Como debe ser, las cifras del impacto del virus más letal que azota a la humanidad en el siglo XXI se concentran en primer lugar en la cantidad de fallecidos, contagiados, recuperados, así como también informar las cifras del personal sanitario que ha ofrendado sus vidas para salvar a centenares de miles de seres humanos en todos los confines del planeta, sacrificio que compromete a los gobiernos e instituciones sociales al superar la pandemia, reconocer y rendir homenaje ante esta generosa e incondicional entrega.

Ahora bien, hay otro escenario tan letal como el primero que amenaza con la condición de vida de miles de millones de seres humanos en el planeta, y es que según la OIT la población universal de 7.300 millones de personas contiene una población económica activa de 3.500 millones de trabajadores, de los cuales 1.600 millones se ubican en el sector informal, es decir, 50% de la población activa está amenazada de perder su única fuente de sustento. Si a esto añadimos las proyecciones de pérdidas de empleos formales, que oscilan según las consultoras entre 400 y 665 millones, estamos en presencia de una catástrofe universal que amenazaría incluso el mantenimiento del orden global y la existencia de la humanidad.

Estas cifras observan hasta junio de 2020 casos como el de Estados Unidos, donde se han perdido 35 millones de empleos; en América del Sur, 47 millones; y en América Central, 12 millones. En el caso específico de los migrantes venezolanos en la región andina: Colombia, Ecuador, Perú y más allá, en Chile, 42% ha perdido sus empleos, 90% de ellos en la economía informal.

Esta debacle del empleo global ha tenido respuesta gubernamental eficaz, dependiendo de sus capacidades. En el caso de Europa, la UE con Alemania y Ángela Merkel a la cabeza, ha promovido planes de reconstrucción de la economía a nivel continental que ya comienzan a dar sus frutos, pero aun así la economía caerá 8% para 2020. Ello no impedirá que millones de trabajadores reciban puntualmente su cheque semanal de subsidio, igualmente las empresas donde estos laboran. En Estados Unidos, Donald Trump igualmente ha subsidiado el desempleo y al empresariado, como también ha anunciado esta primera semana de julio el rescate de 5 millones de empleos formales, implementando al mismo tiempo severas restricciones de entrada y deportación a la inmigración laboral que contribuye notablemente a la producción nacional.

Por otra parte, el panorama es sombrío para América Latina, la región de menor crecimiento económico en el planeta antes de la pandemia, cuyos gobernantes vieron con estupor el desarrollo del covid-19 en otros continentes, y no se prepararon adecuadamente para el chaparrón que hoy amenaza incluso con superar el impacto letal observado en Europa. Pero a pesar del tiempo perdido, los gobiernos de Chile, Perú, Brasil, Argentina y México, que registran las cifras más agudas en contagios y fallecidos, presentan políticas económicas de recuperación del trabajo formal e informal.

Otro rumbo es el que percibimos en Venezuela, cuyos gobernantes dan mayor importancia a la politización de la pandemia, a tratar la tragedia en un escenario de confrontación permanente con el imperio, con la oposición política, en culpar a la comunidad internacional incluso de los impactos crecientes del covid-19, en lugar de promover políticas de reactivación económica que oxigenen el alicaído empleo formal e informal, que genera la hambruna generalizada de la población.

Muchos preguntan por cifras cuando en realidad datos certeros no hay ante la opacidad de información del régimen. Lo que se puede identificar es una población activa impactada por la diáspora y reducida aproximadamente a 10 millones de personas, en un contexto de cierre de industrias que a inicios de 2020 se ubicaba en 3.500 sobrevivientes, las cuales producen a 20% de su capacidad, esa relación se observa igualmente en los diferentes sectores de la economía: Transporte, comercio, servicios, empresas básicas, lo que presume que pudieran perderse este año alrededor de 2 millones de puestos de empleo formales y una disminución mayor a 50% de la población informal.

Como vemos, ante la incertidumbre y el colapso de la economía observamos cómo las fronteras entre el empleo formal y el informal se difuminan, ante una realidad dramática donde el trabajador formal debe operar en la informalidad para poder subsistir y percibir un ingreso que le permita alimentar a su grupo familiar, que padece una pesadilla sin luz, sin comida, sin dinero, sin medios de comunicación y entretenimiento, sin Internet, en definitiva, sin futuro.

En resumen, estamos en el ojo del huracán ante un régimen cruel e insensato, que no reconoce el drama que fulmina a millones de venezolanos y solo le ofrece como alternativa unas elecciones parlamentarias controladas desde su origen por el aparato policial y militar del Estado, motivadas con mucho dinero gubernamental que debieraempleao realmente dedicarse a atender a la población amenazada por la pandemia.


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