Recobra protagonismo el general Jorge E Mora Rangel, con sus revelaciones sobre algunos sucesos al interior de lo ocurrido durante la entrega, que no negociación, de La Habana. Serví directamente bajo el mando del general Mora en dos oportunidades. En 1995, como miembro del Estado Mayor de la Cuarta Brigada cuando él la comandaba y en 1998, durante la negociación del Caguán, cuando él era comandante del Ejército y yo fundador y primer comandante de la Brigada 25 de aviación. Jupiteriano, pero decente. Exigente, pero humano. Uno de los mejores comandantes que me tocó en suerte. Además, tenía “memoria de papel”: todo lo anotaba. Siendo yo director del Departamento de Estrategia de la Escuela Superior de Guerra, en el año 2000, me llamó a calificar servicios, sin explicaciones. Suele suceder en la vida militar. “Y aquí la principal hazaña es obedecer, y el modo como ha de ser, es ni pedir, ni rehusar”, dice la Oración a la Milicia de Calderón de la Barca.

Como todos los miembros de la Reserva Activa y gran parte de la sociedad colombiana, vimos en su designación en La Habana con esperanza y confianza. Desafortunadamente, la componenda se impuso, sí o sí. Mucho se dice del general Mora al respecto. Que le faltó carácter, que lo compraron, que no entendió su papel y desde el propio generalato algunos lo señalan de traidor. Alguna vez María Isabel Rueda me preguntó si yo creía que Mora estrecharía la mano de sus archienemigos en La Habana. Si lo hace será tan protocolar y frío como solía serlo cuando las circunstancias lo exigían, le respondí.

En noviembre de 2016, 13 coroneles retirados de las FFMM, suscribimos una carta a los generales Mora, Naranjo y Flórez cuestionando su papel en Cuba. Por temor, cooptación, desinterés o la arrogancia propia del grado, ninguno de los generales respondió la Carta de los Coroneles, dejando en el ambiente un aire a irresponsabilidad en los negociadores que representaban la institucionalidad de la seguridad pública y la defensa nacional de un Estado de Derecho.

He venido escuchando al general Mora en sus recientes intervenciones. Y aunque le cabe, sin duda alguna, gran responsabilidad en el daño hecho a la patria desde Cuba, nuestra histórica torturadora, rescato algunos puntos críticos de las exposiciones del oficial. Uno, la negociación la hizo Santos con los cabecillas farianos, de manera directa y sigilosa, a través de sus mensajeros Cepeda y Leyva, pasando por encima del equipo negociador, de lo cual también se queja De la Calle. Esto daría piso para una demanda de nulidad absoluta por vicios de consentimiento y ya los juristas interesados, patriotas, tomarán atenta nota.

Otro punto interesante. Se entendió que era una negociación para la entrega de hombres y armas, integración social de los terroristas, lograr la paz, pero se terminó negociando el Estado e imponiendo una supraconstitución al amaño comunista, a pesar de que el soberano dijo que no. Nunca se acordó entregar curules a los narcoterroristas, por ejemplo. Ante la negativa del narcocartel de incluir el asunto de las drogas en el acuerdo, el general, inconforme, solicitó el avión para regresar a Bogotá pero los representantes de Cuba y Noruega, dizque acompañantes y garantes, terminaron negociando con las narcofarc la inclusión del narcotráfico en el compromiso, de manera tan desvergonzada e inane, que ahora estamos pagando las consecuencias. Jaramillo, el filosofastro de la paz, desde Bruselas niega que la aspersión aérea se haya negociado en La Habana, pero el general Mora asegura que sí fue condición. Por supuesto que le creo al general. Estos y muchos más detalles vendrán en el libro que el oficial prepara desde hace dos años

Mientras algunos se ensañan con el general, otros que han atacado a dentelladas a la institución bicentenaria, como el senador Barrera que la graduó de asesina de niños, y otros como Samper, que consideran que el Ejército entrena a sus hombres para que violen niños, son invitados a dar charlas a los retirados. Y son aplaudidos. Es la debilidad institucional que está logrando la izquierda para convertir las Fuerzas Militares en su guardia pretoriana cuando les llegue el momento. Ahí están los proyectos de ley de Cepeda y Sanguino de muestra. Se repite el modelo de Venezuela.

El general Mora debería ser punto de reflexión común y no foco de división y polarización. Allá él con su conciencia. Hay que escucharlo con serenidad, para confirmar de primera mano lo que sospechamos desde un principio: una entrega desvergonzada del país a los intereses narcocomunistas de las FARC. Hay que escucharlo para conocer los intestinos del negociado habanero, de donde no podría salir nada diferente a la hedentina que se percibe y que untó a los militares activos y retirados que participaron en ese desastre, el peor error de gobierno alguno en la historia del país.


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