Invocando una facultad que no tiene, sin respetar las reglas previstas en la Constitución, con el propósito de conducirnos “hacia un Estado de la suprema felicidad social” y “la preservación de la vida en el planeta”, el 1° de mayo de 2017, Nicolás Maduro convocó una Asamblea Nacional Constituyente, con integrantes elegidos “por sectores sectoriales y territoriales”.  Transcurridos más de dos años de la instalación de dicha Asamblea constituyente ilegítima, Maduro ha anunciado que ésta cesará sus funciones “en diciembre”, cuando se realicen las nuevas elecciones parlamentarias. Muchos venezolanos se preguntarán qué hizo, y para qué sirvió esa supuesta Asamblea Nacional Constituyente.

Según el presidente de dicha Asamblea, cuyo nombre es innecesario recordar, aunque ésta no va a presentar un proyecto de nueva Constitución, habría cumplido con su cometido, pues “generó una batería de leyes”, a diferencia de la Constituyente de 1999, que elaboró una Constitución, pero que “no generó leyes”. También Maduro había dicho que la ANC había dejado “un trabajo legislativo adelantado”. El Carl Schmitt del siglo XXI, que les sirve de celestina en estos temas, no les advirtió que la elaboración de las leyes es tarea de los órganos legislativos, ni que la función de esta asamblea constituyente era, simplemente, sustituir a “la mejor Constitución del mundo” por otra que no fuera una camisa de fuerza para “el hijo de Chávez”. Queda claro que el verdadero propósito de la ANC era anular a la Asamblea Nacional, que podía haber sido el contrapeso del Poder Ejecutivo, y que es a quien, por mandato constitucional, le corresponde la tarea de dictar leyes.

Recuerdo que, en 1999, la Asamblea Constituyente sesionó a la luz del día, con cámaras y “taquígrafos”. Las actas de esas sesiones son un valioso registro histórico de lo que dijeron los constituyentes, y de la evolución de los debates que condujeron a la adopción del proyecto de Constitución que, finalmente, se sometió a la aprobación de los ciudadanos. En su redacción participaron dos o tres venezolanos ilustres. Hubo un debate público sobre cada una de las disposiciones que se fue incorporando a ese texto, y la última palabra la tuvo el electorado.

Esta vez ha sido diferente. Si ha habido algún debate, ha sido a puertas cerradas, en medio de la oscuridad y la ignorancia; no hay ninguna voz que sobresalga, o que sea recordada por sus aportes a la construcción del Estado de Derecho o al fortalecimiento de la democracia. Se convocó a una constituyente que no ha hecho una Constitución pero que “ha dictado leyes”, supuestamente con rango constitucional, sin que nunca se sometieran a aprobación popular. Aunque, formalmente, la Constitución de 1999 no ha sido abrogada, desde la ANC, se han realizado actos como la destitución de la fiscal general de la República, la destitución indirecta de un gobernador electo por los zulianos, el allanamiento de la inmunidad parlamentaria de diputados opositores, la interferencia con la actividad de los partidos políticos opositores, la eliminación del Distrito Metropolitano y de la Alcaldía de Caracas, la aprobación de planes económicos, la creación de una Comisión de la Verdad, y la aprobación de leyes, que no son parte de las funciones de una asamblea constituyente, o que son manifiestamente incompatibles con la Constitución en vigor.

Una de las primeras medidas de la ANC fue la adopción de una Ley contra el odio, diseñada para perseguir y castigar a los opositores políticos y a los medios de comunicación social. Esta ha sido una ley mordaza, inspirada precisamente por quienes, abusando de cadenas de radio y televisión, o de programas de TV como La Hojilla o Con el mazo dando, han sembrado el odio entre los ciudadanos. A juicio del presidente de la ilegítima ANC, aunque no se haya sometido a referéndum, esa ley tiene rango constitucional y es superior a cualquier otra ley. Lo cierto es que, mientras el régimen disponga de fuerza bruta en abundancia, así será.

El legado de la ANC es la manifestación más perversa del fraude, la arbitrariedad y la ignorancia. Se va como llegó: sin ninguna gloria, pero habiendo contribuido a la ruina de los venezolanos, y al dolor de quienes han sido víctimas de la persecución política más atroz.


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