Los eneros de todos los años, los venezolanos nos dedicamos a conmemorar un hito crucial en la historia de nuestro país, marcado por el coraje y la determinación de un pueblo que se unió para poner fin a una época oscura y de ingrato recuerdo para los derechos fundamentales de la ciudadanía.

El 23 de enero de 1958 es recordado como el día en que todas las fuerzas vivas del país, independientemente de sus inclinaciones políticas, se unieron en un solo clamor: el reclamo del derecho a vivir en democracia, de decidir su gobierno y su destino. Así se puso fin a una década de régimen autoritario.

El acontecimiento tuvo sus raíces en una serie de eventos previos que culminaron en una inesperada protesta destinada a modificar para siempre la historia nacional.

El detonante fue la crisis por los sucesos del 1 de enero de ese mismo año. El alzamiento de oficiales de la Fuerza Aérea y el cuerpo de blindados del cuartel Urdaneta generó una crisis de liderazgo. Aunque estos levantamientos no tuvieron éxito, sentaron las bases para la acción posterior.

Simultáneamente, la crisis política se intensificó tras el plebiscito de diciembre de 1957, en el que los resultados fueron alterados. Dos cambios sucesivos de gabinete contribuyeron a la descomposición del poder.

Diversos sectores de la sociedad se unieron con manifiestos, firmados por representantes de diferentes campos, así como pronunciamientos públicos de instituciones nacionales, como el Colegio de Ingenieros y la Asociación Venezolana de Periodistas.

A mediados de enero, la llamada Junta Patriótica, una coalición de fuerzas políticas, convocó a una huelga general para el 21. Este acto fue un llamado a la movilización, marcado por la huelga de prensa que inició una serie de eventos que precipitarían el desenlace.

El paro se llevó a cabo de manera contundente, y en diversas partes de Caracas, se produjeron enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas del gobierno. La sociedad venezolana demostró de qué estaba hecha y su determinación para alcanzar la meta final.

En la madrugada del 23 de enero, Pérez Jiménez huyó desde el Aeropuerto La Carlota rumbo a Santo Domingo. El dictador se vio privado de todo respaldo, y el pueblo venezolano celebró la caída de la tiranía.

Fue un momento en el que todo el espectro político, desde la derecha hasta la izquierda, pasando por los centristas y los moderados, junto a todos aquellos que anhelaban vivir en libertad, dejaron de lado sus diferencias ideológicas y confluyeron de manera ejemplar, al poner por encima de todo el interés nacional, los principios y los valores sobre los cuales se edifica y mantiene una patria.

La lucha por el bien común tuvo un objetivo final: el derecho soberano y sagrado a decidir el destino de Venezuela a través del voto popular. Quedó para el registro de la historia la certeza de que la democracia es un ideal que trasciende las fronteras partidistas, tan por encima de las toldas circunstanciales, que logró borrar por un momento estelar de la nación todas las diferencias, pequeñeces y mezquindades.

Este espíritu de unidad demostró que era la llave para abrir las puertas hacia un futuro distinto, ya que era capaz de pasar la página de una etapa donde ocurrieron hechos inaceptables.

La caída de la dictadura liderada por Marcos Pérez Jiménez en 1958 marcó el fin de un modelo que buscó imponerse por la fuerza, despreciando la voluntad del pueblo bajo la fachada de grandes obras materiales que tuvieron como escenario principal a la capital.

Pero la verdad es que se perpetraron numerosos actos que violaron los más elementales derechos humanos de los venezolanos. Se multiplicaron los rumores inquietantes de persecución, tortura y asesinato contra aquellos que simplemente aspiraban a vivir en un sistema democrático. El tiempo y el fin de aquel régimen confirmaron las espantosas historias que antes se comentaban con miedo y en secreto.

De cara a este aniversario, es crucial recordar que el fin nunca justifica los medios. El costo humano de mantener un régimen autoritario, aunque se apertreche tras supuestos logros económicos o infraestructurales, es inaceptable.

Aquella generación defendió sus principios fundamentales, sencillamente hasta que los hicieron valer por encima de los supuestos beneficios que se publicitaban como fachada para justificar los atropellos.

El espíritu del 23 de enero perdura en el tiempo como un recordatorio constante de la valentía de aquellos que se levantaron por los ideales esenciales del ser humano, como la libertad.

En este aniversario, unimos nuestra voz para rendir homenaje a las vidas que se sacrificaron por dar un nuevo amanecer a Venezuela. Que nunca olvidemos la trascendencia histórica del 23 de enero de 1958.


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