El ruiseñor de alas plateadas era un símbolo en los antigua China. Los sacerdotes de la dinastía Liang revelaban que cuando viajaba entre los monzones, la victoria estaba asegurada. Si el ruiseñor se posaba sobre una espiga, en días de batalla, el asunto estaba resuelto. Por ello los ejércitos manchurios esperaban la señal para embestir, cuenta la leyenda que muchísimas veces obtuvieron la victoria sin necesidad de atacar. En el año 908, una bandada de ruiseñores cantaba animosamente en unas espigas en las sinuosidades del río Yantse. Un regimiento invasor secretamente organizaba una celada. De pronto, una crecida descomunal arrasó con aquellas huestes, que no contaban con la furia natural de un escudo acuático indescifrable.

El relámpago viaje por este legajo histórico, casi absolutamente desconocido, viene a colación por la dolorosa situación que padece Ucrania, en manos de la impertinente Rusia. Lejos de comprometerse, Pekín observa como sus adversarios luchan en el terreno diplomático, dejando que la economía global se resquebraje. En el desmoronamiento político de Europa, con la reaparición del miedo que origina Vladimir Putin, como el último eslabón de la irracionalidad, hace que sea el gigante asiático el gran ganador de una contienda que observa con absoluta calma. El presidente chino, Xi Jinping, sabe que más temprano que tarde tendrá la manzana en su canasta tejida de juncos. Un mercado volátil, que quedará vulnerado después del doloroso capítulo ucraniano, solo subsistirá si toca  la puerta de quien no sufrió rasguños. El planeta enfermo en sus limitaciones, buscará refugio en aquel que ha logrado capear el temporal.

Es allí en donde China aparecerá en el escenario. En el año 2021 su economía se triplicó. Nadie creció más que ellos en momentos en los cuales la pandemia hizo estragos. Es increíble que China tenga relaciones comerciales con 180 naciones sin que prive el parentesco ideológico. Ensayó con las reglas del mercado logrando imponerse con el planteamiento ajeno. Son pragmáticos. No les importa negociar con economías de derecha o izquierda. Ese debate anclado en el antártico del romance otoñal lo clausuraron hace décadas. Han entendido que la fortaleza está en la economía. Hacer que su brutal crecimiento interno se refleje igualmente en su sólida posición en el plano del mercado internacional. Sus inversiones son aliento para naciones en recesión, una manera inteligente de ir avanzando en la búsqueda de liderar el planeta. En el gran tablero geopolítico juega con gran fuerza, coloca las piezas en los puntos neurálgicos. Su guerra no es con armas nucleares de última generación, la estrategia es socavar las posibilidades de sus adversarios, sin necesidad de descargar una metralla, sus invasiones no son para someter a un país con la fuerza, es la inteligencia para hacerse el aliado necesario en momentos de apuros.

Con los años encontró un formidable aliento en el capitalismo que alimenta su modelo de socialismo. Un patrón exitoso que no se detiene en debates insulsos. Poco les importa tener naciones adeptas a su modelo, su agudeza está en jugar con la estrategia del otro. Sus raíces profundas se alimentan del mercado, lo poco que les queda de la izquierda la utilizan para auxiliar a quienes viven en el vientre del monstruo prehistórico, casi como un saludo a su pasado de hambruna y fracasos, la observancia de aquello que no funcionó. China fue un hábil sobreviviente de la caída del comunismo. Hacía décadas que su camino estaba en dirección opuesta a Moscú. La derrota de la égida soviética y sus aliados, aplastados con el derrumbe del Muro de Berlín hizo mucho más fuerte a China. Con ello terminó de deslastrarse de episodios molestos que lo vinculaban al socialismo salvaje. Lo que pasa ahora terminará favoreciéndoles. Una Europa erosionada tendrá una débil postura en el escenario internacional. Las fortísimas sanciones a Rusia hará que esta se pliegue a Beiging en desventajosas condiciones. Con Estados Unidos entraran en un plano de pleno respeto al valor de las fuerzas. Regazados los competidores. Llegamos al momento de la política en mayúsculas, entre dos mastodontes que gobiernan al planeta.

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