No quiero pecar de pesimista, pero la verdad es que las expectativas sobre lo que puede suceder en este país se me han caído al suelo. Hoy no tengo razones ni ganas de animar a la gente, de decirle que vamos bien, que falta poquito y que ya a la vuelta de la esquina todo se va a solucionar.

Tampoco voy a elogiar a Juan Guaidó, a sus asesores y a los políticos de oposición, y decirles que su trabajo da frutos, que todo en el horizonte está bien planteado y que eso del cese de la usurpación se hará realidad en poco tiempo. Lamentablemente creo que, a pesar de que la mayoría de la población rechaza al inquilino de Miraflores, ya se perdió el remezón que significó la irrupción de este muchacho. Ya solo queda el cansancio y para muchos la desesperanza.

Es urgente que algo pase, que superemos este trance en el que parece que no sucede nada y en el que el chavismo se columpia, sabedor de que es en esas situaciones donde se crece porque este camino lleva a la gran mayoría a la indiferencia, a la apatía, y le permite a quienes detentan el poder extender su plazo, que hace unos meses parecía que había expirado, o recomponerse y explorar nuevas opciones para seguir mandando.

Mientras la cuerda se estira la crisis sigue campante. No hay gasolina ni gas, hay estados en los que el racionamiento eléctrico es lo normal y ciudades donde el agua no llega ni una vez por semana. Cada vez más venezolanos, no solo los más jóvenes, hacen sus maletas y emigran en busca de un mejor futuro, sabedores además de las dificultades que se van a encontrar. Y no digo nada de la salud y la educación, donde hemos retrocedido a niveles nunca vistos.

Hoy no escribo para los fanáticos acríticos de Guaidó, que pueden decirme lo que quieran. No es a mí al que deben increpar sino al presidente encargado y su equipo, sumidos en una especie de letargo del que deben salir de inmediato.

Es prioritario mantener en alto el ánimo de millones de compatriotas que desde hace meses esperan una solución al desastre que vivimos, con la esperanza de que se logren nuevas alternativas a través de las múltiples mesas de negociaciones dispuestas por la diplomacia internacional, y eso requiere un golpe mediático importante.

No es tiempo de amodorrarse porque todo eso lo aprovechan los enemigos de la democracia para reinventarse, analizar nuevas opciones e intentar estrategias diferentes para seguir engañando al pueblo.

¡No se duerma, presidente, que perdemos todos!


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