Estamos en el limbo. Los venezolanos vivimos en ese espacio en el que la espera desespera, en el que parece que no pasa nada, pero sí pasa.

Pero es un limbo chimbo, nada bonito o ensoñador, tampoco etéreo o lleno de angelitos sonrosados y andróginos, con muchos chavistas y un pocotón de cajas CLAP.

Este limbo chavistoide no es chavista ni nada. Ya hace rato que esta gente es una secta sin norte, perdida en su propia inoperancia.

Lo peligroso es que creamos que es algo permanente, eterno, cuando realmente no lo es. El limbo es una especie de pasadizo, largo o corto, por el cual avanzamos hacia otra parte. Incluso, una vez en él no se regresa, no hay retorno posible.

El limbo no tiene plazos, por lo menos no conocidos. Y los que están en él no tienen claridad de lo que sucede, un poco lo que nos pasa a nosotros.

Los venezolanos vivimos en el limbo, uno chimbo y poco claro, al que llegamos en medio de penurias y dificultades. Un poco porque nos metieron aquí.

A Maduro y su combo no les interesa que sepamos que esto es temporal. Quieren que creamos que es para toda la vida, que no hay salida, que estamos empantanados hasta que ellos dispongan. Eso es mentira. Cualquier cosa puede hacer que el limbo termine, aunque a consciencia no sepamos exactamente qué.

Lo que es claro es que nada es eterno. No solo el limbo, y este chimbo menos, tampoco el infierno o el purgatorio lo son.

En el limbo, según la religiosidad católica, están aquellas almas que viven una especie de transición, que no son tan malas para ir al infierno o no necesitan la purificación del purgatorio. Ser conscientes de que estamos en esa transición hará que a pesar de todo tengamos la suficiente entereza para continuar en la lucha.

Nos espera algo mejor, pero antes debemos transitar este limbo chimbo. Más allá está lo bonito, sin Maduro, seguro.


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