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El triunfo de Vladimir Putin en las cuestionadas elecciones rusas ha llevado un vientecito de alivio al Palacio de Miraflores. «Es un buen presagio para el 2024», dijo Nicolás Maduro. El exagente del KGB soviético lleva 25 años en el poder y se renovó para un período de 6 años más (y podrá seguir postulándose). El régimen venezolano hizo una fiesta semanas atrás para celebrar ante la indiferencia popular su cuarto de siglo al mando en Venezuela. Maduro también busca un nuevo período de 6 años en unas elecciones que se parecen, y mucho, a las putinescas.

Putin le ganó a otros tres candidatos afines. Los competidores reales están muertos, en el exilio o en la cárcel. Y uno, que se salvó de esos destinos, Boris Nadezhdin, crítico del Kremlin y de la guerra en Ucrania, fue impedido de presentarse a la elección por «defectos» en las firmas que apoyaban su candidatura. Por eso Putin es el ejemplo. «Nuestro hermano mayor», dijo el inquilino de Miraflores.

Maduro copia la receta patentada por el KGB y perfeccionada por estos lados por  el G2 cubano. Hay una comparsa de partidos para acompañar a cambio de prebendas el cronograma electoral a la carta elaborado por el régimen. Se inhabilita a la líder política con más apoyo popular, según todas las mediciones, y se anulan tarjetas de participación electoral de partidos adversos. Se detiene, desaparece y encarcela a activistas sociales y políticos sobre la base de supuestas conspiraciones ocurridas a principios del año pasado que nunca se hicieron públicas y aparecieron, de repente, en plena etapa electoral.

Venezuela, Cuba y Nicaragua, que salieron a aplaudir a Putin, son países en la miseria y en la sinrazón. Los datos de la Encovi 2023 –la encuesta sobre las condiciones de vida de los venezolanos– ubica a 51,9% de las familias venezolanas en el rango de pobreza multidimensional: pobreza de ingresos, pobreza de educación, pobreza de vivienda, pobreza de servicios. Ese es el saldo de la “revolución bolivariana” un cuarto de siglo después de su llegada.

No hay duda alguna de que en una elección libre y limpia Maduro pierde abrumadoramente. El temor a perder el poder es tan grande como la extensión de Rusia. Porque, además de la destrucción de Venezuela, sin que  haya una guerra o se haya producido la confluencia de varios desastres naturales, las cabezas del régimen tendrían que rendir cuenta sobre el brutal atropello de los derechos humanos debidamente documentado interna y externamente.

De ahí, la necesidad de una negociación política que favorezca la transición a la democracia, la vuelta del país a la senda del progreso y el establecimiento de garantías legales y políticas para todos los actores del agudo y extenso conflicto venezolano.

Persistir en la “vía Putin” es un callejón sin salida. Más migrantes, lo que desangra el país, preocupa a todos los vecinos de la región, a naciones europeas y a Estados Unidos. Más privaciones de todo tipo, alimentos, salud, seguridad y libertad. Y el colapso final de los servicios públicos básicos de agua y luz. ¿Es eso un buen presagio, señor Maduro? ¿Qué dicen sus socios cubanos que ya han tenido que recurrir al programa mundial de seguridad alimentaria porque la “ayuda” venezolana es cada vez más pobre?

María Corina Machado señaló esos escenarios en su reciente mensaje al país: negociar la transición con garantías o arremeter contra lo que queda de libertad y oposición política. La fuerza popular, la convicción ampliamente mayoritaria de la gente, quiere el cambio político. Quiere criar a sus hijos, reunir a las familias, contar con escuelas y hospitales que funcionen, que haya salarios de verdad. No hay ni espacio ni tiempo para la venganza. Sí para la paz y un futuro de reconstrucción.

 


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