En días recientes, recordaba la expresión de los “pequeños bonsáis” de Muhammad Yunus. Sobre Yunus he escrito ya en otras ocasiones para El Nacional. El argumento de Yunus se pudiera sintetizar en la siguiente premisa: los seres humanos pueden asemejarse a las semillas de los árboles, y dependiendo del lugar en el que se planten podrán lograr ser grandes árboles o pequeños arbustos.

La afirmación de Yunus nos ayuda a comprender el tema de la pobreza. El entorno puede ser determinante para que una persona desarrolle su potencial a plenitud, como también un lugar en el que las limitaciones no permitan su crecimiento. La idea es bastante potable.

Hablando precisamente de Yunus, una amiga psicóloga me retó señalándome lo siguiente: “Hay casos en los que las semillas son capaces de romper las macetas. Mira esa mata de mamón ―apuntó con su dedo índice a un árbol que teníamos frente al jardín en el que conversábamos―, la semilla tenía tanta determinación para crecer que fue capaz de sobreponerse a sus limitaciones y se convirtió en un gran árbol que da frutos”.

Luego de esa conversación, me quedé pensando. ¿Hasta qué punto esa analogía pudiera ser válida también para los seres humanos? La verdad sea dicha, conozco varios casos que, desafiando condiciones hostiles, han logrado prevalecer, resaltar y ser exitosas en la vida. De la misma forma, he visto de primera mano personas que, teniendo todos los recursos del mundo para triunfar, tiran su vida al traste. Digamos, pues, que he podido observar la existencia de individuos que son plantados tanto en los bosques más fértiles como en las vasijas más limitadas, sin que ello garantice necesariamente los resultados de la semilla.

Ello me permite entrever que al final la semilla ―digamos la esencia de cada ser humano― resulta vital para que esta logre su trascendencia y sus metas. Con ello no busco poner en un segundo plano la importancia de generar un entorno dentro del país en el cual se erradique la pobreza y se establezcan condiciones de vida mínimas que permitan una existencia digna, pero sí quiero realzar la idea de que el valor del individuo, de la persona, en última instancia radica sobre sí misma.

Por razones que escapan a mi conocimiento, a veces observo en los medios en los que mayormente me desenvuelvo (el académico y el financiero) una cultura de “postureo”, entiéndase un conjunto de conductas artificiosas cuyo cometido no es otro que construir una imagen de un éxito aparente para complacer a terceros. El postureo tal vez no sea más que lo que antes los venezolanos llamábamos pantalleros.

Así, usualmente con escasa profundidad, citamos trabajos que no hemos leído, tomamos fotos de libros que ni hemos abierto, adulamos a autores que prácticamente desconocemos. En el ámbito financiero nos jactamos de operaciones cuya complejidad y monto exageramos, de entablar relaciones con personas con las que vagamente hemos cruzado palabras, de estar en la última movida de un área que en un país como Venezuela tiene más necesidades de construcción e inclusión como pocas.

Todo por el afán de proyectarnos como grandes conocedores, incrementar nuestros seguidores en redes sociales y la presunta influencia que uno pudiera generar en la sociedad. La gran batalla allí se desarrolla con nuestro ego. ¿Para quién trabajamos realmente? ¿Para quién creamos?

Estas ideas me llevan a una segunda premisa: ¿Estamos siendo capaces de producir contenido y conocimiento que sea realmente de valor? Soy un firme esperanzado de que las universidades venezolanas pueden desafiar sus limitaciones. Apuesto a ello. Pero no deja de preocuparme que las manifestaciones shallow sean las más preponderantes y arrojen consigo la destrucción de la capacidad intelectual de las generaciones venideras.

A lo mejor los fenómenos que describo no son nuevos. Como también es probable que gracias a las nuevas tecnologías la transmisión de conocimiento se esté dando de forma distinta, y quien esto escribe no tiene aún capacidad de comprenderlo. Quiero pensar como científico, y en tal sentido seguiré poniendo a prueba mis premisas, para validarlas o también para confirmar que me hubiese equivocado, si fuera el caso. Lo cierto es que hoy, entre tantas noticias convulsas, no veo al mundo bien.

Este es el resultado del mamón y sus lecciones.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!