El genuino ideal democrático son las elecciones competitivas, que ponen en movimiento factores estructurales vitales.

En materia de gobierno, lo ideal es disfrutar de una democracia perfecta. Un gobierno que le permite al pueblo participar en las principales escogencias, sobre todo de los dirigentes, a fin de resolver pacíficamente los diferendos del o por el poder.

Una democracia en el bien entendido término

debe permitir a los ciudadanos que sus preferencias sean atendidas equitativamente en la gestión de gobierno, empresa en la que se debe procurar que el régimen democrático cumpla las siguientes características: las decisiones de gobierno adoptadas por representantes electos por la ciudadanía; elecciones libres y limpias; representantes políticos electos y removidos por medio de elecciones periódicas; derecho a ser elegibles a cargos públicos; libertad de expresión; derecho a la libre organización; y derecho a la información. A esas siete características habría que agregar, según Sartori, el respeto a los derechos de las minorías.

Una genuina democracia exige la alternancia en el poder. De acuerdo a las características antes indicadas, lo cual la hace perfectible y apetecible a la ciudadanía.

El proceso de construcción de la democracia en un país debe ser permanente, vigilante, prospectivo y desarrollarse esencialmente mediante el método eleccionario, que es aquel que estimula situaciones extremas, eventos que expresan tensiones que hacen reaccionar, o por lo menos diferentes y comprometidos con ideologías o con proyectos no compartidos por todos. De la existencia del disenso surgen las crisis que pueden generar en ocasiones agrias luchas por el poder y en otras circunstancias, la degradación de los comportamientos por fenómenos de corrupción, sectarismo, traición, resistencia, revuelta o revolución y a veces por no querer darle cumplimiento a una de las reglas básicas del juego democrático antes mencionada: la alternabilidad o alternancia.

Eruditos politólogos internacionales señalan que el ideal democrático son las elecciones competitivas, por cuanto ponen en movimiento tres factores estructurales: La estructura del sistema social en su estratificación y movilidad social, conflictos, grupos de interés, antagonismos sociales; La estructura del sistema político en el régimen de gobierno, forma del Estado, modalidades de regulación de conflictos; La estructura del sistema de partidos en el número, tamaño y tipos de partidos, las distancias entre ellos.

Las elecciones competitivas en países democráticos como Estados Unidos deben ser un ideal por alcanzar, puesto que ellas son hoy en día el principal factor de alternancia en el gobierno del poder ejecutivo, la renovación total o parcial de las cámaras y, según decesos o renuncias, en la rama judicial federal.

Sin la necesaria alternancia en el poder, se aleja la democracia, tal como se viene observando en Venezuela, por la excesiva permanencia que constituye un factor negativo y distorsionante para la democracia, dado el carácter personalista y autocrático.

La alternancia en el gobierno se da en los distintos tipos de regímenes  constitucionales republicanos, al igual que en las monarquías parlamentarias modernas. En estas, solo en el componente jefe del gobierno a través del asunto de la confianza. En el caso de las dictaduras, la alternancia se da generalmente como resultado de un golpe de facto o como un cambio en las relaciones de poder al interior del partido único.

De acuerdo con expertos internacionalistas en materia política, la alternancia exige no solo la instrumentación del sistema de poder, sino también la creación de un hábitat o marco social que la propicie, siendo primer elemento de este medio ambiente —entre otros— la cultura cívica de participación democrática.

Cabe significar que la alternancia en el gobierno exige sistemas democráticos representativos con multiplicidad de partidos políticos, que gocen del derecho de igualdad jurídica no discriminatoria, también pide que la lucha por el poder sea reglamentada por un sistema electoral que haga realmente posible, la votación del partido en el poder y de los de la oposición. Es decir, un régimen en el que las elecciones sean realmente libres, sin fraudes ni coacción.

Queda claro, pues, que la existencia de elecciones libres, periódicas y sin fraude es la garantía de la alternancia en el poder, como lo demuestra su exigencia y consagración en numerosos textos constitucionales y de derecho internacional y, sobre todo, el carácter de imperativo ético-político que ha sido consagrado por la práctica y la teoría democrática universales.

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