En el curso de 1999, un entrañable amigo y filósofo de las Ciencias Jurídicas-Políticas elaboraría un libro mediante el cual colocaría un punto final a sus investigaciones personales respecto a los siguientes temas: comunitarismo, americanismo y derecho. Advertí en el profesor Lino Rodríguez-Arias Bustamante  la comprensión y tolerancia de ciertos axiomas del Derecho Natural que lo impulsaron a redactar, corajuda e incesantemente, ideas que los hombres de «buena fe» y con investiduras políticas deberían admitir como si se tratase de mandamientos religiosos. Recuerdo ciertas disertaciones proudhonianas que, pese a su decantación de casi dos siglos, mantienen intacta su vigencia: «[…] Todos los hombres repiten que la igualdad de condiciones es idéntica a la igualdad de derechos; que la propiedad y robo son sinónimos; que toda preeminencia social acordada, o, mejor dicho, usurpada bajo pretexto de su talento y servicio, es iniquidad y bandolerismo […]».

Rodríguez Arias-Bustamante entendió que los avances tecnológicos incidieron, gravemente, en el comportamiento del capital: en la división del trabajo, la distribución de las riquezas y hasta la impartición de justicia. Sin embargo, la preponderancia de la tecnología no derrotó su comunitarista espíritu, ese fidedignamente inspirado en la solidaridad humana. Percibí en el docto amigo, notable intelectual español-venezolano, como pontífice entre los filósofos del Derecho: contrario al sectarismo y la soberbia de quienes ostentan el poder. Durante uno de los almuerzos a los cuales fui invitado por él a su casa, y junto con el argentino Ángel J. Cappelletti, con quien también tuve la fortuna de platicar, expresó: «[…] Es notorio que la nueva revolución tecnológica está afectando las nuevas formas de organización social del trabajo, y con ellas la división del trabajo experimenta profundas transformaciones, tanto en la economía mundial como en el interior de cada una de las que la componen […]».

Cierto que el impacto de la tecnología hirió de muerte a la ética, a mi tesis según la cual si el mundo aspira el calificativo de civilizado la Justicia Social requiere estar por encima de la voracidad del capital: que, en manos de unos y otros adherentes de presuntas ideologías, devasta a los pobladores el planeta. Una entidad criminal universal vio a través de los ojos del inefable y aparencialmente inmutable capital, y decidió perpetuarse en su corpus. El «libre mercado» devino en perversión del comercio, protegido por legislaciones que privilegian a los maleantes del ámbito político-financiero que mitifican mefistofélicas «decisiones de estado». El hambre nada sabe de doctrinas políticas.

Aunque luzca inconcebible ante la mirada del hombre sensato, el vocablo «racionalidad» adquiere la acepción de «sagacidad» más que discernimiento lógico. En las actuales franquicias financieras internacionales, el crecimiento de la economía a favor del bienestar de los seres humanos es una de las caretas de la iniquidad detrás de la cuales no pueden estar sino verdugos: funcionarios sin sensibilidad social: que imponen renovables formas de esclavitud, siempre en función del aumento de las fortunas patronales (de empresarios independientes o quienes ejercen funciones gerenciales en distintas repúblicas). Esclavitud enmascarada, o modo de disciplina laboral adecuado a la multiplicación inmisericorde del capital en tanto que el hambre aumenta en el mundo.

Durante mi temprana edad de trasnocho e insomnio, fue la tristeza lo que me obligó inmergir en el mar agitado de la desigualdad social casi imposible de combatir mediante propuestas políticas-filosóficas. Vi el amanecer de la Lógica demostrándome la inaplicabilidad de ciertas leyes como la dialéctica de la sustanciación del privilegio. La fórmula de mayor recompensa a quien más labora no funciona. Esclavitud, miseria y hambruna rigieron y todavía proceden conforme al antropomórfico egoísmo.

@jurescritor


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