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 Oficialmente no existe. Pero tal vez eso sea lo de menos. Lo trascendente es que, en la práctica, este grupo de países constituye lo que podríamos llamar el eje del autoritarismo mundial. Los regímenes que conforman este selecto club se han escudado siempre tras esa bien pregonada fachada de “legalidad” y “legitimidad”; vale decir, de ese complejo entramado de principios del derecho internacional que han utilizado de forma selectiva y conveniente para sus fines, propósitos y supervivencia. En ese sentido, la soberanía nacional, la integridad territorial y la no injerencia en los asuntos internos, representan sus más custodiadas coartadas.

Para estos países, es como si el tiempo se hubiese detenido en 1945, año en que el mundo comenzaba a reprogramarse en función de una Organización (ONU) que privilegiaría en adelante esos principios rectores, en tanto que garantía de un mundo de paz y liberado del flagelo de la guerra. Lo que ha sido la posterior evolución y desarrollo de un marco normativo y principista de convivencia internacional, vigente en pleno siglo XXI, y que privilegia temas como los derechos humanos y el derecho humanitario, no cabe dentro de sus esquemas de comportamiento y prioridades existenciales.

Estos regímenes comparten en común ciertos rasgos: no creen en el principio de alternabilidad democrática, con lo cual tratan a toda costa de neutralizar o abolir el voto popular adverso por diferentes vías; representan los intereses de una minoría corrupta e implacable; sus poblaciones están sometidas a una sistemática hegemonía comunicacional, que da paso a una visión distorsionada de la realidad, conveniente a los detentadores del poder; fomentan el terror y represión física como medio de control social, utilizando para ello las fuerzas del orden público: militares y policiales, así como otras estructuras paramilitares y parapoliciales. Por tanto, en esos países la violación de los derechos humanos y fundamentales está a la orden del día; manipulan las leyes nacionales, entre otras, la Carta Magna, para servir a sus intereses de dominación y perpetuación en el poder.

A falta de una estructura orgánica formal y constitutiva, el liderazgo y desempeño en este grupo de países se ejerce de manera difusa, pero bajo un principio de solidaridad automático regido por la premisa celosamente defendida de un mundo multipolar de relaciones internacionales (impregnado, mientras más sea posible, de caos e incertidumbre) y el propósito permanente de adversar el modelo occidental de democracia liberal.

La coartada rusa

Las recientes declaraciones del canciller ruso, Serguéi Lavrov, a propósito de las críticas generadas por el apresamiento del líder opositor, Alexéi Navalny – luego de su regreso de Alemania tras el envenenamiento que sufrió en agosto del año pasado, presuntamente bajo órdenes del Kremlin -, nos obligan a volver la mirada hacia ese singular esquema de asociación. El ministro Lavrov señaló que las críticas a su gobierno no pretenden otra cosa que desviar la atención de los problemas y de la “crisis del modelo liberal de desarrollo”, añadiendo que sus autoridades “no están satisfechas con las tendencias que observa en Occidente, donde las élites, para tratar de alcanzar sus metas internas, buscan activamente enemigos externos, y los encuentran en Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Cuba y Venezuela”. Esto es lo que en el plano humano y de la psicología llamamos “proyección”, mecanismo de defensa por el que un sujeto atribuye a otras personas sus propias virtudes y defectos. Una más de las tantas recetas orwellianas que estos regímenes saben bien aplicar.

Autoritarismo VS democracia liberal

Está claro el papel fundamental que juegan en este grupo la República Popular China y la Federación Rusa, que, con sus potencialidades y recursos incuestionables, han contribuido a la consolidación de un orden multipolar de relaciones, alimentado por el caos y el desorden. Un escenario en el que, entre otras, se enfrentan dos visiones contrapuestas: una autoritaria representada por este eje influyente de seis países (China, Rusia, Corea del Norte, Irán, Cuba y Venezuela), cuyas conductas generan externalidades importantes más allá de sus fronteras; y otra visión que responde a los valores y principios de la democracia liberal Occidental, con Europa y los Estados Unidos como sus dos polos principales.

La etapa que se inaugura con la presidencia del demócrata Joe Biden y la perspectiva de un renovado acercamiento y mayor coordinación de políticas con sus socios tradicionales, particularmente Europa – una prioridad abandonada durante la administración Trump-, presenta una serie de retos incuestionables ante el ascenso preocupante del autoritarismo mundial, con los socios del Grupo de los 6, como sus cabezas más visibles. Por supuesto, la lista de países subsidiarios pertenecientes a esta órbita, cada uno con sus singularidades propias, es larga: Bielorrusia, Tayikistán, Azerbaiyán, Kazakstán, Uzbekistán, Gambia, Mauritania, Chad, Sudán, Sudán del Sur, Eritrea, Yibuti, Somalia, Etiopía, República Centro Africana, Camerún, Guinea Ecuatorial, Gabón, Congo, Uganda, Ruanda, Burundi, Angola, Zimbabwe, Swazilandia, Argelia, Libia, Siria, Yemen, Brunei, Tailandia, Myanmar, Camboya, Vietnam, Afganistán, Laos.

La relación anterior de países dictatoriales, todos miembros de las Naciones Unidas, explica en parte, las contradicciones e inoperatividad de esta Organización y la razón por la cual, por ejemplo, el Consejo de Derechos Humanos con sede en Ginebra, admita en su seno a China, Rusia, Cuba y Venezuela. También es preciso aclarar, por paradójico que parezca, que algunos de los regímenes considerados autoritarios no comparten necesariamente la visión del Grupo de los 6, y que, en muchos casos, resultan más afines a ciertos intereses occidentales (Arabia Saudita, Qatar, Bahrein, entre otros).

Los defensores de los valores y principios de la democracia liberal no la tienen tan fácil. A los rasgos característicos de los regímenes autoritarios arriba citados, se debe añadir el concepto de lucha asimétrica que estos centros de poder utilizan como estrategia de confrontación. Una forma de lucha prácticamente invisible que se sirve, en ciertas circunstancias (“el fin justifica los medios”), de factores aliados del crimen organizado transnacional, entre otros, las redes del narcotráfico, contrabando, trata de blancas, así como de organizaciones terroristas que operan a nivel mundial (Hezbolá, Hamás, las FARC, el ELN), y que convienen a los intereses de los estados autoritarios. Venezuela se presenta como un ejemplo palpable de los tentáculos del autoritarismo. Un país secuestrado por un régimen cuya vocación y frágil institucionalidad lo convierte en un blanco fácil y aliado de primera fila de esa causa de perturbación planetaria.

Mientras tanto, Rusia y China, principales operadores del autoritarismo mundial, seguirán trabajando con sus aliados para impedir lo que, según las propias palabras del Canciller ruso, Serguéi Lavrov, sería la intención de Occidente de resucitar un orden mundial unipolar; es decir, “un orden mundial basado en reglas”; unas reglas que no contarían, según él, con el acuerdo mayoritario y necesario del sistema multilateral forjado bajo la égida de las Naciones Unidas. Es obvio que las palabras intencionadas del ministro ruso son sintomáticas de una Organización que, como ya apuntáramos, padece de una membresía a todas luces heterogénea, donde la causa autoritaria está convenientemente representada, haciendo muy cuesta arriba el consenso necesario al cual alude sospechosamente el señor Lavrov.

Finalmente, la crisis sanitaria y económica mundial producto de la pandemia del coronavirus se presenta como un aliado insospechado del autoritarismo. Hablamos de una coyuntura que ha servido de excusa perfecta para que estos regímenes profundicen sus políticas de control social y conculcación de derechos fundamentales (libertad de expresión, de asociación y de tránsito, entre otros); neutralizando cualquier posibilidad de protesta civil legítima. La pregunta recurrente: ¿cuentan las principales democracias del mundo hoy día con los mecanismos y recursos suficientes y efectivos para hacer frente al repunte de la influencia del autoritarismo a nivel mundial?

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