En uno de los tantos artículos publicados terminábamos con esta afirmación: la escritura y la expresión verbal son las dos formas más inteligentes con las que contamos para comunicarnos. Y, ahora agregamos, cuanto se escribe es para leerlo y, ante el riesgo de extraviarse, lo escribimos. Así surgió la necesidad de inventar la lectura.

Además de los humanos, los otros seres vivos también se comunican. Cada especie tiene sus propias maneras de hacerlo, como su idioma, pero incomprensible para los demás. Esos comportamientos que exhiben son, quizás, expresiones con las cuales manifiestan estados de ánimo, deseos o necesidades. En cambio, los seres humanos que afortunadamente contamos con lenguajes comprensibles –no antes cuando se comunicaban por la mímica o mediante gestos– más tarde lo hicieron por el mágico sonido de la voz y, al evolucionar, llegaron a valerse de los signos gráficos como lo es  la escritura. Esa evolución no se ha detenido, pues dotados como lo estamos de una privilegiada capacidad intelectual hacemos la cultura y, con ella, construimos la civilización.

Así, haciendo uso del intelecto, el hombre creó estas dos formas de difusión y enriquecimiento de la cultura: la voz, el hablar, adquirida por naturaleza pero educable y la escritura, ambas se hacen con la palabra, que es su materia prima, a la cual técnicamente se le denomina “signo lingüístico”. Con la palabra ya sea en forma verbal, escrita, radial o televisiva se cumple cabalmente con la necesaria comunicación entre los seres humanos. Pero, para el óptimo cumplimiento de esas actividades se requiere de disciplinas, razón por la cual surgió la necesidad de establecer normas para su adecuado uso y manejo, y no dejarlo al capricho de cada quien. Razón por la cual se inventaron los idiomas, cada uno con su respectiva gramática.

El castellano es nuestro bello idioma, vino de muy lejos y cuenta con diversas fuentes, una de ellas data del año 218 a. C. cuando Roma empezó la conquista y colonización de la península ibérica, tarea que le llevó casi 200 años. Durante ese lapso, los romanos fueron desplazando de la península a los iberos y, al mismo tiempo iban imponiendo su gobierno y trasladando a ella la rica y variada cultura romana que poseían en cuanto a ingeniería, vías de comunicación, acueductos, técnicas agropecuarias y construcciones de todo tipo. También fueron introduciendo una nueva organización civil, social, política, jurídica y militar, las que regían en el Derecho Romano.

Esa cultura contribuyó a lograr en la península el progresivo desarrollo económico, social y cultural, al que se ha denominado “Romanización de la península ibérica”. Durante esa  romanización, Iberia cambió de nombre y de idioma, pasó a denominarse Hispania y sus habitantes fueron abandonando las viejas lenguas y adoptando el latín, que primero había sido un dialecto del Lacio. Así, el latín pasó a ser el más importante idioma en el imperio romano y durante toda la Edad Media.

La historia nos cuenta que con la desmembración del imperio romano de Occidente, el latín empezó a perder vigencia y, tiempos más tarde, se transformó en las denominadas lenguas romances de las cuales una es nuestro castellano. Este idioma en sus comienzos fue un dialecto hablado en el Reino de Castilla y, con el paso del tiempo, se convirtió en el idioma oficial de España, y luego de la unificación habida en el siglo XV, pasó a ser de toda la América hispana.

El castellano se oficializó en España con la ordenanza dictada por Alfonso X, el Sabio, quien estableció la obligación de que en este idioma y no en latín se escribieran todos los documentos públicos. La gramática castellana que escribió Elio Antonio de Nebrija reforzó el carácter de idioma nacional de España. Si bien, la base fundamental del castellano fue el latín, otras lenguas ibéricas hicieron su aporte como el griego y las lenguas árabe y germana..

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