Esta semana se cumplen cuarenta años desde el momento en que Antonio Tejero, teniente coronel de la Guardia Civil, irrumpió en el parlamento blandiendo un arma y dando inicio a un golpe de Estado, que por momentos estremeció los aún frágiles cimientos de la naciente democracia española.

La memoria de esos eventos se mantiene viva en España, al menos para la generación que los experimentó cuando tuvieron lugar, y aprendió entonces que luego de varias décadas de dictadura franquista la construcción de un sistema democrático iba a requerir gran esfuerzo. En particular, quedó claro que dentro del sector militar español persistían convicciones y actitudes vinculadas al pasado, que exigían atención especial de parte de la sociedad en su conjunto y una labor concertada, para ajustarles a los cambios exigidos por un régimen de libertades.

En lo fundamental, dicho proceso de ajuste en las mentalidades y lealtades castrenses avanzó con eficacia. No obstante, la dinámica de una sociedad moderna jamás se detiene, los cambios son constantes y la necesidad de fortalecer la voluntad de consenso y el ánimo de compromiso es un reto permanente en democracia. No se trata tan solo de prestar vigilante atención a las peculiaridades de la institución militar, de modo que sea capaz de cumplir a cabalidad sus deberes constitucionales, manteniendo fidelidad a una forma de vida basada en el Estado de Derecho. Se trata también de asegurar el comportamiento adecuado de las instituciones en su conjunto, de consolidar una conducta de parte de las autoridades civiles, de los partidos y líderes políticos, que inspire respeto y confianza en un marco de transparencia y apego a los valores predominantes en la sociedad.

Los venezolanos, a través de dura experiencia, hemos aprendido acerca de la importancia de estos asuntos, sobre todo a partir de los golpes de Estado de 1992 y sus funestas secuelas, hasta el día de hoy. Ahora bien, no es nuestro propósito en esta oportunidad recapitular esos episodios y sus enseñanzas, sino articular algunas reflexiones a partir de lo ocurrido en España en 1981 y de lo que representaron Tejero y su movimiento, todo ello aplicado a la situación actual de Venezuela y sus perspectivas. Lo haremos dejando muy claro lo siguiente: estas notas se sustentan en nuestras especulaciones sobre un panorama que, a decir verdad, desconocemos, pues uno de los logros, o más bien desatinos, del régimen chavista-madurista ha sido apartar por completo a los militares venezolanos de la sociedad civil y de las instituciones republicanas en general. El sector castrense venezolano de hoy es, para los que no estamos dentro, una “caja negra”, pero que contiene escasa información realmente confiable.

Sin embargo, pensamos que puede ser útil señalar que en el seno de la oposición democrática existe una cierta imagen dominante sobre el posible rol de los militares, en caso de que se produjese un cambio hacia una nueva etapa democrática, y no estamos seguros, lo decimos con pesar, de que tal imagen se corresponda con la complejidad del problema y lo que indica la experiencia histórica.

En ese orden de ideas, cabe recordar que el golpe de Estado del teniente coronel Tejero estuvo vinculado al pasado, y fue un intento de restauración de los tiempos franquistas ante lo que muchos militares (y no solo militares) percibían como la deriva de la democracia hacia la anarquía y la disolución nacional. En otras palabras, el golpe de 1981 en España no miraba al futuro, y en teoría procuraba restablecer un tiempo visto como auténticamente comprometido con valores superiores, centrados en la conservación patriótica de la unidad nacional, unido ello a la protección paternal de las fuerzas armadas con respecto al pueblo en su conjunto.

Como dijimos antes, no tenemos ideas sustantivas sobre la dinámica profesional, social e ideológica de los militares venezolanos de hoy, pero nos preguntamos, por ejemplo: ¿han sido sometidos a un intenso proceso de adoctrinamiento, basado en los métodos y objetivos del castrocomunismo? ¿Qué tan eficaz ha sido tal proceso y cuáles pueden ser sus consecuencias? ¿Ha logrado dicho proceso, en caso de existir como cabe imaginar, fortalecer los lazos de los militares con un régimen que destruye de manera obvia a Venezuela, sometiéndola a los controles de un poder extranjero? ¿O, por el contrario, desconfía el régimen de quienes se supone son sus principales valedores, al menos de una parte importante de ellos?

Las preguntas formuladas son el preludio de esta consideración: no nos parece imposible que las expectativas y cálculos, tanto de la oposición democrática como del propio régimen vigente, con relación a nuestros militares estén errados. Es más, es probable que el régimen y sus aliados cubanos entiendan que las insinuaciones de ese chavismo anti-Maduro, que empiezan a escucharse por ahí, se cuelen en un sector castrense que sin duda observa la decadencia del país, y que de pronto, empujados por el mesianismo político típico y tradicional de nuestras fuerzas armadas, les lleven a rebelarse en nombre del “chavismo auténtico”, del original, del genuino, del que pertenece a los “verdaderos” salvadores de la patria herida.

Como ocurrió con Tejero, y salvando las necesarias distancias del caso, semejante desenlace sería un grito estéril de convocatoria a un pasado sin retorno, pero que en nuestra situación, dadas las circunstancias que hemos esbozado, frustraría de modo evidente las suposiciones, conjeturas y aspiraciones de todos los bandos que hoy se disputan los destinos de Venezuela, del régimen y de la oposición democrática casi que por igual.

E insistimos, solo estamos especulando.


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