Hay una pregunta que reiteradamente me hacen estudiosos y amigos preocupados por América Latina y Venezuela: ¿Qué les pasó? ¿Por qué perdieron el rumbo democrático? No estaba en la agenda internacional de hace tres décadas como proyección el viraje que daría Venezuela. Todo estaba bien, pero no lo estaba. El remedio fue demoledor. Por supuesto, una respuesta honesta tiene que dejar de lado las pasiones, las vivencias, las angustias personales, las arbitrariedades a que puedas haber estado sometido. En la Venezuela de hoy, todos hemos sido atropellados. En el hueco todos se maltratan. El país entero ha sido agraviado, no hay venezolanos más felices que otros, ni siquiera los que ostentan el poder y tienen recursos están bien, tranquilos, disfrutando, pero la conciencia es a veces más cruel que la aparente realidad. Siempre la vida te recuerda lo que hiciste mal, si le hiciste daños a otros. Todos sabemos lo que se hizo bien y lo que se ha hecho mal. El país está maltrecho física y emocionalmente. No hay manera de engañar  a la gente, La economía por el suelo, los empleos precarios, las pensiones y jubilaciones una vergüenza, la salud de la nación deteriorada. Nuestras ciudades descuidadas, la gestión pública ineficiente, con algunos destellos, pero en general muy maltratada. Lo peor, la diáspora, la partida de millones de venezolanos, los hijos, los sobrinos, los hijos de los amigos. Un golpe bajo a la nacionalidad.

Pero igual, la pregunta, ¿qué nos pasó? La respuesta es más amplia que la pasión política. No todo comenzó en revolución. Nos descuidamos, los contrapesos eran frágiles, el Estado de Derecho tenía sus limitaciones, la pobreza crecía y la democracia era deficitaria. El pasado le abrió la puerta al presente, descubrimos que había menos demócratas de los que nos imaginamos. La mayoría del país quiere los caminos cortos para el éxito. Al grito de revolución y cambio, nos lanzamos al vacío. El gobierno se convirtió en dueño y señor de las instituciones, no hay balanza que permita contrapesos. Todo el mundo quedó atrapado. Hasta los que se quieren quedar en  el poder a como dé lugar están enredados, no saben cómo salir del hueco. Todo el país está en la oscuridad, atropellándose, dejando poco oxígeno, sobreviviendo, cerrando las luces de esperanza, para algunos mejor dejarnos en las tinieblas para que una minoría sobreviva a costilla de los demás. Respondo a los que indagan que siempre hay salidas, no hay desastres eternos, para eso existen las negociaciones, para buscar alternativas, para equilibrarse, todos ganan, nadie pierde, la mayoría del país sabe lo que quiere, nada más y nada menos que más democracia, más instituciones independientes, respeto por el prójimo. El país tiene que reflotar, salir del hueco, de lo contrario la crisis se mantendrá, sobrevivirán unos pocos a costillas de la mayoría, pero cuidado, la vida que navega  en incertidumbre es trágica. Es una bomba de tiempo. Mejor desenredemos el cordel de la discordia. Veamos la luz que hay arriba como la guía, el camino. Que Venezuela se reencuentre, que asumamos las cargas que nos corresponden, que miremos hacia delante y menos por el retrovisor. El país exige grandeza, espíritus nobles, dirección sin cortapisas y sobre todo humildad para lograr un cambio que permita apostar por un mejor país, que nos haga una nación próspera de nuevo, que no confrontemos sino que construyamos. En democracia están las herramientas para que el país se reinserte, sea reconocido, reintegre a la familia de la diáspora, que sea de nuevo una opción para la inversión, la generación de empleos dignos. Tenemos demasiadas oportunidades en tantos sectores, sea energético, turismo, agricultura, minería y medio ambiente. Todo es posible, reconstruir una nación se puede, las elecciones transparentes son la ruta. Solo así lograremos salir del hueco.


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