A los 79 años, David Cronenberg filma como en su juventud, como en su etapa de mayor experimentación en su Canadá natal.

Por ello vuelve a una de sus primeras películas, Crímenes del futuro, para dedicarle un remake libérrimo y transgresor.

Otros directores regresan a su material antiguo, en la actualidad, con el propósito de revisitarlos desde el clasicismo.

En cambio Cronenberg apenas si toma la inspiración de su título iconoclasta, evolucionando hacia formas y contenidos de vanguardia, afectados por su condición de autor.

Crímenes de futuro puede resumirse en la esencia de sus fases de ensayo y error: persiste su tratamiento gore y estilizado del body horror, conserva su obsesión por personajes al límite de la clandestinidad, refresca sus arcos narrativos de protagonistas cruzados y desdoblados, perfecciona su montaje Crash de imágenes de alto impacto, cual video arte de un perfomancista kamikaze, como Marina Abramovic, con historias cada vez más despojadas y abstractas, próximas a la belleza enigmática de un teorema matemático y sacrílego de Pasollini.

A Cronenberg, de plano, no le interesa comulgar con la ortodoxia dominante del mainstream, y por eso anticipa su ida de vacío en Cannes, un festival donde la Palma de Oro la reciben plagios y homenajes decantados como Titane.

El certamen prefiere la copia, el tributo posmoderno, desplatando al ideólogo de la fuente original.

Crímenes del futuro con su apología del tatuaje intestinal y de los implantes subdérmicos, adapta y lleva al paroxismo las investigaciones de malditos de la investigación científica y la mutilación, como Bob Flanagan, asociado con la subcultura sadomasoquista, inspirando video clips de NIN y Marilyn Manson.

El filme de Cronenberg ofrece una pintura contemporánea de la vida y obra de un artista, como él, concentrado en las alteraciones perceptivas que emanan de la modificación y la intervención de la anatomía humana.

De ahí que sea una de sus películas más ricas en citas a los maestros del renacimiento, el barroco, el impresionismo y el expresionismo.

Entre las múltiples referencias puntuales, las hermosas y brutales composiciones del largometraje desnudan una natural conexión con las dramáticas y tenebristas piezas de Caravaggio.

Por no hablar del Van Gogh que se cortó la oreja o del vínculo con Peter Greenaway (The Pillow Book).

La pareja del protagonista, una semidiosa espectral interpretada por Léa Seydoux, procede a operar quirúrgicamente el cuerpo de Viggo Mortensen delante de un público ávido de espectáculo y sensaciones fuertes, en el interior de un gruta como de una Tate Galery, de un PS1 del Moma, de un muelle abandonado reconvertido en museo del pánico.

Ahí crea y extirpa tumores en vivo, de una manera ritual y de escenificación de un calvario tortuoso, cuyos efectos van crucificando al antihéroe en su proyecto mesiánico, apartado de los cánones de la normalidad.

Kristen Stewart, una fanática del show, se acerca al hombre descuartizado y le susurra: “La cirugía es el nuevo sexo”, buscando halagar al artista. Más adelante, entre ellos, se establecerá otro tipo de proximidad, algo frustrante, en un clásico trío de sello Cronenberg.

Aquí saltan a la vista las autoconciencias al mundo del director, renovando los cruces sentimentales y existenciales de Dead Ringers, Madame Buterfly, La Mosca y Método Peligroso.

Sobre todo, en el orden formal y conceptual, Crímenes del futuro dialoga con Crash, Videodrome, Spider, Scanners, The Brood, Naked Lunch, Promesas del Este y ExistenZ.

Del arte del tatuaje recupera la esencia de Promesas del Este, así como de ExistenZ y Naked Lunch rescata sus instrumentos vivos recubiertos de una piel viscosa, como de las pantallas y pistolas de látex de Videodrome, bajo el credo de “long live to the new flesh”.

La primera secuencia de una madre acongojada por el destino kafkiano de su hijo, es una versión corta del trauma distópico de Spider, en una locación como la Toronto postindustrial, fría y deshumanizada, en la que creció el propio Cronenberg.

Un no lugar que tiene en Crímenes del futuro una exposición de ciudad fantasma, poblada por seres y locaciones que parecen sacadas de los cuadros de Pedro Costa en Caballo Dinero y Vitalina Varela, a la luz de una cámara que capta los encuentros urbanos de Saul Tenser (Viggo) y el policía detective racializado que le sigue los pasos.

Surge unos de los replanteamientos sincréticos de la película, que despierta mayor sorpresa: la influencia de las escuelas portuguesas y africanas en el diseño de la puesta en escena de Cronenberg.

El autor busca en el tercer mundo una influencia que le brinde contexto global a su relato.

Sutilmente, la película representa dos problemas que ha versado el realizador, desde sus primeros tiempos. Primero, el conflicto del artista con un medio que clona y prostituye sus inventos, quedándose con la superficie frívola del cuento.

Me permito interpretar dos indirectas poéticas. En un caso, Saul observa a la distancia y con cierto desdén, como un chico toma su escena, para ejecutar una danza macabra con los ojos y los labios cocidos, a la vez que muestra implantes de oídos.

Dicho secundario cuestiona la naturaleza de un arte ensimismado y narcisista, que antes que escuchar al espectador, refuerza la entropía más epidérmica del autor.

Me pregunto si no es guiño, una crítica a su hijo, Brandon Cronenberg, que ha nacido de los restos y de la canibalización edípica de su padre.

Hay también algo que lanza una punta a la reproducción física de Julia Ducurnau en Titane. Se percibe en una visión paranoide del hombre angustiado por las mujeres que lo rodean desde una agresividad pasivo agresiva, que desea matar al padre, que quiere redoblar su apuesta para superarlo.

Crímenes del Futuro es la biografía de un Cronenberg alucinado y atormentado por sus dilemas creativos, por cómo lo acechan sus demonios replicantes, por cómo lo degluten sus generaciones de relevo, por su aislamiento e incomprensión ante un entorno que se conforma con consumir plástico empaquetado.

¿Será Cannes el mundo que representa Cronenberg y que prefiere coronar la barra de plástico de Titane, en vez del sabor irreductible que brota de sus visiones tumorales?

Crímenes del futuro amalgama una paleta tan poderosa que detona más preguntas que respuestas.

En el medio, la película denuncia las interferencias de la burocracia, de los concursos de belleza y de los traficantes de fórmulas, que prometen éxito y salvación, pero que conducen al artista a su resolución de morir con las botas puestas o sacrificarse por su sueño que deviene en pesadilla.

De Eros a Thanatos, Crímenes del futuro exhibe la retrospectiva final, el legado de David Cronenberg al planeta.

Un arte que rompe barreras y límites, que admite las corrientes que animaron a Buñuel, que golpea las retinas adocenadas, y que entenderemos realmente en el mañana.

Larga vida a la ciencia ficción que sale de la zona de confort, y que trastoca nuestra memoria, contagiándola con una propuesta negada a claudicar.

Una monstruosidad de película, respaldada por una música de Howard Shore que debería obtener la nominación al Oscar, como mínimo.

La tecnología como extensión del cuerpo, también refiriéndose a la vigencia de la teoría del simulacro de Matrix.


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