Detalle de ilustración de José María Nieto / ABC

Nunca fue la nuestra lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano. Fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suyo, por voluntad libérrima, el idioma de Cervantes”. (Juan Carlos de Borbón).

Cuando uno se encuentra sumergido en la literatura, no ya como medio de vida sino, más bien, como modo de vida, es cuando de verdad comprende la importancia de tener un lenguaje como el castellano. Un lenguaje rico en matices, en expresiones y en terminología que te permite, como herramienta, disfrutar de lo que escribes, de lo que lees y de lo que comunicas de un modo que, en otras lenguas, sería imposible.

Es cierto que esto puede dificultar la comprensión de los que no tienen la fortuna de hablar, de forma nativa, la lengua de Cervantes, de Góngora, de Quevedo y, por supuesto, de Pablo Neruda o de Rómulo Gallegos, pero nos provee, a los nativos, de una riqueza léxica que nos permite no solo comunicar, sino jugar con el lenguaje de tal modo que un texto, una expresión, sea interpretable no solo en su sintaxis, sino también en su contexto y, si me apuran, en su entonación.

Si a esto unimos que el castellano es el cuarto idioma más hablado en el mundo, pragmáticamente hablando, y el segundo más utilizado a nivel global, ya que el Mandarín y el Hindi son empleados principalmente a nivel local, la fortuna de poder utilizar este lenguaje va mucho más allá de la comunicación.

Por eso, cuando a nivel nacional, en esta España aterradora que nos está tocando vivir en los últimos años, se hace una utilización partidista del lenguaje, de los distintos lenguajes que se hablan en España, esto es cierto, es algo tan vil como hablar mal de la propia madre, de los principios en los que se ha sustentado no solo la historia de España, sino también la del mundo, proveyendo no solo de una herramienta, sino de una identidad común a toda la amalgama de países hispanohablantes que componen la comunidad hispanoamericana. Es tan estúpido tratar de hacer leña del mobiliario que adorna tu historia, como enterrar en el fango las riquezas que la historia misma te ha aportado.

En este país, España, cuna de la lengua castellana, nos estamos dedicando a promover el uso, en las instituciones, de otros lenguajes e idiomas que, si bien tienen tal consideración por derecho histórico, no ha hecho sino dividir las distintas sensibilidades que componen esta nación. Lenguajes que se están utilizando como arma arrojadiza para promover el enfrentamiento y la ruptura, que es de lo que se nutre un gobierno social-comunista como el que ahora nos desgobierna.

Y si bien se ha de reconocer la importancia cultural, histórica e identitaria de estos lenguajes, no podemos o no debemos sino sentirnos orgullosos de ser la madre patria de un idioma que ha dado, sin lugar a dudas, las mejores obras literarias de la historia de la humanidad, y los momentos más brillantes de la oratoria tanto a nivel político como cultural y social.

Por lo tanto, el castellano, allí donde se ha adoptado como lenguaje común y oficial, es algo de lo que sentirnos orgullosos; un idioma que nos identifica, como comunidad hispana, a nivel global, y que nos refuerza en el panorama internacional como lo que somos; aquellos que hemos sido bendecidos con el idioma más rico del planeta como patrimonio cultural y humano.

No dejemos que algo tan vil como la polarización y el consiguiente adoctrinamiento ensucie, no solo en España sino en toda Hispanoamérica, algo tan bello como el idioma de Cervantes.

Artículo publicado en el número de diciembre de Diplomatic World Magazine.

 


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