La primera reflexión que habría que hacer sobre la fuerte ofensiva desplegada por el gobierno contra la disidencia es que demostró nuestra vulnerabilidad e impotencia ante acciones preparadas concienzudamente. El gobierno y sus organizaciones de inteligencia llevan una década formulando planes e hipótesis sobre cómo subyugar a la nación para imponer la dictadura comunista. De esta forma han concentrado su atención en atacar los puntos débiles y más emblemáticos del entramado social e institucional venezolano, utilizando metodologías sofisticadas de eficiencia comprobada ante diversas situaciones. Por eso se persigue y se acosa a los medios de comunicación no alineados. Por eso se radicaliza la hegemonía y se establece una institucionalidad paralela. Por eso se estrangula y desmantela la propiedad privada. Por eso se amedrenta y reprime al movimiento sindical. Por eso se ataca a la universidad, a la Iglesia Católica y en general a todos los opositores. Por eso fraudulentamente conforma “un nuevo” CNE y llama a unas elecciones parlamentarias; interviene e ilegaliza a las dirigencias de algunos partidos políticos y se apropia de sus símbolos y tarjetas; subsiguientemente entrega esas organizaciones políticas intervenidas a envilecidos y previamente sobornados individuos de la fauna política venezolana.

El gobierno se ha centrado en prepararse para el asalto final contra lo que aún perdura del sistema democrático venezolano. A tal efecto, además de lo señalado en párrafos anteriores, ha reactivado, mediante la dotación de importantes recursos financieros y armamento, a los grupos violentos con los que opera y de los que se sirve para amedrentar y agredir a la población disidente y a sus dirigentes. No son casuales los hechos de violencia que a diario reportan los medios de comunicación que evidencian la plena participación criminal de la policía, militares y grupos irregulares oficialistas auspiciados, financiados, armados ilícitamente y tolerados por el gobierno chavomadurista.

La oposición, por su parte, además de dividida, aislada de las masas y carente de una estrategia unitaria de acción política frente a lo que ocurre en el país, está completamente inmersa en una discusión interna interminable, llena de insultos y descalificaciones recíprocas, sobre la eventual participación y forma de hacerlo en el evento electoral que se avecina. Adrede ignoran que la situación institucional y política del país no augura una contienda electoral diferente a todas las que hemos conocido hasta ahora en las que han primado resultados fraudulentos, desorganización, improvisación y el ventajismo oficial. Las cándidas e irreales actitudes y la mala lectura de la dinámica política actual pueden ser muy negativas para hacerle frente con posibilidades de éxito a la escalada de agresión gubernamental. Ello resulta una trágica paradoja, hemos desarrollado todos los medios para protegernos de eventuales agresiones y omisiones de los dirigentes y los partidos políticos existentes y ninguna forma de evitar atentados por parte del  régimen y de sus grupos violentos que, al contrario, no piensan en otra cosa.

La lección principal que se desprende de los acontecimientos de los últimos tiempos es que no hacen falta métodos exóticos y de alta tecnología para producir resultados devastadores sobre el ánimo de la sociedad civil. Basta con hacer correr rumores, sembrar cizaña, calumniar, sobornar, agredir, perseguir, encarcelar, reprimir y amenazar a objetivos muy bien escogidos para hacer cundir la angustia entre las masas y paralizar las acciones de la mayor parte de  las organizaciones sociales opositoras en los centros más importantes del país.

Las consecuencias políticas, económicas, sociales y psicológicas de la perversa estrategia gubernamental son devastadoras. Implican, por una parte, y entre otros aspectos, la virtual paralización de las actividades económicas, el indetenible encarecimiento del dólar norteamericano, la creciente devaluación del bolívar, la estrepitosa caída de las reservas internacionales y del oro en poder del BCV, la severa contracción en el poder de compra de los consumidores, la sostenida hiperinflación y la subsiguiente creciente pérdida de empleos. Por la otra, los efectos del miedo, la incertidumbre, la sensación de impotencia y el  pánico ante la pandemia, se intensifican en la población y la desestimulan a luchar por sus derechos.

Estos arteros ataques del régimen no se miden por el número de víctimas que puedan causar, sino por lo perverso del ataque y el obsceno ventajismo del que se vale.

El efecto buscado por este tipo de acciones gubernamentales consiste en demostrar la vulnerabilidad del objetivo y la permanente vulnerabilidad de los que podrían ser un objetivo la próxima vez. También, demostrar que las defensas pueden ser penetradas utilizando métodos sencillos y que no existe ninguna defensa real contra un ataque del gobierno. La única defensa real y verdadera contra esas acciones es la resistencia seria, unitaria, continuada y valiente.

El año 2020 ha sido negativamente crucial, desde varias vertientes, para la suerte de Venezuela y sus ciudadanos. No basta con expresar lo que no queremos para nuestro país, debemos luchar con todos los medios disponibles para evitar que se nos imponga. La presencia activa y valiente en las calles, la permanente protesta y denuncias contra el caos establecido por el régimen, es un primer y decisivo paso en pro de nuestra causa. Una masiva concurrencia a los eventos que convoque la disidencia será un mensaje importante que la oposición le dará al gobierno: nuestra unidad es real y estamos dispuestos a mantenerla porque entendemos que esa es nuestra mejor opción de triunfo.

Nuestro destino, por de pronto, está en nuestras manos; no bajemos la guardia que el gobierno nos acecha y espera una muestra de debilidad para atacarnos. Podemos ganar, debemos ganar y vamos a hacerlo.

 


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