Foto EFE

La eficacia de la propaganda política y religiosa depende esencialmente de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, pueden ser sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea”. (Aldous Huxley).

Vivimos tiempos convulsos. Esta última legislatura, por emplear algún baremo para medir el tiempo que marca nuestro devenir, tanto como individualidad como sociedad, ha estado marcada, sin lugar a ninguna duda, por el eslogan. Si atendemos a la propia idiosincrasia de aquellos que nos han gobernado, es fácil entender que no había otra forma de sostener, social y políticamente hablando, cuatro años de gobierno en un contexto tan extemporáneo y tan anormal como el que nos ha tocado vivir. Partiendo de la base del COVID y todos los condicionamientos a los que nos ha sometido, contrarios a nuestros derechos fundamentales y constitucionales, la legislatura ya comenzó viciada de por sí.

No obstante, este contexto favorecía la estructura del gobierno de España. Un gobierno, salido de las urnas, es cierto, en el que por vez primera el Partido Comunista y sus derivados tenían representación real en las instituciones, formando parte, incluso, del gobierno central y acaparando ciertos ministerios que les concedían cuotas de poder hasta ahora inimaginables. Y nada tan inherente al comunismo como el gobierno por decreto ley al que nos abocó el estado de alarma propiciado por la pandemia. De esta manera, se dio la coincidencia necesaria para permitir gobernar sin el control de las cámaras y con un pueblo adecuado a la doctrina, sumiso, dependiente e inactivo.

De cualquier modo, desechada ya aquella etapa surrealista, una vez que la sociedad española había vuelto, relativamente, a la normalidad, el gobierno de España, o al menos su componente comunista, de amplia representación, se encontró con un contexto en el que realmente era un pez fuera del agua. La lucha de clases, fundamento de una doctrina que se basa en la confrontación social, había pasado a mejor vida, por lo que los comunistas, representantes sin duda de otra época y contexto social, hubieron de buscar esa confrontación social en otros ámbitos. Ámbitos, por cierto, adolescentes de motivación real, de tal modo que la única forma de supervivencia era espolear luchas sociales ficticias, con el convencimiento de que sus acólitos, cegados por la doctrina y la pancarta, entrarían al trapo como un toro entra al engaño.

De esta manera, y puesto que la economía y derechos de la clase trabajadora, otrora fundamento de la revuelta que alimenta el comunismo, no tenían lugar en el actual contexto social, había que buscar otros motivos para la confrontación, de tal manera que los distintos grupos socio económicos dieron paso a las nuevas minorías supuestamente desfavorecidas en sus derechos, discriminadas por razón de sexo, raza o religión.

Y esta motivación, sin duda ficticia, ha sido el motor de la legislatura del Partido Comunista en connivencia con el Partido Socialista, alimentando falsas desigualdades para dar lugar a reivindicaciones de derechos que ya estaban conquistados de por sí.

Esto no tendría más importancia que la demostración empírica de que la sociedad española está aborregada, inhabilitada para la democracia, salvo por el hecho de que este gobierno del eslogan ha dado lugar a un desgobierno absoluto en las materias reales que condicionan nuestra trayectoria. Baste pensar cuántas veces hemos oído hablar, en los últimos cuatro años, de las cuotas pesqueras, de la prima de riesgo, de la agricultura o ganadería  autóctona, mientras nos hemos visto saturados por los derechos LGTBI, por la agresión a nuestra forma de vida tradicional, por la normalización de las conductas y los contextos que han influido en nuestros jóvenes, desnortados y desorientados por el adoctrinamiento oficial.

Estamos dejando que lo irrelevante domine, que lo absurdo nos acapare, de tal modo que hechos carentes de relevancia tomen carácter de acontecimiento. Por eso estamos dando pábulo a ministros y gobernantes cuyo lugar estaría en los psiquiátricos o, siendo muy generosos, en la obsolescencia de sus orígenes, en la irrelevancia y el ostracismo reservado a los radicales minoritarios.

Así pues, olvídense del eslogan, olvídense del cartel; arránquenlo y miren el muro que está detrás, la realidad que oculta la propaganda. Ese muro, obsoleto y desconchado, que sostiene el poster, es el que han de derribar, no permitiendo que sea la base para la propaganda doctrinal que nos quieren hacer tragar.

El horizonte está más allá, detrás de los muros que sostienen los carteles, detrás de las pantallas que repiten los eslóganes. Y mientras no seamos capaces de vislumbrar ese horizonte, no seremos libres.

@elvillano1970


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