La génesis de la crisis venezolana no se limita a la inexistencia de institucionalidad. Que un fiscal investigue solo a quien le ordenan o a quien le lastima el ego en redes sociales, que el TSJ sancione a trabajadores que buscan justicia o que haya decenas de presos con boletas de excarcelación que los organismos de seguridad no acatan, o que se creen figuras no electas para quitarle competencias a gobernadores y alcaldes opuestos al PSUV, no son nuestro mayor problema. La crisis venezolana es mucho más profunda, tiene un componente cultural que hunde de forma recurrente al funcionario, al dirigente político medio y en general al conjunto de la sociedad, en un comportamiento irresponsable, cortoplacista y rapaz sobre los recursos públicos. Muchos venezolanos, especialmente en las grandes urbes, y muy especialmente en el mundo político, no asocian riqueza a trabajo, a constancia, al esfuerzo de largo plazo; lo asocia de manera automática al robo, a comisiones, a los atajos de la “viveza criolla”, a “la mantequilla”.

Esta cultura de saqueo del bien común es anterior a la llegada del chavismo al poder. Quizás el incremento gigantesco del erario público, producto de la renta petrolera, tiene algo que ver con esto. El asunto es que una nación necesita un proyecto que una a sus ciudadanos, que sea sentido común del mundo político, no importa cuán polarizados estemos. Es lo que podemos llamar Proyectos de Estado, es decir, que trasciende a los gobiernos. Venezuela ha tenido proyectos de Estado, periodos de mucha seriedad institucional en los que se han construido grandes consensos y, por tanto,  grandes avances cualitativos en nuestra sociedad: educación, salud, desarrollo de empresas básicas, industria petrolera, vialidad, centrales energéticas, etc. Proyectos que apuntaban al desarrollo productivo, a la mejora de la vida de los ciudadanos, a preparar a Venezuela para su integración en la economía mundial. Desde que Arturo Uslar Pietri dijo “Hay que sembrar el petróleo”, todos los gobiernos han tratado de interpretar y concretar esta frase. Sin duda es una consigna que goza de un amplio consenso, pero no así de los  medios para concretarla.

Hoy Venezuela carece de proyecto, es más bien un territorio para el desarrollo de un capitalismo mafioso y sórdido, solo con una ley, la del más fuerte y con menos escrúpulos. Quienes están dispuestos a lo que sea, están construyendo una nueva burguesía, apropiándose de haciendas, importando y exportando con permisos comprados, pagando vacunas a mafias, destruyendo la naturaleza, los parques nacionales y especies frágiles, vendiendo a sobreprecio medicinas, entre otras. Se trata de un capitalismo sórdido, peor que el neoliberalismo que, siendo nefasto, debe respetar leyes. En el capitalismo actual venezolano no hay leyes ni instituciones, solo hay el poder burocrático, la plata y el plomo. Obviamente nadie va a velar por los más débiles, pues en las alturas están en guerra de rapiña por el país.

Ahora, lo más grave, como hemos dicho anteriormente, no es que esté ocurriendo esto, lo más grave es que, en general, a quien pongamos del actual mundo político tiende al mismo saqueo, con honrosas excepciones por supuesto. Veamos lo que pasó con Monómeros en manos del gobierno interino o con los juicios contra CITGO, donde fungía de procurador de la república, por parte del gobierno interino, quien creó la argumentación con la que las transnacionales demandaron a CITGO como “alter ego de Venezuela”. Esto, a pesar de las miles de críticas que se hicieron acerca de lo inconveniente y poco ético de asignar a este personaje semejante labor, se mantuvo. Hoy podemos ver las consecuencias. La crisis es entonces cultural y llegó hasta lo más profundo de la dirigencia nacional.

Diríamos que podemos salir de esta crisis en relativamente corto plazo si el mundo político, chavista y opositor, fuese capaz de reconocer estas desviaciones. Reconocer los errores es el primer y esencial paso para rectificar. Pero es que el factor común de ambas dirigencias en general (repetimos, con honradas excepciones) es la irresponsabilidad, es decir, no asumir responsabilidad por sus actos. La culpa siempre es del adversario y quien hace críticas es el enemigo. Aqui por igual se han asumido políticas, unas más dañinas que otras, de atacar a los productores, de criminalizar al comerciante, de polarizar a la sociedad, de insurrecciones “fake”, gobiernos paralelos, robo de elecciones, desconocimiento del contrario, etc, y jamás ninguna de las dos dirigencias ha dicho “nos equivocamos”, “creiamos esto y le causamos daño al país”, “por nuestros errores renunciamos a nuestras responsabilidades para darle paso a otros dirigentes”, “hemos rectificado en esta materia y nos disculpamos porque causamos daño”.

Hoy escuchamos a un presidente decir “gracias a Dios hay dolarización”, cuando ellos criminalizaron a quienes usaban dólares y metieron presas a muchas personas por esto. Vemos a un gobierno llevando a cabo una política de privatización, cuando persiguieron a productores privados y expropiaron bienes sin indemnización. Todo esto sin que medien disculpas, rectificaciones o renuncias, pero lo mismo pasa en la oposición, que convoca a insurrecciones y de un plumazo se llama a elecciones, luego se vuelve a convocar a insurrecciones y gobiernos paralelos, aún sin decir “nos equivocamos y esta política fracasó”, desconociendo a las instituciones designadas ilegalmente por el gobierno pretenden participar en elecciones organizadas por estas instituciones que desconocen. Esta irresponsabilidad, o ausencia plena de responsabilidad, es lo que imposibilita que haya rectificaciones y, por tanto, nos mantiene como nación en un círculo infinito de errores, destrucción y saqueo.

¿Cuál es el reto que tenemos los Venezolanos? Salir de este círculo vicioso, lo cual comienza con rectificaciones públicas, honestas y profundas, con un debate nacional sobre las estrategias del mundo político para superar la crisis y reconstruir la nación. ¿Cuál es la estrategia del chavismo para superar la crisis más allá de las mentiras y la propaganda?, ¿cuál es la estrategia de las oposiciones para superar la crisis?

Sí, es cierto, en ambos bloques hay delincuentes que no quieren superar la crisis. No es a ellos a quienes debemos exigirles rectificación y estrategias, estamos hablando de los dirigentes de ambos lados que realmente quieren recuperar al país, no para ser ellos quienes manden, sino para superar la crisis y mejorar la vida de los venezolanos.

Este artículo, lejos de ser una reivindicación de la antipolítica, es un llamado a elevarnos en los intereses más profundos de la nación, a dejar atrás la soberbia y la irresponsabilidad, a nuclear esfuerzos para poner en el debate nacional las diferentes estrategias que podríamos desarrollar para superar la crisis. Es  un llamado a la política con Pe mayúscula.

Para superar esta crisis, necesitamos a políticos de ambos sectores con sentido de responsabilidad histórica. Sé que los hay, pero no han logrado superar las luchas intestinas, están enganchados en la polarización. En ambos bloques debe haber una rebelión de ideas y apertura de debates propositivos que superen la polarización. No hay otro camino. Se requiere valentía para esto.

Creo que lo que va a obligar a que esto ocurra será la propia sociedad organizada, sus sindicatos, gremios, campesinos, comunidades organizadas presionando, movilizándose para que, los que estén dispuestos a asumir responsabilidades, den un paso al frente dentro de sus coaliciones y comiencen a hablarle al país con la verdad, con sus propuestas sinceras y viables, pero sobre todo, comiencen a superar la polarización que nos ha metido en una batalla de identidades morales, que en nada ayudan a la nación. Ojalá 2024 nos encuentre en ambas partes con los responsables asumiendo la dirección. Si no, el camino será más largo. Debemos construir una dirección desde los movimientos sociales en lucha, que trascienda lo reivindicativo y eleve el debate al escenario del cambio político. En todo caso, necesitamos políticos estadistas, serios, responsables, que guíen a la nación con sus proyectos y estrategias. Ese es el reto histórico que tenemos.


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