo, la No. 48 interroga: “En acuerdo o desacuerdo que se exija a Estados Unidos , Canadá, Inglaterra y la UE: desbloquear inmediatamente a Venezuela, respetar la libre determinación del pueblo venezolano, declarar que las medidas impuestas con una violación de los derechos humanos del pueblo de Venezuela, declarar como crimen de lesa humanidad el bloqueo contra Venezuela y tomar acciones jurídicas contra los venezolanos que promueven el bloqueo”.  O, por citar otro ejemplo, la pregunta 76: “Revise las siguientes situaciones y díganos qué tan de acuerdo está con cada una de ellas: a) Con el sobrevuelo de aviones espías de Estados Unidos en espacio aéreo venezolano; b) Libre dolarización del país; c) Que Estados Unidos siga tratando de limitar las acciones del gobierno del presidente Nicolás Maduro para la recuperación del país; d) Con el bloqueo de barcos de alimentos y medicamentos que vienen a Venezuela; e) Que sectores y personajes de la Oposición estén llamando a una invasión militar extranjera; f) Que Estados Unidos elabore y difunda noticias falsas buscando invadir Venezuela”.

Lo cierto es que la tesis oficialista de suponer la penuria de la gente como ocasionada por las sanciones internacionales no resiste un mínimo análisis. Y para muestra sirvan solo unos pocos ejemplos. Recordemos que las sanciones a funcionarios individuales del régimen comenzaron a imponerse apenas a  mediados de  2016.

El índice nacional de precios al consumidor cerró 2015 en 270%, la cifra más alta en la historia del país y la más elevada de todo el planeta, mucho antes que el tema de las sanciones apareciera en la agenda internacional, y desde entonces no ha dejado de crecer. El inalcanzable costo de la vida y la inflación desbocada que sufrimos los venezolanos no tiene su origen en las sanciones internacionales, y sí en una política económica que sólo ha traído hambre y miseria. De hecho, la caída sistemática y continua de la economía viene de 2014, cuando las sanciones no existían. En términos acumulados, en el período 2014-2016, la economía venezolana perdió 24,5% de su tamaño real, y desde entonces no ha parado de derrumbarse. El régimen de Maduro, y no otra cosa, es el responsable de haber desperdiciado el boom de precios del petróleo más extraordinario de la historia de Venezuela.

La escasez severa de alimentos y medicinas, que ya venía presentándose en algunos rubros, alcanzó niveles críticos en 2014.  Ese es el año de la aparición de las indignantes colas para conseguir comida, y el surgimiento del bachaquerismo como fenómeno consustancial al modelo económico oficialista. El desabastecimiento de alimentos superaba en algunos rubros el 50%, y en el caso de las medicinas se agravó a niveles por encima de 60% en 2015.

Ejemplos como los anteriores abundan. Lo importante es subrayar que las sanciones decididas por algunos países no son el origen de la crisis, puesto que demostradamente ésta es muy anterior a aquellas, sino la consecuencia del comportamiento de un régimen que ha violado leyes y ha transgredido todas las normas posibles en detrimento de los venezolano, sólo para su propio beneficio.

Pero, de nuevo, no importa la excentricidad, falsedad o incluso irracionalidad de las explicaciones oficialistas: lo que cuenta para el modelo de dominación es proteger los apoyos, excusar las ineficiencias y fallas, y garantizar la permanencia de la clase gobernante. Y para ello, la resolución de las disonancias entre las situaciones vividas y el discurso político, a favor siempre de este último, es de importancia crítica. Nunca resuelve problemas, solo los explica a partir de mentiras sistemáticamente repetidas. Su única finalidad es que el pueblo –pero especialmente los suyos, que son su base de apoyo social- resuelvan su disonancia cognitiva sin que eso produzca cambios de conducta.

Frente a ello, la tarea de los demócratas y de todos quienes quieren a Venezuela, sin importar su creencia o bando ideológico, es de educación política, que la gente comprenda la asociación entre su sufrimiento y quiénes se benefician de él. Ya es bastante grave que la gente sufra, para que encima desconozca por qué. Y que la única forma de superar nuestra actual tragedia es por medio de un cambio político, para lo cual la correcta identificación de las causas y sus responsables es una condición esencial.

                                                                                                                                 @angeloropeza182


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