Con el mismo título que encabeza el presente escrito he publicado dos artículos en este diario e igualmente incorporado con esa denominación un capítulo a la segunda edición (ya preparada) de mi libro El hombre y sus inquietudes. Creemos que en ciertos aspectos las personas deberíamos tratar de asemejarnos a la luz, a ese generoso e intangible fenómeno natural que tantos beneficios  brinda a la humanidad.

No contamos solamente con una clase de luz. Los seres humanos tenemos a nuestra disposición muchas luces: en primer lugar, la que percibimos por nuestros sentidos proyectada por el astro rey que, además de iluminar todos los espacios, proporciona al mismo tiempo energías suficientes para  la sobrevivencia de animales y vegetales, gracias a los cuales podemos subsistir. De manera que tan generosa y agradable claridad no nos  sirve solamente para diferenciar el día de la noche.

Además de esa resplandeciente luz emanada del mundo sideral, hay otra  no perceptible físicamente, es la muy importante y poderosa luz intelectual, poseída como un privilegio por los seres humanos. Esta es generada por un llamémoslo misterioso aparato psíquico (para darle un nombre), que también es privilegio nuestro el poseerlo.

Amparados en esa poderosa luz intelectual el hombre, los seres humanos han logrado hacer la ciencia, crear la filosofía, el arte y la tecnología. No solo se han ocupado de crearlas sino también de aplicarlas, utilizándolas debidamente en su constante búsqueda del bienestar humano. Entonces, siendo el hombre su poseedor, es él el único que puede cultivarla, modificarla y enriquecerla libremente de acuerdo con sus aspiraciones y necesidades.

Volviendo a la luz sideral, nos complace afirmar que ella no es egoísta, no se disfruta a sí misma, sino que se proyecta generosamente para los demás. Pareciera que se extasía rompiendo sombras y alumbrando la bella naturaleza y todo lo visible creado por el hombre.

La luz es símbolo de vida y de sabiduría, representa la idea del bien, de la esperanza y de la libertad. ¿Por qué no tratamos de imitarla?

Siendo ella símbolo de sabiduría y sabiendo nosotros que tanto la vida material como la vida social, en las que nos desempeñamos, siempre  requieren de aprendizajes por parte nuestra; entonces debemos tomar conciencia de que aprender es una necesidad vital. Por ello, conforme hemos recibido tantos aprendizajes, tenemos ahora la obligación de transmitirlos, de enseñar. De manera que, indistintamente, todas las personas debemos y podemos  ser educadores y educandos, a la vez.

También contamos con otra luz, la espiritual, que nos es imposible explicarla ni describirla porque es algo intangible y sobrenatural. Deberíamos  entenderla como una virtud que alienta y fortalece  a los seres humanos en sus angustiosas preocupaciones. Es como un fogonazo, algo así como la presencia momentánea en nuestra mente de una divinidad que nos ilumina. Las profundas convicciones religiosas atraen esa luz. Ella es sobrevenida repentinamente, luz que aparece y al cumplir tan delicada misión desaparece, se nos va. No depende en nada de la voluntad humana. Indiscutiblemente, esa misteriosa luz es la esencia de algo espiritual que aparece por un momento y desaparece luego  haciéndonos imposible retenerla.

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