Toni Morrison fue la primera mujer afroamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura en 1993. En su discurso de aceptación, Morrison habló del poder del lenguaje y del uso de las palabras, y explicó que ambas pueden tener múltiples funciones. Advierte que, por un lado, el lenguaje puede ser utilizado para educar y persuadir por el bien, pero al mismo tiempo, también puede ser un arma de destrucción. Con ese discurso, además de brillar por su inteligencia y dominio perfecto de las palabras, Morrison, nuevamente, nos enseñó que el lenguaje -en sí- es poder. En sus propias palabras: “El lenguaje opresivo hace más que representar la violencia, es violencia; hace más que representar los límites del conocimiento, lo limita. El lenguaje sexista, el lenguaje racista, el lenguaje teísta son todas formas típicas del lenguaje del dominio, que no pueden y no permiten nuevos conocimientos, ni el encuentro de nuevos intercambios de ideas”.

Desde hace décadas, el lenguaje político en Venezuela ha sido justo eso: violencia. Recordemos cómo Hugo Chávez enseñó a sus seguidores a odiar a los opositores y a toda aquella persona que cuestionara la mal llamada revolución. “Hay que freír en aceite hirviente las cabezas de los adecos», «los opositores son verdaderas ratas de la política», «a la revolución no la tumban ni los sifrinos, ni el imperialismo, ni la burguesía ni nada ni nadie», «elijan a sus candidatos que los vamos a barrer ahora mismo. Les vamos a echar una barrida como ninguna.»Por otro lado, Chávez y Maduro han utilizado de manera deliberada un discurso cargado de adjetivos negativos para descalificar a sus adversarios, incluyendo “majunche”, “escuálido”, “hijos del diablo”, “cochino”, “pitiyanquis”, “gusanos”, “terroristas” y “apátridas”.

Las consecuencias de esa violencia ejercida desde la presidencia son indescriptibles, pero palpables en nuestra sociedad. Hoy en día es casi imposible tener una conversación sobre la crisis del país sin ofender, sin atacar o sin descalificar. Se ha llegado a tal extremo que cuando se opina diferente o se cuestiona alguna opinión, de manera inmediata, proceden las teorías de conspiración tildando a dicha persona de «vendida», «enchufada» o «chavista enclosetada». Pero, peor aún, la violencia del lenguaje político también se ha convertido en un arma de un sector que dice buscar el cambio para Venezuela. En el campo opositor se escuchan y leen cada vez más denominaciones y adjetivos como “gorilas”, “guachimanes de narcos”, “plaga”, “peste”, “cáncer”, “mequetrefe”, “asquerosos”, “tarados”, “cobardes”.

Incitar al odio y a la violencia usando este tipo de lenguaje ha promovido matanzas y conflictos en otros países. Veamos tan solo uno de los más recientes ejemplos en nuestro hemisferio: el tiroteo de El Paso. Patrick Crusius decidió matar a 22 y herir a 24 hispanos para detener una supuesta invasión a su país. Tal como Chávez incitó al odio desde Miraflores, Donald Trump ha sembrado el miedo y el odio a los inmigrantes, a través de sus discursos desde la Casa Blanca; ha sido él quien ha enseñado a sus seguidores a describir a los inmigrantes como “violadores” y ha utilizado la palabra “invasión” para referirse a las familias centroamericanas que huyen de la corrupción, la violencia, la pobreza, etc. en sus países de origen. Quizás de esta manera Crusius pensó que su atentado era justificado. Sin duda, establecer una causalidad directa entre el discurso violento de un presidente y tiroteos o matanzas es casi imposible. Pero expertos en esta materia señalan que hay una correlación entre ambos fenómenos que no se puede ocultar.

Lo que sí se puede establecer -sin duda alguna- es que los políticos, al representar a la sociedad en la vida pública, son ejemplos y guías en cuanto al discurso, comportamiento, respeto a sus adversarios y las instituciones del Estado etc. Es por ello que el lenguaje violento en sectores tradicionalmente opositores al chavismo es tan preocupante. ¿Saldremos de un período de violencia para entrar a otro? ¿Se logrará imponer la venganza y el odio promovido por ambos extremos en el país? ¿Tomarán más fuerzas aquellas plataformas o personajes que exigen “mano dura”, “limpiezas profundas” o “el exterminio de la izquierda? ¿Podrá surgir un Patrick Crusius, incitado por el lenguaje violento de los sectores más radicales, que busque hacer justicia por sus propios medios en Venezuela?

Si eso ocurre, Venezuela estará condenada a vivir en conflicto ad infinitum. Es por ello que los líderes que conducen el camino hacia una transición deben poner mucho énfasis en un lenguaje transicional que se aleje por completo de la violencia ejercida por la extrema derecha y la extrema izquierda en el país. No es el momento para crear más grietas, sembrar más odio o resentimiento del que Chávez ya insertó en nuestras vidas. No es la hora de pensar en votos, victorias partidistas o personales con base en esas divisiones. Es el momento de priorizar un lenguaje que permita iniciar una transformación real y que logre unir a la población. Como dijo Morrison, no habrá intercambios de ideas sobre la base de un lenguaje violento. Para cambiar, necesitamos nuevos códigos, nuevas palabras y un nuevo lenguaje, que sea un indicador y ejemplo de un nuevo estilo de poder.


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