Vellocino de oro

Quien iba a pensar en el pasado siglo XX que más de 10 millones de personas iban a tener que huir de una guerra no convencional como la que se lleva a cabo en Venezuela, durante más de dos décadas. Ni la clase profesional mejor preparada, ni los industriales, ni los banqueros, iban a pensar qué tan revolucionario podía ser el expolio y el daño a los habitantes.

Tales acciones no son un caso único de Venezuela, ha sucedido en Colombia y no deja de suceder en muchas naciones del mundo. Si se echa una mirada a toda América Latina, se aprecia que se repite el mismo patrón de políticas públicas que terminan extrayendo las riquezas más importantes que tiene una nación, la cual no es el oro, el petróleo, la plata, el cobre, piedras preciosas, los minerales e incluso el agro o el agua, sino la gente, en especial, la inteligencia que cada persona lleva consigo.

Los intereses que mueven los hilos del poder en las naciones del mundo con tesis colectivistas saben mejor que nadie que al someter a los habitantes a sólo dos alternativas, quedarse teniendo que vivir bajo la vigilancia y el control permanente a la discreción de la tiranía o irse teniendo que soportar los embates de la migración, sabiendo que en cada éxodo se va la inteligencia, la voluntad, con todos los valores humanos deseables o indeseables, para el sostenimiento del modelo tiránico instaurado.

Dicho esto, los venezolanos apenas se van dando cuenta de que están en guerra, pero no cualquier guerra como guerra civil o internacional, aunque si hubiera tal supuesto negado no sería con un Estado fronterizo, como sucede en Ucrania, sino contra un modelo de Estado comunista, instaurado en la isla de Cuba, como satélite del comunismo internacional.

Empero, la verdad es que Venezuela está enfrentando la peor de las guerras, una guerra de gran magnitud, contra un enemigo invisible, en pleno ingreso de un nuevo orden para el siglo XXI, que encarna un sistema de pensamiento que toca todos los apéndices del poder global, para someter a todas las naciones que hagan falta para el sostén de la tiranía global.

De hecho, durante siglos se cree que el hegemón internacional es un imperio, un reino, una persona, o en su epónimo el anticristo o antimesías, profetizado por las escrituras; por ejemplo, en la Edad Media se creía que el enemigo eran las brujas, los hechiceros; para la Alemania Nacionalsocialista se pensaba que el enemigo eran los judíos, donde incluso existe un texto que lleva como nombre “El judío internacional” de Henry Ford; igualmente, a principios del siglo XX, en plena Rusia zarista para los bolcheviques y mencheviques el enemigo era el mismísimo zar, del cual no quedó heredero porque asesinaron a toda la familia real. Si se retrocede cien años atrás de ese evento en la línea del tiempo, para los mantuanos en Hispanoamérica el enemigo lo representaba la autoridad del rey del otrora Imperio español.

A todas estas, siempre ha existido un supuesto enemigo; siempre se ha señalado un enemigo visible y siempre se ha sufrido el costo de la guerra de esa orientación, cuando la verdad es que el enemigo no es un individuo, grupo o corporación de ellos, tampoco por eso es un enemigo imaginario, sino que se está en presencia de un sistema que viene quebrantando los fundamentos de la razón y de la libertad; es por ello que se derrocan los tiranos y emergen otros, porque las bases descansan en el modelo de gobernanza como sistema sine qua non.

Abreviando, la humanidad no ha dejado de adorar al vellocino de oro, pero el ídolo no está manifestado en un objeto, cosa mítica, especie de la fauna o un ser antropomórfico, sino que es todo un mecanismo de sumisión y opresión contra la humanidad, al cual el individuo masa, entiéndase siempre adoctrinado, venera.


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