Desde el punto de vista comunicacional, el juicio de Depp versus Heart califica como uno de los circos mediáticos más binarios y maniqueos de la historia contemporánea, con supuestos analistas de gestos de Youtube, barras bravas de ambos lados, y un enfoque partisano como de Twitch, pidiendo revisión de VAR ante cualquier movimiento del adversario, mientras se aplaude a rabiar el mínimo acto defensivo del equipo propio, tomándoselo a título personal.

Es un relato demasiado incel, una fantasía tipo de acertijo en Batman, como diría un amigo.

Es un efecto de la crisis de las narrativas, y de cómo la infodemia vino a sustituir con sus datos y emociones, a la racionalidad democrática, afectando el desarrollo de la ilustración y la sana convivencia en la polis.

Por tanto, se trata de un juicio de declive en toda regla, del declive en la búsqueda real de la verdad, para subsumirla y condicionarla a los filtros egocéntricos de la red social, donde nos aturdimos con quienes nos celebran, negando la posibilidad de intercambio con la alteridad.

Por eso, vemos que se enfrentan dos tribus marcadas: los spamers y trolles de la campaña misógina, que son los que más ruido hacen, y el costado de la afirmación y el empoderamiento femenino.

La big data descubrió aquí otro nicho, para mantenernos esclavizados y aferrados a un patrón dramático de discusiones encarnizadas.

El algoritmo levanta los post que echan leña al fuego de la división, enterrando cualquier llamado a la sindéresis y la necesidad de escuchar al otro, entendiendo que todavía existe el derecho de declararse inocente, hasta que se demuestre lo contrario.

En el caso de Depp versus Amber nos encontramos ante un ejemplo brutal de un juicio en la era de la posverdad y las fake news, cuyas versiones y opiniones poco o nada tienen que ver con un veredicto real, sino con las inclinaciones parcializadas de la sociedad del espectáculo.

En mi caso, como profesional de la comunicación y docente, asumo el compromiso de ver el asunto con imparcialidad y sentido ético.

La ética profesional me impide condenar, antes de la existencia de un veredicto oficial.

Encima, conociendo los antecedentes del caso, cumplo con dar el beneficio de la duda, sospechar, criticar y esperar que los testimonios jurados conduzcan al esclarecimiento del hecho.

Mal puedo declarar a un vencedor, como si estuviésemos en una final de la Champions o en la lucha libre, cuando se trata de un proceso que apenas comienza y que en realidad cuenta con un contexto bastante tóxico.

En efecto, como asegura Ana Bernal Triviño: Las declaraciones de los primeros testigos hablan de relación tóxica con agresiones mutuas. Lo que sí existe seguro es una sentencia anterior, ya firme, en la que un juez británico determinó que Depp agredió 12 veces de los 14 casos que ella expuso en juicio, una de ellas muy grave donde estuvo como rehén tres días. También sabemos, por ahora, algunas de las frases pronunciadas y reconocidas por Depp como que actuaba como un “salvaje”, aparte de “zorra”, “puta” o “tendré relaciones sexuales con su cadáver quemado para asegurarme de que esté muerta».

De igual modo, la defensa de Depp estuvo semanas en el estrado, para narrar y elaborar las conductas violentas y difamatorias de Amber, al lanzar una botella contra él y manipular información.

No obstante, será el jurado el que dictamine una sentencia, no un bot o experto de ocasión que se sube al bus del juicio, nada más para explotar el tráfico de la demanda cautiva, a su favor.

La conversión del juicio en un reality show en vivo y directo incentiva un clima de cacería de brujas y señalamientos mutuos, que sirve como cortina de humo y potencia a una anticultura del sensacionalismo, del morbo inquisidor, y la destrucción del derecho, tal como lo conocemos.

De hecho, la crispación se traslada de un lado a otro, haciendo que la opinión pública se torne pesada y excesivamente odiosa, en aras de vender. Sabemos por la historia que los juicios transformados en talk shows devienen en coliseos frenéticos como un programa cringe de Laura en América.

En consecuencia, la vigilancia y la transparencia total del caso ha provocado que el juicio se memefique, deshumanizando a sus testigos y demandantes.

La caricaturización de Amber como una bruja mentirosa, rodeada de emoticones de víbora y loca es una construcción falsa de la red social, que responde a un ajuste de cuentas y a una venganza por las guerras de sexo que se dieron después del MeToo, con los procesos varios de Allen, Polansky, Weinstein, Kelly, Manson, entre muchos otros.

La glorificación actual de Depp corre pareja a un sentimiento de revancha de un machismo herido y golpeado, que ha encontrado una excusa para reivindicarse como víctima en la red social, bajo una argumentación de gaslighting y mansplaining.

De regreso al tiempo de OJ en plan hooligan.

La cascada de humillación que se alimenta, quiere pensar y creer que ya “Depp ganó” y que “Amber merece un Oscar por su actuación en la corte”.

Lamento mucho asegurar que los dos son profesionales, y que las líneas entre la realidad y la ficción, pues los cruzan a ambos, afectando su credibilidad.

Ya el dispositivo y la presencia de la cámara en el tribunal los predispone a interpretar un rol, que será la jueza la que determine si se corresponde con la realidad y la verdad.

Pero el algoritmo demanda una carnicería y genera un ambiente peligroso de linchamiento, de ciberacoso, revictimizando a los involucrados en la esfera digital.

Temo que el entorno hostil afecte el curso y la definición del juicio, como ya lo ha hecho, olvidando que ambos son artistas que merecen consideración por su aporte al cine.

Espero que podamos conversar al respecto, como personas adultas, sin criterios de emocionalidad, apegándonos a los facts, no a las reacciones histéricas del fandom.

Este artículo admitirá un segundo capítulo, cuando concluya el juicio.

Me gustaría leerlos en paz, sin que la sangre llegue al río.

 

 

 

 

 

 


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