La peste llegó a mi pueblo y el burgomaestre que usurpa el cargo se aprovecha del dolor y de la angustia que la crisis conlleva, para sentirse dueño y señor de nuestras vidas, de nuestras almas y de nuestros más allá.

El necio que atropella a sus vecinos y convecinos, hoy muy orondo pontifica sobre la enfermedad que en estilo pandemia se ha posado sobre nuestra comarca. Con su consabido lenguaje de matón de barrio y portero de burdel, denuesta de sus opositores, de toda la comunidad que le adversa por sus malos manejos, su prepotencia y por sus malandanzas.

He llegado a pensar que el mal del virus le hace bien, en tanto en cuanto puede acrecentar en ánimo del seudoregidor, su talante de perdonavidas, su odiosa actitud de dizque legítimo gobernante y su pretendida pose de estadista.

No es Ortiz ni Macondo, sino un país ubicado en el norte de la América del Sur, en plena zona tórrida, que aún padece la tragedia rojiza, esa pesadilla de ya veintiún años, un mes y dieciocho días, coloreada de un rojo alarmante. Una tierra duramente agredida por un régimen de malas personas.

Es un pueblo grande donde a diario se viola el derecho a la protección de la salud, como contenido fundamental del derecho a la vida. Una enorme comarca donde las farmacias se han convertido en refugios de oración, los hospitales en salones de la muerte por la carencia de insumos y de atención adecuada, y los cementerios en lugares para la última morada, si es que se cuentan con los recursos para un enterramiento digno y decoroso.

La peste en mi pueblo puede andar libremente, eso creo, por desdicha. Si bien las medidas que se adopten conforme con las normas de los organismos internacionales especializados deben acatarse con orden, disciplina, y alto sentido de responsabilidad, no es menos cierto que hemos sido testigos de un par de episodios de necesaria, ineludible e impostergable recordación: uno, la tragedia de Vargas, la llamada vaguada ocurrida en 1999, cuando un desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante, se le ocurrió la brillante idea de rechazar la ayuda exterior y al propio tiempo prometer que el estado Vargas (hoy trocado, con abuso, en La Guaira) sería un polo turístico que causaría la envidia en el hemisferio. Un cuento chino, es decir, una mentira del tamaño de la muralla.

Y el otro, de más cercana data, la negativa a recibir o permitir el ingreso de la ayuda humanitaria, lo que sin duda hubiera podido paliar ostensiblemente las necesidades que en materia de salud y alimentos presenta mi país.

El regidor ha pedido un préstamo al Fondo Monetario Internacional, así, sin eufemismos, un préstamo, crédito o financiamiento. Nada de ayuda ni auxilio.

Según se informa, el FMI ha negado otorgar dicho préstamo porque, desafortunadamente, no está en posición de considerar esta solicitud. «Como hemos mencionado anteriormente, el compromiso del FMI con sus países miembro se predica en el reconocimiento de un gobierno oficial por parte de la comunidad internacional, como se refleja en la membresía al FMI”, indicó el portavoz en un comunicado. “No existe claridad sobre el reconocimiento en este momento”.

Lo que sí es cierto, es que un portavoz del FMI dijo que “no puede considerarse la solicitud debido a que no existe claridad entre sus 189 Estados miembro sobre a quién se reconoce como el líder legítimo de Venezuela: Nicolás Maduro o Juan Guaidó, el jefe del Congreso respaldado por Estados Unidos”.

Como se observa, el organismo financiero internacional sí reconoce al diputado Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional, único poder público en el país que goza de legitimidad de origen y de ejercicio. A diferencia de más de 50 países, que además de presidente del Parlamento venezolano, lo reconocen como presidente encargado de la República, conforme con expresas normas de la aún vigente Constitución de Venezuela.

Las grandes naciones que hoy llamamos desarrolladas consiguieron su progreso por el trabajo de sus hijos. Recuérdese el trabajo de los pioneros en Estados Unidos y la ardua labor del conquistador español cuando se convenció de que su Dorado estaba en la agricultura. De las haciendas de Barlovento surgieron los grandes cacaos caraqueños.

Don Andrés Bello, al criticar en su Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida la lascivia, el ocio y el refinamiento afeminado de tres de los jóvenes de su tiempo, decía:

No me contenta esta hora de angustia, ni a nadie. Quiero pensar que tampoco a los acólitos que siguen al usurpador. El tema es complejo y los que tienen la varita mágica o la bola de cristal tienen necesaria y obligatoriamente que ponerse de acuerdo para salir de esta caverna en la que nos tiene ese otro virus que es el ch… abismo.

 


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