Pam y Tommy, la primera producción para adultos de Disney+, es una curiosa mezcla entre lo blando y lo audaz. La combinación, hace que el supuestamente explosivo argumento no siempre resulta creíble. El relato del escándalo mediático más recordado de la década de los noventa también es una crítica a la celebridad basura y efímera. Entre tantas ideas dispares, el guion tiene verdaderos problemas para sostenerse con solidez.

Contar una historia sórdida sin caer en sus puntos más oscuros reviste de una considerable dificultad. Pam y Tommy lo intenta y aunque el resultado es satisfactorio, no siempre es uniforme. Mucho menos cuando su argumento, estética y actuaciones, rozan con frecuencia los ribetes de la polémica, sin llegar a mostrar sus puntos más duros. La historia del sex tape más vendido de la historia es también la de la celebridad fugaz y superficial. A la vez, es una mirada poco convincente acerca de los difusos y peligrosos límites entre lo íntimo y lo privado en nuestra época. Todo, con un toque de extravagancia y exuberancia despreocupada que brinda a la serie sus mejores momentos.

No obstante, Pam y Tommy no logra profundizar en lo que parece ser su punto más urgente. O, mejor dicho, recorrer los lugares más complicados de un escándalo que mostró el real poder de Internet. Y más allá, la forma en que la fama sustentada en el escándalo puede ser un monstruo en sí mismo. La serie, producida por Craig Gillespie y con el showrunner Robert Siegel a la cabeza, trata de mantenerse dentro de ciertos límites. Hacerlo, además, a través de un recorrido incómodo acerca del mundo de los excesos.

Esa conciencia de la frontera que no se puede transgredir, convierte la audacia en pequeños destellos de ingenio. Pero, en conjunto, la promesa de narrar un hecho resonante en la cultura pop con todos sus detalles perversos, nunca se cumple. No sólo la producción se mantiene a distancia de sus personajes, sino, además, de la historia. Como un observador sin mucho que decir, el guion va y viene mientras deja en claro los puntos más obvios de un escándalo convertido en hito. Pero es evidente que tanto el guion como la puesta en escena necesita cuidar ese espacio intangible que evita tocar. Y el resultado es una singular mirada pulcra a un suceso conocido por, precisamente, sus espacios oscuros.

Con la promesa de narrar minuciosamente el robo y comercialización del video sexual de Pamela Anderson y Tommy Lee, la serie comienza por lo básico. Sus primeras escenas, muestran la enorme mansión de la pareja y la sensación de caos decadente que acompañó su corta, intensa y disparatada relación. Es evidente que el guion quiere dejar claro que la relación de Anderson y Lee era un espacio complicado desde el principio. Lo era, en su bulliciosa y extraña concepción sobre el amor, la intimidad y la fama. Pero también, por el hecho que ambos eran carne de cañón para un desastre inminente. La cámara sigue a sus personajes con atención, los estudia e intenta no brindar conclusiones inmediatas. Pero resulta complicado no hacerlo, mientras el guion acentúa el aire de desastre casi inofensivo que no termina por resolver del todo.

Una gran fiesta con un final complicado

Uno de los puntos altos de la serie, es la caracterización inteligente de Sebastian Stan como Tommy Lee y de Lily James como Pamela Anderson. Ambos actores evitan con habilidad la caricaturización y brindan un vivo retrato de sus personajes. Juntos, componen un reflejo de la fama bullicioso y casi ingenuo. El resultado es un retrato consistente de una pareja convertida en símbolo de la década. También, en una muestra de lo que fue la primera gran pareja famosa solo por el hecho de ser deslumbrante y atractiva.

La Pamela Anderson de James es una mujer llena de ambiciones y también aturdida y fascinada con el fenómeno a su alrededor. La actriz evita hipersexualizar a sus personajes y gracias a eso el argumento tiene mucha más oportunidad de explorar sus matices. Por su lado, el Tommy Lee de Stan es la encarnación de la figura escandalosa por excelencia. Con el cuerpo lleno de tatuajes y una risa desordenada, es una figura feliz y despreocupada, siempre al borde desastre. La serie se toma con paciencia presentar a sus personajes y sobre todo en su segundo capítulo, brindarles verdadera humanidad. Pero lo hace con tanto cuidado de evitar rebasar límites, que termina por parecer en exceso pulcro. En algunos puntos, Pam y Tommy es una producción muy consciente sobre sus propias debilidades. El hecho que jamás podrá mostrar lo más extraño y agresivo de una historia incómoda.

Y aunque el guion es lo suficientemente consistente para narrar la historia con propiedad, pierde la oportunidad de ser más contundente. Una vez que estalla el escándalo, la trama va de un lado a otro sin saber en cual punto concentrarse en realidad. Lo hace con una complicada condición de mostrar por primera vez, como afectó a Pamela Anderson un tipo de fama violenta e incontrolable. La serie está lo suficientemente comprometida con el tema como para dedicar una buena cantidad de tiempo a su análisis. Pero no encuentra la dimensión real para dirimir la cuestión más complicada. ¿Cómo la pareja pudo lidiar con un escándalo inédito, sin otro referente que el de su instinto?

La serie muestra los errores, el miedo de ambos y al final, la forma como la difusión del video sexual terminó por destrozar a la pareja. Y aunque a más de veinte años la experiencia pueda resultar trivial comparación a otros escándalos, la serie deja en claro el hito que marcó. El argumento explora la celebridad, los peligros de la ruptura de la intimidad y la ausencia de límites. Pero de nuevo, evita los cuestionamientos más duros en favor de un cierto sesgo reflexivo sobre la crueldad cultural.

Y una vez que es historia ¿ahora qué?

Desde las primeras escenas que muestran a Rand Gauthier (Seth Rogen), responsable del robo y venta del video, la serie deja claro a dónde llegará. E intenta sorprender, al tomar una dirección por completo distinta. No obstante, al final, Pam y Tommy tiene más ambición que recursos para narrar una historia complicada sin un final feliz.

Para cuando sus últimas secuencias llegan, es evidente que la serie dejó claro que hay una barrera invisible que no pudo cruzar. Y aunque cumplió su cometido de la mejor manera que pudo, la sensación es que no es suficiente. O al menos, que pudo ser más ingeniosa que un mero recuento de hechos. Quizás, su punto más bajo en su narración de un escándalo perverso que llega a la pantalla chica sin sorpresas.

 


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