Ha dicho el director del diario El Debate que Pedro Sánchez va a acabar muy mal. Y el PSOE, hoy ya más cuadrilla que partido de Sánchez, se ha enfadado y quiere perseguirlo judicialmente por querer mal al presidente y, según ellos, amenazarle nada menos con un mal final de vida. Dicho de otra forma más castiza, quieren empapelar a Bieito Rubido por darle mal fario a su amado líder.

Nadie puede ya sorprenderse ante los disparates de unos socialistas españoles que se han sumido en el radicalismo izquierdista, en la corrupción generalizada y obscena y sobre todo en una lucha absolutamente desquiciada e histérica contra la verdad y contra las realidades más palmarias. Son muchos los políticos que han tratado con mayor o menos éxito de engañar a los españoles a lo largo de su historia. Pero nadie ha pretendido jamás tratarlos como absolutos imbéciles como hace la banda de Sánchez de manera obscena.

En estos tiempos de convulsión general en los que Sánchez y sus ministros están ya lanzados por la vía del abuso, el insulto, el delito y la soberbia al choque frontal con la legalidad, la oposición, y con todos los sectores de la sociedad española que se niegan a bendecir crimen y disparate, hay que dejar muy claro que Rubido tiene mucha razón. Y que si de algo se le puede acusar es de excesivamente cauto al formular un pronóstico por lo demás bastante evidente y previsible. Sánchez va a acabar mal. Muy mal. Acabará como dictador o como reo respondiendo por sus desmanes. Y la primera opción no excluye la segunda. Porque Sánchez tiene que acabar muy mal por el bien, la libertad y el futuro de la sociedad y la nación española.

Como dijo Rubido, en estos cinco días el marido de Begoña Gómez ha tenido la oportunidad de oro de anunciar su retirada y buscar una forma de alejamiento menos traumática de la política. Y que con el tiempo fuera haciendo algo más fácil gestionar más adelante si no su impunidad, sí cierta lenidad para él y su entorno cuando en España vuelva a haber un gobierno legal y legítimo, defensor de la legalidad y la Constitución.

Pero está claro que el carácter de Pedro Sánchez y los desórdenes que lo definen son su peor enemigo a la hora de buscar formas no trágicas de afrontar sus inmensas y terribles responsabilidades en los daños incalculables que ha causado al pueblo español y al Estado y sus instituciones.

Hasta los más forofos del jefe de gobierno saben hoy que su pausa por supuesta conmoción sentimental no fue sino otra bajeza más. Y que lo hizo con la intención de perpetrar un autogolpe que le dejara las manos libres para estrangular a la justicia y a los medios que amenazan la impunidad y el desparpajo con que se han movido y se mueven él mismo, su mujer, su hermano, su familia, sus ministros y toda la banda que es el partido socialista.

Lo que ha logrado Sánchez es que no solo España, no solo Europa, sino literalmente todo el mundo, conozca ya algunos de los aspectos más sórdidos del entorno del jefe de gobierno español que se asemeja a una empresa con prácticas de gestión propias de establecimientos para el ejercicio de la prostitución. Y que hasta en los periódicos en principio más amables a su ideología que constante que el gobierno español se antoja un putrefacto lodazal compuesto por seres muy menores de ínfima calidad humana y moral.

Europa muestra cada día más síntomas de hartazgo de las arbitrariedades y caprichos de un progresismo que hunde en pobreza, caída de competitividad, desindustrialización, colapso educativo y desvaríos ideológicos causantes de dolor, inseguridad y fracaso. Sánchez y su partido ya irracional y fanatizado con un gobierno de separatistas, comunistas, terroristas, parásitos y traidores se pusieron en la vanguardia de esa ideología que genera violencia y zozobra pero que ya está en pleno naufragio por su fracasa por todo el continente.

Nadie va a ayudar a Sánchez y pronto no dará pena ni a sus sicarios y sus Charos amamantadas por sus medios y sus terminales pagadas por todos. Así las cosas su única forma de sobrevivir será la del dictador, del dictador bunkerizado inmerso en el conflicto total de guerra a la oposición, la sociedad y la libertad y cada vez con más culpas a las espaldas, ya sin posibilidad de retorno a la sociedad. Tenía razón Bieito Rubido. Pudo dimitir y apostar por intentar que el tiempo hiciera olvidar o empalidecer al menos sus responsabilidades en la profunda crisis existencial de España que tanto ha agravado. Perdió la oportunidad y acabará mal, muy, muy mal. Y no es una amenaza en absoluto. Es una obviedad.

Publicado originalmente en el diario El Debate de España


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