Muchos de nosotros nos maravillábamos cuando siendo pequeños nos decían, en las clases de ciencia, que el satélite natural del planeta Tierra tenía un lado oscuro que nunca podía ser visto. Las lógicas explicaciones astronómicas eran lo que menos nos interesaba. Aquí lo relevante y tentador era dar rienda suelta a la imaginación. Fantasear con la idea de emprender, acompañados de nuestros miedos e incertidumbres, un viaje a un lugar tan desconocido y misterioso donde imperaba el reino de las tinieblas, con sus inimaginables peligros y asechanzas.  De alguna manera, al despertarnos de esa excitante ensoñación, sentíamos un gran alivio al constatar las certezas terrícolas que nos rodeaban.

Con el tiempo, y después de los tantos otros viajes a lo largo de nuestra existencia, vamos descubriendo que en muchos ámbitos del trajinar de nuestro propio planeta también existe un lado oscuro. Lo que equivale a decir varios enclaves del mal esparcidos por muchos rincones del orbe.

Pudiéramos señalar con propiedad entonces que, así como sólo podemos observar la Luna, el mundo de hoy se encuentra dividido en dos mitades: una, envuelta en las tinieblas y oscurantismo de los regímenes autoritarios más perversos, motorizada por Rusia y China, y otra, la de las democracias liberales, con sus rostros más visibles: Europa y Estados Unidos, que en los últimos años ha venido registrando un preocupante debilitamiento.

La democracia está perdiendo la batalla

Numerosas fuentes especializadas y de gran prestigio internacional como el Instituto V-Dem, Freedom House y la Unidad de Inteligencia de The Economist, nos han estado hablando del continuo deterioro de los sistemas democráticos alrededor del mundo y del peligroso y casi indetenible ascenso del autoritarismo.

Contrario a lo que seguro es una errada percepción generalizada, hemos conocido, según el índice de democracias de la Economist Intelligence Unit, que existen en la actualidad sólo 23 democracias plenas, con tan sólo casi la mitad del planeta viviendo bajo alguna forma de democracia. Este dato inquietante se complementa con el informe sobre la democracia correspondiente al año 2020 del arriba citado V-Dem Institute (Democracy Report 2020). Allí se señala que “durante los diez años transcurridos entre 2009 y 2019, más países han sido escenario de procesos de autocratización que de democratización”. Concretamente, las cifras nos dicen que en ese período de estudio se registra un mayor número de gobiernos definidos como autocráticos (92, representando el 54% de la población mundial), mientras se contabilizaban 37 democracias liberales y 50 definidas como democracias electorales.

Esta realidad sintetizada en el párrafo precedente llama a una verdadera reflexión acerca de la estrategia que debe emprender la comunidad internacional democrática, si realmente quiere detener el avance progresivo e implacable del autoritarismo a escala global.

Existen dos elementos esenciales a considerar. En el plano interno, la disminución paulatina de la calidad de la democracia en ciertos países debido a factores múltiples: deterioro de las condiciones socioeconómicas; la desigualdad; pérdida de confianza de la población en las instituciones políticas, entre otras, los sistemas electorales y de partidos políticos; y en general, numerosas expectativas insatisfechas, han generado en muchos casos el propio caldo de cultivo favorable a transiciones políticas hacia el autoritarismo. Aquí es donde entran a jugar su papel los líderes mesiánicos populistas. La Rusia de Putin, luego de los amagues y pasos democráticos precarios de Borís Yeltsin durante la década de los 90, y la Venezuela engendrada por Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro, dan cuenta de esta realidad incuestionable.

Existen muchos casos más que pudiéramos nombrar, pero que por razones de espacio nos vemos limitados. Baste con mencionar en nuestra propia región a Bolivia, Nicaragua y el mismo Perú que, con la elección reciente de Pedro Castillo, ha comenzado a generar ciertas preocupaciones. En Europa, la deriva autoritaria de Viktor Orban en Hungría y la autocracia consolidada de Lukashenko en Bielorrusia, nos muestran otras experiencias inquietantes.

En el plano de las relaciones y alianzas internacionales, Rusia y China siguen promoviendo activamente, sin ningún contrapeso importante, la transformación y consolidación autoritaria de ciertos países. Cualquier espacio resulta útil. Paradójicamente, el sistema de Naciones Unidas ha sido uno de ellos. Después de todo, el fin último es que los intereses fundamentales del autoritarismo mundial sean preservados, así como el peso que este engranaje de países pueda seguir ejerciendo en el curso de la geopolítica global, con miras a destronar el orden liberal internacional precariamente en vigencia.

Lo cierto es que el mundo actual está experimentando una regresión peligrosa de las libertades, situación que en parte se explica por las tímidas políticas de apaciguamiento de las principales democracias, llamadas más bien a liderar una verdadera y efectiva contraofensiva. El “antídoto” utilizado por los principales centros democráticos sigue siendo un esquema de sanciones cuya inutilidad ha sido constatada en el tiempo. En la mayoría de los casos representan medidas unilaterales que no logran su propósito. Ejemplos sobran: Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bielorrusia, Irán, Corea del Norte, entre muchos otros más.

Ante la arremetida del autoritarismo no parecieran haber fórmulas mágicas. Muy pocas herramientas están a la disposición. Entre otras, tal vez la creación de espacios alternativos de coordinación entre los países con democracias plenas y otros cuyas instituciones políticas y de derecho pudieran estar amenazadas. En esa línea de acción, el esquema de sanciones unilaterales (Europa y Estados Unidos) debe transformarse en un mecanismo conjunto y coordinado con vistas a garantizar su mayor eficacia.

Está claro que el liderazgo democrático mundial debe recuperar espacios perdidos y trabajar seriamente tomando en cuenta los diagnósticos serios a la mano como los arriba referidos.

Tal vez las certezas terrestres que antes nos tranquilizaban puedan eventualmente ir desapareciendo.

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