Un sentido reconocimiento se dio en el SELA por iniciativa del secretario permanente embajador Javier Paulinich al dedicar una de las salas de este organismo internacional con sede en Caracas en honor de quien fue su tercer secretario permanente, el embajador Sebastian Alegrett (1942-2002). Fue un sencillo reconocimiento, pero no ausente de emotividad, con la presencia de su hijo Andrés, con amigos y excolaboradores de Sebastián durante sus largos años de servicio al Estado venezolano y a nuestra región latinoamericana. Caraqueño de pura cepa, recio de carácter y apasionado defendiendo sus ideas y puntos de vista. Sin duda, fue pionero de la diplomacia económica de este país desde que asumió la presidencia del Instituto de Comercio Exterior (ICE) por allá a finales de los años setenta. Congregó a un grupo de profesionales que en el tiempo serían la vanguardia de la negociación internacional y la promoción del comercio. Formado entre Caracas y París, siempre se destacó como un impulsor de la integración y del comercio como herramienta para el desarrollo.

Sebastián fue un integracionista en el mejor sentido de la palabra. Creía profundamente en el potencial de América Latina y no fueron pocos los foros internacionales en los que le tocó intervenir y resaltar el potencial de nuestra región y la obligación de los líderes de darle sentido a la integración más allá de la retórica. Su labor como primer secretario de la  CAN también ha sido reconocida desde la sede de ese organismo que forman Perú, Colombia, Bolivia y Ecuador, donde también se dedicó una sala a su nombre. Aquí en Venezuela, hace algunos años la Cámara de Comercio Colombo-Venezolana creó el Premio Sebastián Alegrett para reconocer a las personas e instituciones abocadas a impulsar la integración entre los dos países.

Trabajé con él en Bogotá, como director de la oficina económica de la embajada, al igual que en Brasil, hizo una excelente misión en esa capital, dinamizó las relaciones y tenía el don de aprovechar el recurso humano disponible para destacar el trabajo y repartir las cargas de responsabilidades en el quehacer cotidiano de la diplomacia. Sebastián era una de esas pocas personas que he conocido que no necesitaba resaltar su imagen porque de por si él era una imagen positiva. Lo he contado en otras ocasiones, aún recuerdo la última vez que vi a Sebastián, amigo y maestro en las lides de la diplomacia, fue durante un homenaje que le hicieron los cancilleres andinos en la Secretaría de la CAN en Lima. Cargaba a cuestas sus últimos días de vida. Las intervenciones de los presentes fueron elogios y reconocimientos a su trayectoria y vocación por la región. Siempre demostró obsesión por la verdadera integración de esta parte del mundo.

Compartimos a principios de los años noventa como ponentes en Sao Paulo en un foro en el Parlatino sobre Mercosur-Nafta y está en mi memoria cómo insistía en que los países latinoamericanos debían emprender decididamente y cuanto antes su verdadera integración.

Es sin duda gratificante ver una recatada placa en uno de los pasillos de la sede del SELA su nombre inscrito como un recordatorio de los hombres buenos y honestos que han desfilado por esta América  múltiple manteniendo la llama  viva del derecho a soñar por una  Latinoamérica integrada, conectada, abierta a la movilidad humana y al comercio, con respeto por los derechos humanos y luchando contra la corrupción y otras prácticas perversas que socavan la aspiración de una sociedad próspera y justa.


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