En un país que transita habitualmente por una “guerra social”, reflexionamos ante la pregunta: ¿De qué le sirve tener las reservas más grandes de petróleo y gas del planeta, si la realidad deriva en que la pobreza general se mueve sobre el 90%, abrazada a la hambruna, articulada a la hiperinflación más alta del mundo y la inseguridad ciudadana más grave de su historia contemporánea?

Es un imperativo para la clase política opositora buscar los espacios necesarios que encaucen con urgencia una convocatoria con acciones que tengan una mirada inmediata hacia una transición y así desmontar el fallido modelo socioeconómico llamado socialismo del siglo XXI. Es inaplazable buscar un nuevo orden político para salir de la ruina económica. Mientras no se corrijan las desviaciones estructurales no se resolverán los problemas económicos y sociales.

Para muchos especialistas en macroeconomía, Maduro no quiere entender la etimología de la palabra crisis, actúa de manera irracional, incluso en contra de sus propios intereses del proyecto político / legado de Chávez. Sin temor a equivocarme, vivimos tiempos muy complejos, turbulentos, angustias, dentro de una guerra no de ganar-ganar sino de perder-perder, desgaste, en la que el que tiene todo que perder no es el pueblo venezolano sino el propio Nicolás.

Para la revolución bolivariana el mañana no existe, se revela en su conducta, en sus decisiones, más aún cuando agota todos sus esfuerzos en imponer su voluntad, muchas veces ilógica sobre el sentido común, es decir, imponerla a toda costa, sin importar la descalificación inmediata en diversos temas que tienen mucha significación por su trascendencia en el bienestar del país. Nicolás y sus colaboradores más cercanos viven construyendo todo tipo de entramados, incluso narrativas sociohistóricas, que apuntan hacia incongruencias como que después de su gestión vendría la nada.

Pero la verdad verdadera es que Maduro revela su propia incompetencia; este país bajo su conducción perdió toda posibilidad real de convertirse en un territorio de progreso, justicia y calidad de vida, realidad apuntalada con todos sus recursos naturales y económicos, toda una potencia y no de frase política o electoral. Esta situación convoca a la reflexión sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro inmediato. Sin embargo, pocos son los aportes de la oposición, esta solo se desliza en la confrontación diaria en la política con logros, pero sin resultados.

Venezuela está atrapada dentro de una crisis complicada en todos sus aspectos que se articulan a la emergencia humanitaria, en tiempos de coronavirus. Esto es parte del drama: 7 millones de sus 25 millones de habitantes pasan hambre, un país que no produce y los CLAP ya no dan respuesta a las demandas de los sectores C, D/E de la población. A la ecuación revolucionaria se le descuadraron sus estrategias de control social, administrando el hambre. La economía venezolana al cierre de 2020 proyectaba en lo concreto sería más pequeña que en 2019, el país continuará en una dinámica agresiva e imparable en el proceso inflacionario. Según la FAO, 6,8 millones de venezolanos están sometidos al hambre y todo parece indicar que nada cambiará para bien este año 2021, sino todo lo contrario. En contradicción a lo anterior, voceros del área económica de Maduro se atreven a asegurar que Venezuela está en una fase de recuperación económica, generando mayor riqueza y diversificando su economía, un discurso de todo un mundo paralelo.

Ahora bien, según los últimos estudios de opinión de Hercon Consultores, los resultados son verdaderamente alarmantes: el crecimiento incontrolado de la pobreza en el país alcanza 89,6%, mientras la pobreza extrema se mueve en 65%. Además, se precisa en las investigaciones que 3 millones de venezolanos continúan comiendo de la basura, apenas 7 millones consumen 2 comidas al día y de escasa calidad, situación que ha cobrado miles de vidas, especialmente entre los niños, muchos están muriendo o están en situación de peligro sus vidas. En otras palabras, Venezuela, otrora país petrolero, vive una hambruna por encontrarse en caos casi total, una realidad que conecta directamente con el hambre de los venezolanos particularmente en los estratos C, D y E, filosóficamente hablando es un problema existencial humano, es decir que la gente de mantenerse esta situación estaría dispuesta cualquier acción más cuando llega el hambre y las enfermedades, 3,7 millones están en situación de desnutrición, el 89,0% de las familias sin ingresos para comprar comida.

Las cifras continúan en rojo, Venezuela ocupa el tercer lugar entre los 10 países con mayor deterioro en su seguridad alimentaria, son evidentes las cifras de hambre y desnutrición activan las alarmas ante el mundo.

Es innegable, el actual sistema político venezolano se ha convertido en un híbrido de rasgos militarista y autoritario, una mezcla muy inestable. Sin embargo, Maduro se apoya más en el segundo, es demasiado autoritario para coexistir con la oposición y la Asamblea Nacional para buscar soluciones al problema de la crisis económica. Maduro mira incansablemente el reloj, aspira a sacarle un pírrico empate a quien sin duda merece el triunfo… lo que olvida muchas veces es que el hambre no se hace eternamente solidaria y menos se inmola con proyectos políticos.

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