Desde sus inicios, la trayectoria de nuestra especie ha sido relatada en torno al Homo sapiens, prácticamente sin mencionar a la Mulier sapiens. Su historia se encuentra marcada por la masculinidad, aunque afortunadamente las cosas están cambiando en todos los espacios, también en el deporte.

Sin embargo, si bien el machismo retrocede, aún respira.

La costilla de Adán

Aunque no hay certeza plena, leo por ahí que todo comenzó cuando, estando dormido Adán, Dios le quitó una costilla y a partir de ella creó a la mujer. De allí, tras razonamientos traídos por los pelos y que resultan cuesta arriba descifrar, emergió en el varón la idea de que era superior a la hembra y que ésta le debía obediencia, abriendo así la puerta al patriarcado.

Semejante absurdo ha dominado miles de años en distintos modos y grados, durante los cuales la mujer ha sido postergada y sometida a vivir en un contexto diseñado desde la masculinidad, que la confina a ser pareja del varón, madre de sus hijos y alguito más, no mucho, por culpa de su clítoris, estimado como un defecto anatómico, convertido en soporte de la desigualdad con respecto a los varones.

No es de extrañar, entonces, que el género se convirtiera en un criterio universal de enorme importancia para definir la estratificación social y fijar los roles, los espacios y las oportunidades de unas y otros en la sociedad.

El ethos masculino del deporte

Sin embargo, desde mediados del siglo pasado el movimiento feminista ha hecho posibles varios cambios orientados a ampliar la presencia de las mujeres en todos los rincones de la vida social. En consecuencia, se ha ido modificando su rol secundario y a la vez redefiniendo el de los hombres. La equidad de género empieza a ser realidad, mientras el sexo disminuye progresivamente, como pretexto para instaurar la diferencia entre las personas. Se hace más evidente el debilitamiento de lo que algunos han calificado como “el imperio de la testosterona”, cierto, pero el machismo todavía moldea en diverso grado casi todos los espacios (educativo, político, científico, económico, cultural y hasta religioso).

También el deportivo, desde luego. Aun antes de que existiera como se le concibe en la actualidad, la mujer fue aislada, salvo en raras ocasiones, de los juegos que lo precedieron, incluso en calidad de espectadoras.

 

Bajo la inspiración de los realizados en la Antigua Grecia, a finales del siglo XIX se organizaron los Juegos Olímpicos, dando lugar a lo que hoy en día se considera el deporte moderno, el que, con sus lógicos cambios, se practica hasta hoy.  El mismo surgió apartando a las mujeres en todas sus disciplinas y categorías, alegando que su presencia “…sería incorrecta, impracticable y poco estética”, según se citaba en uno de los documentos iniciales que sirvieron para darle forma.

Suecia y Países Bajos

Quedó, pues, explícito el ethos masculino del deporte y aunque paulatinamente se fueron observando algunas transformaciones, las mismas alcanzaron sólo para disimular un poco la discriminación de las mujeres. Fueron, en efecto, iniciativas tímidas, aisladas, inestables que “autorizaban” su presencia dentro de algunas áreas.

La mujer entra en la cancha

La presencia de las mujeres ha tenido, relativamente hablando, menos trabas en deportes como el voleibol, la natación, la esgrima, el patinaje y algunos otros, determinados como “más femeninos”, esgrimiendo como motivo la barajita de que “requieren menos fuerza, vigor y potencia que el fútbol”. Claro, se trata del “sexo débil”.

Desde su creación, a través de la fundación en Inglaterra de la Asociación de Fútbol (1863), el balompié fue pensado como un deporte de hombres, según lo muestra fehacientemente la historia a través de miles de episodios. No sorprende, entonces, que la participación femenina fuera aprobada por la FIFA, apenas en el año 1980 y que el primer torneo mundial de fútbol femenino no se realizara sino hasta 1991, en China.

Hoy en día las condiciones del fútbol femenino son otras, por supuesto. Poquito a poquito las mujeres han ido conquistando territorio en este deporte de machos para machos, que no saben qué hacer con esta sorprendente invasión de señoras y señoritas, como lo escribió Eduardo Galeano, bastante antes, cabe advertir, de que fuera, ni de lejos, lo que ha logrado ser hoy.

En efecto, ahora ellas pisan el campo como jugadoras, árbitras y entrenadoras, en todos los países del mundo (todavía quedan algunos que lo “prohíben”), al paso que han ido proliferando las competencias, incluyendo varias copas mundiales y ligas internacionales y nacionales en diversas categorías. También se desempeñan como narradoras en radio y televisión e igualmente como escritoras en los periódicos. Y por supuesto como espectadoras, desde los estadios y los medios de comunicación, al punto de que en el Mundial de Qatar representaron cerca de la mitad del público que siguió la competencia.

En suma, las mujeres han llegado para quedarse, ya se han integrado como feligresas de esa religión pagana, que es el fútbol.

El machismo aún respira

Pero quedan no pocas cuestiones pendientes, en lo relativo a la equidad.  La desigualdad es palpable en aspectos financieros tales como el respaldo a los equipos, el sueldo de entrenadoras, jugadoras y árbitras, las condiciones de los contratos (se han asomado cláusulas de embarazo, maternidad …), la difusión pública, la ausencia casi absoluta en los cargos dentro del entramado burocrático que, desde el cielo de la FIFA, gobierna el balompié a lo largo y ancho del planeta.

En parecida dirección resulta imposible no mencionar que después de varios años de haberse solicitado, solo recientemente algunos patrocinantes aceptaran que las damas no usaran pantalón blanco, a fin de subsanar la obvia incomodidad que causaba la menstruación en las jugadoras, si la misma ocurría durante el partido.

Los asuntos considerados anteriormente, además de otros, forman parte de un elenco de prejuicios, que sobrevive en pleno Siglo XXI.

La Copa Mundial 

En estos días se está celebrando la novena edición del campeonato Mundial de Fútbol Femenino, con sede en Australia y Nueva Zelanda, financiado, aunque suene a inconsistencia cultural, por Arabia Saudita.

Hasta ahora he visto casi todos los juegos (al momento de escribir este artículo el evento se encuentra en su etapa final). Me precio de saber algo del tema y puedo dar fe, por tanto, de que he observado partidos excelentes, muestra de un fútbol bien armado, vistoso, ofensivo, técnico, poco dado al “pelotazo”, con pocos reclamos y fauls, casi sin tarjetas (no tengo en la memoria ninguna roja), sin faltas fingidas mediante caídas y muecas de extremo dolor, con escasos reclamos a las árbitras, amén de otras características.

Así las cosas, después de ver lo que vi me resulta duro de entender que tengan cabida comentarios de ciertos “expertos” que denigran del evento y afirman, sin siquiera parpadear, que algunos de los rasgos expuestos en el párrafo anterior, derivan de su “menor grado de profesionalización”, además de su falta de formación, comparada con la que se tiene en el entorno varonil. Menos que menos comprendo que algunos reportajes se centren en el tema de las jugadoras lesbianas y saquen estadísticas de cuántas son, en qué equipos hay más, en cuáles no hay, quién es pareja de quién, para luego concluir que la cancha se ha ido convirtiendo en un lugar propicio para la homosexualidad femenina. Ni tampoco comprendo a quienes elaboran listas que clasifican a las futbolistas más bellas de la competencia, ni a quienes se permiten dar recomendaciones para que las jugadoras lleven una vestimenta un poco más sexy y atrevida (“pantalones más ceñidos”, sugirió Joseph Blatter, expresidente de la FIFA), a fin de hacer los partidos más “atractivos”.

Completo mi asombro con la opinión de un exfutbolista, actualmente ocupado en la tarea de fichar jugadores para un club europeo, la cual me viene de maravilla como cierre de esta larga lista de insensateces: “El fútbol femenino es como comerte una salchicha vegana».


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