Con permiso, buenas tardes” (Antonio Martínez Ares)

La mujer ronda los treinta años o incluso menos, de apariencia envejecida tal vez aumentada por la oscuridad que la acompaña. Despacio, sin hacer ruido sale de las sombras. Viste de luto y cubre su cabeza con un velo. Saluda cortés: “Con permiso, buenas tardes” y empieza una confesión inesperada frente al cuartelillo. Toma asiento y parece llorar mientras cuenta que fue engañada por el hombre que prometió quererla como a una princesa y la maltrataba cada día hasta convertirla en la reina de la pena. De la noche a la mañana ella se volvió amarga. Su inocente feliz vida de casada pasó a ser una condena larga.

Al principio, cuando comenzó el relato de los hechos en forma de canto, yo pensé que se trataba de la célebre tonadillera casada con el torero, ya que la voz era idéntica a la voz de la Pantoja. Su lamento se ahogaba en el dolor del desamor. Unos segundos después, el quejido de la mujer que me sobrecogía subía de abajo arriba. El llanto iba desde la silla en la que estaba sentada la madre engañada hasta mi cabeza y las cabezas del cuerpo de guardia allí presente. Las notas seguían su ascenso hasta el techo mismo del cuartel. Era tal la fuerza de la voz que pensé que no era ella quien hablaba o quien lloraba. Creí, tonto de mí, que era la otra, la gaditana de Chipiona, la mujer de Ortega Cano.

Sin dejar de contar su martirio, en un instante se enfrenta a uno de los guardias ebria de emoción y aguantándose las lágrimas, sigue su confesión mirándole fijo a los ojos, ignorando al resto que permanecemos callados, pasmados ante tanto dolor. Luego se vuelve a otro guardia para clavarle su mirada fiera. Y trata de explicarle para que lo entienda qué es lo que significa ser vieja con cuarenta años casi. Le dice, le canta y le llora su sufrimiento continuado de mujer malquerida y marchita en lo mejor de la vida. No puede más y grita lo que ha ido a gritar “lo he matao, a mi Juan, yo lo he matao” y no busca compasión, quiere que le den su penitencia que ya tiene bastante con su dolor.

La verdad es que hay otra versión; la de una joven gaditana que interpreta la canción de las mujeres maltratadas sola ante un jurado cazatalentos compuesto por un hombre y tres mujeres. Los guardias de la historia son él y ellas tres. La artista de Cádiz canta a cappella la letra universal de un pasodoble de Martínez Ares. Ella alargó vocales, le puso alma de cante jondo y al terminar rompió a llorar.


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