I 

A comienzos del siglo XX, desde el caserío de Galipán en el cerro Ávila, llegaba a Caracas un hombre arreando a tres burros cargados con infinita variedad de sueños y de flores.

Guácimo, Chola y Cachirulo se llamaban las bestias de carga que, como en una extraña puesta en escena, hacían su entrada, bien temprano, a la nebulosa y fría ciudad de Caracas de 120.000 habitantes.

Vestido con una ruana tipo andina. De andar pausado y de mirar confiado, el vendedor de flores de apellido Pacheco y nombre desconocido, difícilmente pasaba inadvertido junto a su comitiva en aquella apacible y aburrida Caracas, donde nunca ocurría nada.

Guácimo, Chola y Cachirulo casi no podían distinguirse en medio de su inmenso cargamento de ramos de flores. Pacheco, desde lejos, parecía un hombre que halaba tres inmensas paletas de pintor atiborradas todas, con colores exóticos y fragancias exuberantes, las cuales esparcía a su paso sin mezquindad.

A Pacheco no le gustaba venir a Caracas porque le parecía ruidosa, desordenada y sucia. Además, los zagaletones de la ciudad le mamaban gallo y algunos hasta le azuzaban los perros callejeros que se alborotaban por sus burros.

—¡Vamos, Guácimo! ¡Ni voltee…! Y usted, Chola. No haga caso a esos perros sarnosos. Recuerde que usted es una señorita…

—Jijoooouuuu… Jijoooouuuu… Jijoooouuuu… –rebuznaba Cachirulo como dándole la razón a Pacheco.

Debido al escándalo, la gente de Puerta de Caracas se asomaba a las ventanas y algunos, al ver la comparsa, comentaban:

—¡Con razón hacía tanto frío anoche! Es que comenzó el mes de noviembre. Fíjate, ¡ya llegó Pacheco!

—¡Claveles de Galipán! ¡Tres por un centavo! ¡Ocho por una locha…! ¡Tengo las gladiolas y los crisantemos…! –gritaba con orgullo el señor Pacheco.

—¡Se nos fue el año! –se quejaba una señora quien lavaba ropa mientras fumaba con la candela pa’ dentro, al tiempo que, desde el fondo de la casa, escuchaba el pregón de Pacheco.

—¡Hortensias, lirios, tulipanes bien freeescoooos…! –cantaba Pacheco mientras bajaba por la avenida principal de La Pastora.

Chola, a pesar de ser una señorita, molesta con los perros no dejaba de rebuznar.

II

Pacheco era originario de la comunidad de Galipán. Ubicada en la parte del cerro Ávila que da hacia el mar.

En Galipán, durante la época colonial, acostumbraban a pararse las caravanas que subían o bajaban hacia Caracas o al Puerto de La Guaira.

Allí había y todavía hay, posadas y restaurantes en donde los viajeros podían descansar del agotador viaje que suponía ir en burro o en mula a Caracas o a La Guaira. Era un viaje casi tan difícil como ahora, pero más bonito.

En algún momento, sin fecha, a alguien en el pueblo de Galipán se le ocurrió la idea de sembrar flores para vender a los viajeros. El clima de la montaña y la humedad eran perfectos para el cultivo. No es difícil imaginar a los hombres quienes durante meses habían viajado por mar, deseosos de encontrarse con su mujer.

¿Qué mejor regalo que un precioso ramo de los aún famosos claveles de Galipán?

Cuando se cuenta la historia de un personaje como Pacheco es importante conocer su origen para comprender la extraña actitud de ojeriza que tenía hacia la ciudad de Caracas, la cual solo recorrió hasta donde hoy se encuentra Carmelitas y el puente de la avenida Urdaneta que cruza la avenida Fuerzas Armadas. A lo sumo, bajo protesta y por el hecho de no haber podido vender todas sus flores, Pacheco, de manera excepcional, llegaba hasta el Mercado Mayor de Caracas que quedaba frente a la casa de Bolívar, en donde ahora se encuentra la plaza El Venezolano.

Pacheco odiaba el calor y por ese motivo nunca bajó hasta La Guaira para vender sus flores. Prefería ir a Caracas, pero solo durante los meses fríos: noviembre, diciembre y parte de enero.

Según coinciden las personas mayores, el clima de la ciudad de Caracas cambió radicalmente. Quienes lo vivieron, cuentan que la ciudad amanecía y anochecía envuelta en una neblina espesa y fría. Realmente debió haber sido un clima ideal.

Pacheco subía por el llamado Camino de los Españoles y llegaba a Caracas por Puerta de Caracas, en la parte alta de La Pastora. Luego, bajaba y se encontraba con la plaza de La Pastora frente a la imponente iglesia, donde aún retumba un intenso redoblar de campanas afinadas de tal forma que tocan melodías religiosas.

Allí, nuestro amigo tomaba un descanso. Tiempo que aprovechaba para vender flores a los vecinos que entraban o salían de la iglesia.

—¡Pacheco, ya llegaste! ¡Qué bueno! Porque ya el calorón no se aguanta.

—¡Por fin se va a acabar este año tan pavoso! ¡Y menos mal que estás aquí, porque con estos calorones que están haciendo, no tendría nada de raro que temblara! –gritaba a lo lejos el chichero de la plaza mientras le ofrecía a Pacheco una chicha ligadita con ajonjolí.

—Toma, para que le lleves a tu mujer –retribuía Pacheco al chichero, regalándole unos tulipanes.

La gente comenzó a relacionar a Pacheco con el fin de año. Verlo, era oler a hallacas. Era prepararse para el nacimiento y los regalos del Niño Jesús.

—¡Don Pacheco! ¡Qué bueno que lo veo! Pa’ finales de mes quiero que me consiga unas flores bien bonitas para adornar el nacimiento –le decía la hermana Patricia Molina, una monja de la congregación de Lourdes encargada de elaborar el tradicional nacimiento y de decorar en Navidad la iglesia.

Tomado el descanso, la caravana seguía por los lados en donde hoy termina la avenida Baralt y comienza la Cota Mil. Luego continuaban hacia San José donde Pacheco, junto con otros galipaneros menos famosos, sin querer fundaron “El Mercado de las Flores de San José”. Sitio que aún existe al final de la avenida Fuerzas Armadas Norte.

Allí, Pacheco, pasaba el día vendiendo sus flores hasta el atardecer, y antes de que lo agarrara la noche, se devolvía feliz con sus amigos los burros, sin el peso de la carga, hacia su Galipán querido para recoger sus flores otra vez, y luego regresar por lo menos tres veces por semana a Caracas hasta bien entrado el mes de enero.

Posteriormente, silencioso y misterioso como había aparecido, Pacheco desaparecía hasta la llegada del mes de noviembre.

III

Todas las ciudades tienen sus símbolos, leyendas y relatos. La gente necesita relacionar su ciudad con su tradición. Al final, no importa si estas historias son ciertas o no… aunque, les confesaré algo: la historia de Pacheco es verídica. A mi modo de ver hasta conmovedora. No solo por lo sencilla e ingenua, sino porque la misma tradición relaciona la llegada del frío con el arribo a Caracas de aquel galipanero que con amor vendía flores y odiaba el calor.

Hasta donde se sabe, que es poco, Pacheco dejó de venir a Caracas hacia finales de los años cuarenta.

Al principio de los años sesenta, Caracas necesitaba un símbolo que anunciara que se acababa el año y que llegaba el frío, es decir, algo que sustituyera a Pacheco.

Un ingeniero de La Electricidad de Caracas, el norteamericano Ottomar Pfersdorff, en el año 1963, a sabiendas de la orfandad en que nos había dejado Pacheco, se le ocurrió la idea de diseñar y encender la famosa y enorme Cruz del Ávila, la cual, desde entonces, ilumina el principio de la Navidad y el comienzo del nuevo año.

La Cruz del Ávila me parece bellísima. Sin embargo, todos los caraqueños que conocemos la historia de Pacheco añoramos al misterioso señor que andaba con tres burritos anunciando que arribó el frío porque llegó la Navidad. Y si llegó la Navidad, también llegó el fin del año. Y todo fin de año y comienzo del siguiente, nos llena con la ilusión de que esta vez sí que vamos a ser felices.

Querido Pacheco, Guácimo, Chola y Cachirulo, ustedes son los propios. Ustedes son la esperanza que logrará quitarnos este calorón que nos agobia.

Nunca se supo qué pasó con Pacheco, pero ya el frío de Caracas no tiene el mismo significado. Y ya que estamos hablando de leyendas, quién quita que el frío que ya no tenemos se lo llevó Pacheco en venganza a los zagaletones y a los perros callejeros que tanto se metieron con él.

Me lo imagino en donde esté, con sus flores y sus burros, diciendo:

—¡Que se frieguen esos caraqueños con el calor! ¿Quieren frío? Bueno, búsquense al San Nicolás ese con sus renos.

¡Pacheco! ¡Regresa! Ya los zagaletones crecieron y te quieren y por los perros no te preocupes, a esos los amarro yo o te los presto para que junto con tus flores, se los eches a las mujeres bellas de Caracas.

@nazoaclaudio


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