Foto BBC Mundo

Casi 1 de cada 10 personas en el planeta viven en condición de hambre. En solo 2 años -de 2019 a 2021- el hambre atrapó a 150 millones de personas adicionales, para llegar a la brutal cifra de hasta 828 millones de seres humanos. En el orbe, 22% de las niñas y los niños padece desnutrición crónica.

56,5 millones de latinoamericanos y caribeños hacen parte de quienes en forma habitual no logran consumir alimentos que les brinden siquiera el mínimo de energía que necesita un ser humano para mantener una vida normal; es decir, viven en condición de subalimentación, o, en palabras llanas, padecen hambre.

93,5 millones de personas viven en condición de inseguridad alimentaria grave, y 267,7 en inseguridad alimentaria moderada o grave. En total, casi 4 de cada 10 habitantes de América Latina y el Caribe no logran alimentarse suficientemente.

Al mismo tiempo, 106 millones de adultos viven con obesidad, en buena medida porque este es el lugar del planeta donde es más cara una dieta saludable: 22% por encima de lo que cuesta en Europa o Estados Unidos y Canadá, por ejemplo. Todo ello, en la región que es la principal exportadora neta de alimentos del planeta, y que produce suficiente comida para satisfacer los requerimientos básicos de energía de 1.300 millones de personas, el doble de su población.

Estas son algunas de las cifras incluidas en la nueva edición de El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022, informe publicado por cinco agencias de las Naciones Unidas, bajo la coordinación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO.

Sumamos ya siete años de retroceso en la lucha contra el hambre en el mundo y en América Latina y el Caribe. Ello se debe al cambio climático, a los conflictos y guerras, a la pandemia de COVID-19, al débil crecimiento económico, y sobre todo a las desigualdades, pero (y esto hay que decirlo con fuerza) también a la indiferencia.

Un factor no menor que contribuye a agravar la inseguridad alimentaria y nutricional, son los malos apoyos al sector agroalimentario en buena parte del mundo, en especial en los países de ingresos altos y medio-altos; cada año se destinan 630.000 millones de dólares a apoyar al sector agroalimentario, principalmente mediante transferencias directas que suelen beneficiar desproporcionalmente a los agricultores de mayores recursos y a empresas de gran tamaño.

Otro gallo cantaría y no tendríamos que lamentar las cifras de horror con que se inicia esta nota si ese mismo financiamiento se reorientara a promover el acceso de la población a una alimentación suficiente, inocua y saludable y a facilitar e incentivar innovaciones para que los sistemas agroalimentarios sean más eficientes, inclusivos, sostenibles y resilientes.

El nuevo informe de Naciones Unidas muestra cómo la reorientación de los actuales apoyos a la agricultura hacia otros objetivos y usos sería suficiente para mejorar el acceso económico a dietas saludables, incrementar los ingresos de los agricultores, y disminuir el hambre, la extrema pobreza y las emisiones de gases de efecto invernadero. América Latina y el Caribe es una de las regiones que más se beneficiaría de un cambio en este tipo en las políticas agroalimentarias.

La tragedia, entonces, no es solo el número creciente de niñas, niños y adultos que viven el drama del hambre y la malnutrición. Es también que la solución está ahí, al alcance de nuestra mano, pero no la vemos, o no la queremos ver.


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