¿Quién tiene la razón? ¿Cuál es el camino correcto para superar el atolladero en el que se encuentra el país? Estas y otras preguntas surgen inevitablemente en toda conversación sobre el tema o de la lectura de los artículos de opinión o de los comentarios en las redes sociales.

Un punto de partida que suele marcar la diferencia entre una opinión y otra es la conciencia de las reglas del juego. Unas son las conclusiones cuando se parte de unas reglas conocidas y aceptadas, aplicables y tradicionalmente aplicadas a una realidad. Otras, muy diferentes, cuando el cuadro de realidad ha cambiado sustancialmente, cuando se ha instaurado una nueva institucionalidad -o la anarquía-, cuando las palabras democracia, ciudadano, bien común, derechos, legitimidad del poder, legalidad, han dejado de expresar lo que connotaban, han perdido su valor o han sido convertidas en instrumento de dominio y manipulación.

Si hubiera que mencionar algunos rasgos que caracterizan la nueva realidad venezolana en lo político habría que señalar el peso de factores tan graves como el control militar en todos los ámbitos, la injerencia de otros países en la vida nacional, la presencia del narcotráfico y de la guerrilla, las dimensiones de la anarquía y la corrupción, la represión y persecución a la disidencia, el silenciamiento de los medios de comunicación, la ruptura de la institucionalidad, la constante violación de los derechos de los ciudadanos, la connivencia con el terrorismo internacional. Las nuevas fuerzas que deciden la vida nacional no son las de la ciudadanía y la de las autoridades libremente elegidas. La decisión de mantenerse indefinidamente en el poder contradice lo sustancial de nuestro ordenamiento jurídico y democrático. De ser un mal ejemplo hemos pasado a ser un peligro para el continente. La pérdida de la democracia en Venezuela afecta otros países de la región y a su estabilidad. Su nueva condición de ficha en el juego político internacional sirve más a los intereses y a las estrategias de quienes aspiran a ganar presencia e influencia en el continente americano que a los verdaderos intereses nacionales y a su independencia de acción.

Resulta más cómodo pensar que todo sigue igual o que las aguas volverán naturalmente a su cauce. Cuesta ver la magnitud de un cambio que debería levantar todas las alarmas cuando, por ejemplo, el voto no representa ya la voluntad ciudadana, cuando puede ser manipulado o desconocido en la práctica, cuando puede incluso ser usado para la instauración del autoritarismo o en contra de los intereses del ciudadano y de la institucionalidad.

La diferencia entre ver o no ver esta nueva realidad y el peligro que representa su instauración definitiva explica en buena medida las diferencias en las estrategias formuladas para superar un estado de cosas ya casi inmanejable. La voluntad de promover acuerdos, de acercar puntos de vista, de procurar una unidad de dirección eficaz puede velar la visión de una realidad que ya es otra y de unas reglas de juego que son también otras. Así parece haber ocurrido con el comunicado de las Conferencia Episcopal Venezolana sobre las elecciones parlamentarias. Sustancial en los principios y en los propósitos, ha movido, sin embargo, las aguas de algunas de esas diferencias que han entorpecido la necesaria unidad de estrategia y acción.

Más allá de las diferentes opiniones lo que se impone es una estrategia que asuma la realidad en toda su complejidad, genere confianza y anime a la participación ciudadana. “Los políticos de todos los colores, junto con los diversos liderazgos de la sociedad civil organizada y los militares, necesitamos recentrarnos en torno a la tragedia económico-social de la gente. Sufrirla y nutrir de ella las propuestas, la acción política y la unidad superior para reconstruir el país cambiando el régimen”. El llamado del padre Ugalde es la negación de la ingenuidad y de la resignación. Es también el reconocimiento de la urgencia de reagruparse, de valorar la eficacia en la acción política, de superar la reducción que limita la participación ciudadana al acto de votar. La naturaleza del problema ha cambiado.

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