En los dos últimos artículos hemos realizado una lectura más o menos razonada del mito de Orfeo y Eurídice, a partir de los textos de Ovidio y Virgilio, que son los que en la Antigüedad trabajaron la versión final del mismo. En esta ocasión, y aún en la próxima, estaremos completando esta serie de cuatro artículos con el análisis del mito órfico y las consideraciones que hacen posible afirmar que Orfeo encarna el nuevo héroe helénico. Luego dedicaremos un par más de ensayos al estudio del mito de Orfeo y Eurídice en relación con el culto órfico —de trascendental influencia en la Grecia Antigua—.

Una motivación fuera de lo común

Lo primero en considerar al aproximarnos analíticamente al mito de Orfeo y Eurídice es la motivación expresada en un deseo. Todo héroe necesita una para iniciar el viaje heroico: Odiseo anhela regresar a Ítaca, Heracles desea purgar su crimen familiar, Aquiles quiere vengar la muerte de su amigo Patroclo y Orfeo ansía resucitar a su esposa, por citar unos pocos ejemplos. No todos estos héroes, sin embargo, tienen la misma motivación de Orfeo. Ambición, remordimiento y odio mueven a aquellos. A Orfeo lo impulsa el amor.

Nuestro héroe se sale de lo común. Es una rara avis en el panorama helénico de aquel pensamiento mítico-religioso. Orfeo no es un héroe al estilo de Aquiles, cuando la areté física prevalecía, sino un héroe fundado en una areté intelectual. Todo pareciera indicar que el mito de Orfeo y Eurídice surge cuando la areté (ἀρετή, ‘deseo de excelencia’) se desplaza tempranamente del patrón de excelencia física al patrón de excelencia intelectual. Podría pensarse, por ejemplo, que tuvo su origen entre las últimas penumbras de la Grecia arcaica y los primeros albores de la Grecia clásica, en el s. VI a. C., y que se desarrolló con fuerza ya hacia el Siglo de Pericles (s. V a. C.).

En este sentido, Orfeo cumple su cometido en tanto que héroe: por amor desciende al inframundo, por amor convence a sus dioses y por amor marcha de regreso con la amada entre desafíos y horrores. La razón por la que vuelve la mirada escapa a su voluntad. Lo mismo que Heracles, ha sido alcanzado por la locura. Virgilio se cuidará de decir de aquel desvarío que sería «muy perdonable en verdad si supieran perdonar los espíritus infernales». Por otra parte, Eurídice, que no esperaba resucitar, se vio a punto de lograrlo como consecuencia del esforzado Orfeo, razón por la cual Ovidio dirá que «ya por segunda vez muriendo no hubo, de su esposo, / de qué quejarse, pues de qué se quejaría, sino de haber sido amada».

Un arma peculiar

Todo héroe griego porta un arma. Odiseo y Aquiles se hicieron famosos por su espada. Perseo, por su escudo. Heracles, por sus puños. Paris, por su arco, lo mismo que Belerofonte, pero Orfeo tenía… ¡una lira! En él se dan cita la poesía, la música y la elocuencia, con lo cual reúne magistralmente lo mejor del legado artístico de la Grecia arcaica. La lira de Orfeo es un anticipo de lo que después del siglo V serían las típicas armas del héroe culto. Baste recordar, por ejemplo, el papel de Arquímedes como héroe intelectual en el sitio de Siracusa.

Como ya hemos dicho, la lira órfica suspenderá temporalmente el castigo de los condenados más famosos del Tártaro: Ixíon, Tántalo, Ticio, Sísifo y las Bélides. También arrancaría, por única vez, lágrimas a las Euménides. Persuadiría al barquero Caronte y a los jerarcas del inframundo (Hades y Perséfone). Como si fuese poco, burlaría al can Cerbero ¡dos veces! —al entrar y al salir—, y centraría sobre sí la atención de los muertos.

Todo el poder de Orfeo reside en este instrumento y en la persuasión musical que de él mana. Hay, sin embargo, un aspecto central en el mismo: el dominio de la naturaleza. La lira órfica tiene la capacidad de someter a todo el orden natural, animado e inanimado. Virgilio cuenta no solo cómo se amansaban las fieras al oír tañer la lira, sino que las mismas nueras de los cícones le atacaron con piedras, las cuales se postraban sumisas a los pies de Orfeo. Solo cuando aquellas consiguieron ahogar los acordes de la lira con el ruido de sus instrumentos musicales, las piedras lograron herir de muerte a Orfeo.

La potestad órfica es la de la elocuencia musical, y como aspira a la areté, debe cumplir con la virtud más relevante de esta: la sophrosine (σωφροσύνη, ‘moderación, templanza’). Por ello Orfeo no puede tocar su lira más allá de los límites de la sophrosine, quedando la melodía de su instrumento eclipsada por la de sus ejecutoras, que carecían de areté. Podría decirse, entonces, que la areté órfica tiene su centralidad en la sophrosine, de lo cual dará abundante prueba Orfeo en su viaje al inframundo.

En el artículo que sigue continuaremos analizando el mito de Orfeo y Eurídice en dos dimensiones: el Hades propiamente y el descenso de Orfeo al mismo.

@Jeronimo_Alayon


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