En los primeros años de la escuela, en este ex país el currículo de primaria incluía unas horas que definían como biblioteca, un paseo realizado en instituciones públicas y privadas a unos recintos en los cuales se esperaba que aprendiéramos a ser ciudadanos, allí justamente nos hacían buscar palabras en un diccionario y para muchos fue lugar común encontrar la definición de “isla”, aquella porción de tierra rodeada de mar y de península porción de tierra rodeada de mar y conectada a tierra firme. Esas lecciones de primaria siendo párvulos no nos prepararían para presenciar, asimilar y sufrir este drama que se desarrolla desde la península de Paría, aquella por la cual Cristóbal Colón creyó llegar al paraíso terrenal, el Edén y hoy es un circulo en el Hades de la Venezuela socialista, de la cual se debe escapar, para no morir de peste, no morir de hambre, para tener dignidad y sencillamente para lograr existir, finalmente volviendo a nuestra escuela y a esos cuadernos  en las horas de biblioteca, podríamos afirmar que la desgracia de la península es estar atada a la tierra firme y a la maldad y la tortura que se aplica y se infringe desde esta República que tortura.

La multifactorial crisis de Venezuela, nos hace echarnos al mar, a ese mar cantado de la felicidad por la megalomanía y contumaz maldad de Chávez, quien así bautizo al mar de la Isla prisión de los Castros, sus mecenas en la maldad, sus maestros en el credo del odio y el desprecio por el ser humano; echarse al mar, someterse a su fuerza, a su crueldad a su incertidumbre brutal, que desde siempre causaron temor y se convirtieron en tabú para el hombre, lanzarse al mar escapando de la bestia roja del chavismo, para llegar a la isla más cercana, en la cual se nos desprecia. Se nos persigue y se nos regresa a la posibilidad cercana de encontrar la muerte. En dos oportunidades los trinitarios, quienes olvidaron sus raíces y sus vínculos históricos con nuestro país, han regresado dos peñeros hacia el horror de Maduro, pues su cercanía con la crueldad del régimen de Venezuela, los hace emular la maldad de la tierra continental, han demostrado su calaña histórica y su propensión violatoria de los más elementales tratados de una letra muerta que es el derecho internacional y la instrumentalización de los mismos, a través de los organismos internacionales pletóricos de eufemismos para definir al mal, que los aproximan hacia la maldad y hacen patente la frase de John Stuart Mill, quien manifestase que: “ La idea de que la justicia y el bien prevalecen, son ideales del ser humano, para encontrar espacios comunes”.

La crueldad impera, en los campos de refugiados, así como los desprecios y la xenofobia que sufren nuestros connacionales, ahora que nos ha tocado migrar, cuando antes fuimos refugio de millones de europeos, latinoamericanos y caribeños. Nuestro país adopto la tarantela italiana, los sabores del mediterráneo, la paella española, hicimos nuestro al hermano portugués, bailamos la cueca con chilenos, tomamos mate con los argentinos y escuchamos vallenato con los colombianos, nunca los despreciamos, nunca los hicimos menos. Con relación a los trinitarios nuestros vecinos, jamás nos imaginamos que sentían tanto desprecio hacia nosotros, ante estos criminales actos de xenofobia, cabe la frase de Marco Aurelio. “La mejor venganza contra quien te ofende es jamás parecernos a ellos”.

El mar nos devuelve este 13 de diciembre, a diecinueve cadáveres, entre ellos a dos niños, náufragos a quien el mar no mató, los asesino la desesperación, la necesidad de escapar desde esa península que los aproxima a los tentáculos del Estado gansteril, hacia una isla vecina e implacable, el peñero con estos náufragos  sucumbió por el peso de la iniquidad, de la maldad y de la indolencia, los cadáveres flotan, como flota sobre la verdad líquida, la crueldad que se intenta esconder, flotan los cuerpos como sale a la luz el horror de la tortura y la maldad, la saña de un país que dejo de serlo, la verdad flota, se hace inocultable frente a los eufemismos que hacen leve al mal, frente a la tibieza de la ONU, frente a la levedad del mundo.

Mucho hemos denunciado, que la crisis de nuestro país es tan grave como la de Siria. Hemos sido tildados de exagerados, siempre el optimismo que es en cierto grado una dosis de ignorancia, nos ha llevado a reducir el tamaño de esta emergencia humanitaria, a descartar el talante criminal, de esta hegemonía perversa, que nunca ha sido bien definida por los ejércitos de sabios encuestólogos y por una dirigencia política inútil, leve y de utilería, jamás se han preocupado por medir el nivel de crueldad al cual nos enfrentamos, siempre les han subestimado y he aquí, en la terrible imagen de diecinueve venezolanos que flotan, con los rostros roídos por los peces y henchidos por la descomposición en el medio del mar, quien insisto no fue su homicida, la respuesta de que nuestra crisis si es tan grave como la de Siria y superior al período especial de los cubanos, he allí la respuesta a los atolondrados asesores de esta fauna política de comparsa, hasta dónde puede llegar la crueldad.

Debo confesar que estas líneas están cargadas de dolor, de rabia y de impotencia, de un sentimiento que nos aprieta el pecho, nos remueve las entrañas y nos hace mirar al cielo, con los dientes apretados y pronunciar con un nudo en la garganta aquello que aprendimos en la catequesis, un Padre Nuestro, Un Ave María y un Gloria, con la firme esperanza del católico de que en los agobios de los últimos minutos, de estos desdichados náufragos de Güiria, hayan encontrado el consuelo en la misericordia del creador, frente al mar inmenso como la maldad humana.

Estos cadáveres unos flotando, en rictus horrendos, que explican como el hombre, el niño y la mujer, se dejan vencer por la inmensidad de la muerte, de una heredad inmisericorde, que ha convertido en un infierno al país y por otra parte, lanzados a la muerte por las autoridades cómplices de una isla vecina, que hace connivencia con el mal y devuelve a refugiados al mar, a la muerte y al horror, los malos en Trinidad y los perversos desde la República que tortura, creían que el mar, no iba a escupir su horror, asumieron que las profundidades hundirían su perversión, pero la verdad flota, en forma de desdichados hombres y mujeres, con las caras muchos cubiertos de un improvisado tapabocas, para escapar de la peste de coronavirus, en los rostros lacerados de los niños ahogados, en el mar de la felicidad, esas flacas mejillas que le sirvieron de alimento a los peces, esos cadáveres que se secan, en las losas de concreto, son iguales a los del niño Sirio Alan, quien se ahogó escapando de la guerra en su país, igual ahoga el mar Caribe y el  mediterráneo, igual asfixia la misma falta de libertad, son similares las maldades, son la misma podredumbre.

Esta tragedia deja sin efecto las comparaciones que hacen los “sabios expertos”, de sus sesudos estudios numéricos y estadísticos manipulados, por la voluntad de quien los paga en la moneda, que de acuerdo a Maduro, es una válvula de escape. Hasta ahora no vemos al flamante Arreaza en su calidad de cónsul del horror, emitir ninguna declaración, total eran desertores de la revolución, no fueron capaces de restearse con el hambre y el desempleo, con Chávez y Maduro. Estos diecinueve, venezolanos tenían sueños de libertad, cometieron el pecado de querer progresar, no importando el desprecio que sienten los trinitarios, quienes han de sentirse superiores a nosotros, una suerte de nuevo pueblo ario; ese sueño les costó la vida, el peñero naufragó como naufragó el país y la libertad.

Cuán cercano somos a los poemas del cubano Virgilio Piñera, cuán desdichados somos, como nos pesa el país, como el poeta antillano quien escribió “la Isla en peso”, nosotros los venezolanos de este siglo XXI, al cual no pudimos entrar pues Chávez engulló el pase a este siglo y nos expelió a los peores atavismos del siglo XIX, llevamos el país mojado en aguas salobres, corrompido y desfigurado por los peces del mar. El mar no los mató, no fue un naufragio casual, los asesino la imposibilidad de existir en este expaís que es Venezuela. Quién pensaría que por la misma península por la cual Colón creyó encontrar al Edén, ahora sea un altar para el sacrificio, de los desdichados que se lanzan al mar buscando la paz y el futuro.

Finalmente espero  que esta tragedia, no se convierta en una cacofonía vacua, infinita y recurrente, como la ola que rompe contra la tierra, espero que sea lección y no forme parte del cardumen de las líquidas redes sociales, en las cuales algunos se dan golpes de pecho y mantienen vínculos, con los opresores, tratos con este anatema cruel del chavismo y están expectantes a la espera de alguna migaja que se caiga de la mesa, en la cual esta hegemonía hace festín con los exiguos recursos de este miserable país.

Existen dos mares, uno que no es homicida de los náufragos desdichados, a quienes esta masa de agua que cubre casi a todo el planeta, no ha matado y otro mar, aquel que sirve de vehículo a las lujosas embarcaciones de la heredad hamponil, que han convertido en botín al erario público nacional, dos mares en medio de dos países y de dos sociedades, a las cuales la estafa del chavismo logro hacer absolutamente injusta y desigual, usando un discurso colectivista.

Que descansen en paz, que tengan consuelo sus familiares y que los demás expatriados tengan suerte al intentar burlar la crueldad de la calaña trinitaria, pues el horror de morir ahogado no es lo suficientemente grande y aleccionador, para contener el deseo de existir y vivir en libertad, así nos desprecien nuestros vecinos trinitarios, ahora cuando se sienten superiores a nosotros, tal vez nuestros compatriotas son pobres y desesperados, pero la crueldad de las autoridades trinitarias los hacen navegar en la laguna Estigia, en la cual se entra en las bóvedas de Satanás, allí el verdadero juicio, allí el verdadero naufragio, su maldad, la perversión desde el Fuerte Tiuna y la indolencia del mundo entero, no yace en el fondo del mar, flota y demuestra cuán infinitamente retorcido se puede llegar a ser.

No los mató el mar, eso lo debemos repetir como una jaculatoria, fueron víctimas del deseo de vivir en libertad, los echó al mar la pulsión visceral del hambre, el deseo de no ser una estadística más en la República que tortura y quizás la maldición, no de estar rodeados de agua, como así lo cantara el antillano Virgilio Villegas, los mato la maldición de estar rodeados de agua y atados a una tierra firme que los atormenta, con hambre, miseria, pobreza y horror.

Sirvan estas líneas para que los atolondrados y “sabios” asesores entiendan la magnitud de la crisis, sirva esta tragedia para que una dirigencia política líquida, laxa y de utilería comprenda la necesidad de instrumentalizar un plan concreto, para lograr el fin de este horror, ya basta de dilaciones, de efluvios y de grandilocuencias que no son políticamente usables. No los mató el mar, a los náufragos de Güiria los mató la indolencia y la perversidad, como tampoco el frio del páramo es responsable por la muerte de los caminantes, que huyen de la frenética Venezuela de Maduro, hacia la xenofobia de Ecuador y del Perú, el homicida es el mismo, el homicida es el catecismo cubano, por el cual Chávez se decantó en 2006.

Quiera Dios logremos cerrar estas heridas hondas y profundas que horadan nuestras almas, que laceran nuestra mente y nos sumen en este paroxismo de luto y tristeza.

“La maldita circunstancia del agua por todas partes

me obliga a sentarme en la mesa del café.

Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer

hubiera podido dormir a pierna suelta.”

Virgilio Piñera.

 


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