«Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada» (EDMUND BURKE)

Escribo esta columna desde un balcón un sábado de agosto. El periodo vacacional me da tiempo a  pensar en muchas cosas a la vez. El fluir de las horas no es el mismo. A pesar de que el tiempo vuela el resto del año, en verano no es así. Parece como si los relojes alargasen los minutos, como si estos se volviesen dalinianamente blandos y espesos.

La vida sigue temblorosa y con ella las cosas que les pasan a los otros no nos dejan indiferentes. Nos sorprende la noticia del suceso terrible que tuvo lugar en la isla tailandesa de Ko Pha Ngan. Todos los medios de comunicación relatan la desaparición y muerte de Edwin Arrieta a manos del chef español Daniel Sancho ocurrido el pasado miércoles 2 de agosto. El chef confiesa ser el autor del crimen («Tailandia, paraíso y capital del crimen: los otros ‘casos Daniel Sancho’ cometidos por europeos« Enrique Recio. TheObjective, 9.08.2023)*

Apenas pasan unos días sin dejar de pensar en el extraño caso, cuando las televisiones de todo el mundo ofrecen la imagen y el discurso de uno de los candidatos a la presidencia de Ecuador durante su último mitin en Quito. Somos espectadores del asesinato en directo de este hombre -Fernando Villavicencio- después de escucharle decir que no quiere llevar chaleco antibalas, que ellos -los asistentes al acto- son su chaleco antibalas, su protección. El candidato ecuatoriano prometía acabar con el crimen organizado. Esto sucedía el miércoles 9 de agosto («Asesinan a tiros al candidato a presidente de Ecuador Fernando Villavicencio: declaran el estado de excepción durante 60 días» Redacción. Cadena SER, 10.08.2023)**

En el mundo todavía hay guerras, robos y atracos, falta de educación, abusos de poder, bandas de delincuentes, peleas callejeras, enfermedades incurables, hambre, inundaciones, incendios, pirómanos, sequía, pobreza, hambre, violencia de género.

Pasan las horas y los días, los días y las horas pasan mientras unos viven ajenos al bien y al mal y no quieren saber nada. Algunos se han convertido, quizás sin darse cuenta, en meros espectadores insaciables, indiferentes al dolor del prójimo. Otros leen más de un periódico, están abiertos a varias opciones y combaten el mal  con nobleza.


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