Ilustración: Jeanette Ortega Carvajal. Twitter: @jortegac15

Israel es un pequeñísimo país que hasta hace poco era un desierto sin agua dulce natural y ahora es absolutamente verde, poseedor de una de las agriculturas más avanzadas del mundo. En Israel engañaron al mar, le robaron la sal para subyugar al desierto y transformarlo en un vergel.

No entiendo la actitud del señor Dios con la tierra natal de su hijo:

―Ahhh… ¿ustedes quieren patria? Allí tienen ese pedacito de desierto sin agua ni petróleo, con un mar muerto y rodeado, además, por países enemigos del pueblo judío.

Dios sabe lo que hace. Escogió a Israel, una tierra estéril convertida por sus habitantes en la actual tierra fértil para que, en un pequeño pueblo llamado Belén, hoy territorio palestino, naciera Jesús, su hijo. Por mi parte, amo a Israel y al pueblo de Palestina, destinados por Dios para, juntos y en paz, vivir hasta la eternidad.

Es impresionante que a pocos metros de la frontera con Siria, en el Golán, en medio de campos minados, como magia, florezcan viñedos para elaborar vinos que asombran y deleitan al mundo.

En el territorio de Israel también existe otro país. Esto es difícil de entender, pero es así. Israel y Palestina comparten la tierra. Para completar las dificultades no es que Palestina ocupe un determinado espacio. No. Palestina está regada en varios espacios dentro del Estado de Israel, o para decirlo de otra forma, al lado, arriba y dentro de Palestina, está Israel. Les voy a poner un ejemplo para que se entienda mejor.

Supongamos que Chacaíto es territorio de Palestina, Sabana Grande territorio de Israel y Plaza Venezuela es Palestina otra vez, pero al mismo tiempo todo es Israel y Palestina. Algo de lo que casi nadie habla es que los palestinos tienen representantes en la Asamblea Israelí, quienes son respetados por sus colegas judíos.

El Muro de los Lamentos, ícono del pueblo judío, limita pared con pared con dos enormes mezquitas árabes en donde hacen sus oraciones al mismo tiempo que los rabinos hacen las suyas.

El Santo Sepulcro, en Jerusalén, es una paradoja; está en territorio israelí y dentro, religiosos rusos y griegos pelean a diario con curas católicos hasta que llega la noche y cierran la puerta … ¿saben quién les cierra y les abre la puerta? ¡Un musulmán!

En Israel conviven, pegaditos, los musulmanes, los católicos, los ortodoxos rusos y los ortodoxos griegos, con la particularidad de que todos se tienen rabia.

En Jerusalén existe una obra maestra de arquitectura mundial: El Museo del Holocausto. Después de visitarlo, es imposible gesticular palabra. Increíble y conmovedor el homenaje a más de 1.500.000 niños asesinados por los nazis.

En una sala inmensa, fría y oscura pero bella a la vez, una vela permanece encendida frente a un sistema de espejos. La imagen se multiplica millón y medio de veces mientras una voz dice el nombre y apellido de cada uno de los niños asesinados; al terminar, la lectura de la lista se reinicia de nuevo y así ocurre una y otra vez. Hay que vivirlo.

Los judíos están acostumbrados a sobrevivir. La última vez, sobrevivieron al Holocausto de Hitler quien, de forma cruenta, literalmente intentó acabar con el pueblo judío.

Los sobrevivientes de aquel horror, aquellos quienes milagrosamente pudieron aguantar, los soñadores, los estoicos, los valientes, transcurridos solo tres años de finalizada la II Guerra Mundial, el 14 de mayo de 1948, fundaron el Estado de Israel.

Escribo esto en homenaje a aquellos que soñaban dentro de los campos de concentración y no pudieron ver el final. Son millones los homenajeados, sin embargo, dedico mi escrito de hoy, a alguien que representa al pueblo judío: la inmortal Ana Frank.

Es el Holocausto el trágico comienzo de un valeroso e indómito pueblo.


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