Dedico el presente artículo, gracias a la oportunidad que me brinda El Nacional, a la memoria del excelentísimo médico-psiquiatra venezolano, recientemente fallecido en Caracas, José Miguel López.

Los seres humanos que habitamos este planeta, todos sin excepción, en una mayor o menor medida, dejaremos un legado al marcharnos a otros planos de energía. Aún más, la propia naturaleza animal, racional o no, vegetal o mineral del ecosistema universal, está allí porque cumple algún papel, deja su huella o cuando menos rastro de su existencia. Pero ¿qué legado dejaremos nosotros las mujeres y hombres de nuestro tiempo a las generaciones venideras?

Todo parece hoy girar en medio de una vorágine de tiempos confusos. Tiempos en los que se pierde la noción de lo que debe ser muy importante, como la amistad por ejemplo. Lo que debemos atender como base fundamental de la salud emocional, mental y social de una nación. Cambios que se muestran como avances vertiginosos se olvidan de los aprendizajes filosóficos de los hogares, tales como la cortesía, honrar la palabra, proteger al más vulnerable. Valores macerados en los tiempos de los tiempos y experiencias de generaciones anteriores.

Otras veces se sienten tiempos que se nos ocultan como suerte de “inciertas serenidades”, que se utilizan para sembrar semillas malignas en las mentes de nuestros jóvenes, contaminándoles el alma con sustancias para el hedonismo, el aprendizaje de lo desechable, cultivo de odios y acciones de demencia, como el terrorismo por ejemplo, con intenciones de venganzas en seres indefensos, que deberían tener la oportunidad de llevar en el rostro una sonrisa promisoria para un mejor porvenir.

¡Venezuela clama por un cambio verdadero, ahora más que nunca! Más allá de mitigar el gran dolor existente con falsas expectativas y paliativos, urge un cambio real en la esperanza de iniciar cuanto antes la recuperación de una nación que se mostró como símbolo de libertad del subconsciente americano durante los siglos XIX, y la segunda mitad del XX.  Cambio de fondo que se debe iniciar mediante una lucha decidida, y decisiva, para vencer las sombras del mal.

Venezuela “no ha parado de sufrir”, sin que exista misericordia por ella. Desde antes de la instalación del actual títere castrista, y por más de una década, solo ha tenido en la huida del territorio de su gente consuelo para su mal. Ha pagado en vidas, encarcelamientos, torturas o destierros el martirio de una cuenta de errores que arroja como saldo la destrucción de la vida familiar de todo un pueblo.

La tiranía cobra caro el atrevimiento de enfrentarla con ingenuidad, a pecho y cara descubiertos. El narco-genocida régimen del siglo XXI se mezcla y mimetiza con mascarada de “régimen revolucionario” para utilizar un militarismo cobarde que no conoce de familia ni de patria, solo de prostitución y servilismo al amo castrocomunista.

Todos los que convergen en la receta del procurar una “negociación” con las mafias que han sembrado de narcotráfico, narcolavado y son complacientes con el narcoterrorismo en el mundo, que es delito de lesa humanidad, están siendo observados por el pueblo y su historia. Quienes quieran que sean, solo os digo un par de cosas: a) “entre el cielo y la tierra no hay nada oculto” y «no hay mal que dure cien años de soledad». ¿Vamos a claudicar ante la narco-izquierda revolucionaria y pro terrorista, o vamos a asumir nuestro derecho y deber de dejar el vital espacio de nuestro planeta con un legado de liberación, justicia y democracia para nuestras naciones? Por tanto, y a nosotros mismos debemos decirnos «por sus obras los conocereis».

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@gonzalezdelcas


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