Ciudad de Aalborg, Dinamarca

No debe inquietar al respetado lector lo expresado en el título del presente artículo. Es lenguaje tropológico nada más. Solo una nota disonante que, más allá de lucir como un pésimo oxímoron, no es más que un recurso preceptivo para captar la atención. En efecto, siempre hemos considerado, como tosco dogma, que los fracasos urbanos, las ciudades a medio construir, las que aportan más cargas al ya pesado viacrucis citadino; siempre provienen del tercer mundo. Esto es una falacia que sólo se compagina con las fábulas colonizadoras. Con las crónicas que explican la supuesta perfección urbana de los centros, y la perdición de las periferias, se encierra más bien un meta relato que busca ocultar los más costosos traspiés para la vida urbana.

El año pasado tuve la oportunidad de participar en un seminario internacional sobre Derecho urbanístico, organizado por nuestros buenos amigos de la Revista de Derecho Urbanístico (RDU) de Madrid. En este evento se abordaron los viejos problemas y nuevos ropajes que encierra mantener una ciudad en la suma de las funcionalidades, por lo menos, en sus condiciones regulares para conservar una respetable calidad de vida. Ni se diga de óptimas condiciones, lo que implicaría, operativamente hablando, cumplir los 17 objetivos de la Nueva Agenda Urbana (NAU) 2030. Por cierto, esta última ha sido vilipendiada curiosamente por personas que nada tienen que ver con las ciencias urbanísticas, sino más bien, con aficionados conspiranoicos, ignorantes del más elemental ABC sobre cómo debe construirse y gestionarse la ciudad. Personas que sólo se dedican a ver “oscuridades” y se apegan al pasado como si lo más emblemático de una ciudad es construir un sinfín de autopistas, rebosar de concreto los espacios urbanos y permitir modos y patrones ineficientes de consumo, tanto de bienes como de servicios. Lo positivo de todo esto es que la historia ha enseñado que esas personas terminan también por diluirse con el pasado.

Uno de los ponentes nos recordó el error de planificación más dantesco de toda la historia urbanística occidental: el Plan Aalborg (Jutlandia-Dinamarca). Aalborg es una ciudad danesa caracterizada por su impulso económico, su población activa entre las más destacadas en Europa tanto por su formación, apego al civismo y capacidad de innovación ante las típicas contingencias de la sociedad de riesgo global. En fin, cualquier lego que conozca a Aalborg por primera vez caerá fulminado ante las gracias que siempre traerá consigo vivir en una ciudad que increíblemente logró equilibrar las exigencias propias de una economía que exige más espacios para su expansión, frente a los nuevos estándares de la vida urbana donde el vehículo particular y otras afirmaciones del “triunfo personal”, deben ceder ante la arborización, la eliminación de vialidad para esos carros, así como, más tiempo y espacio para el ocio creador.

A finales de los años setenta del siglo pasado, según expone Bent Flyvberg, se pone en marcha el más ambicioso plan urbanístico europeo en la ciudad de Aalborg. Diseñado desde las más altas instancias de planificación del municipio, con apoyo de la ODCE, el proyecto Aalborg fue una apuesta alta, que como apunta Flyvberg, contó con la más extensa participación de expertos, el sector empresarial, la corporación privada más grande de Dinamarca, los partidos políticos, los sindicatos, la policía, grupos de interés ciudadanos, medios de comunicación, las oficinas y ministerios del gobierno nacional de Dinamarca, la Agencia de Protección Medioambiental, la ODCE y por supuesto, el Ayuntamiento de Aalborg. Una convergencia de actores jamás vista en la historia de ese país (Ciudad, razón y poder. La democracia en práctica o por qué fracasan los buenos planes. Cartagena, Ediciones Asimétricas, 2021, pág. 31).

Ahora bien, si seguimos los meta relatos, es probable que todos pensemos que esta gran masa crítica fue la que terminó por crear un excelente plan para la ciudad (sería el equivalente al Plan de Desarrollo Urbano Local que establece nuestra Ley Orgánica de Ordenación Urbanística). Sin embargo, lo que pudiera ser un idilio, fue una de las pesadillas urbanas más destacables de toda la historia. Un interminable juego de poderes, mitos dogmáticos que no se justificaban bajo ninguna óptica, pero seguían persistentes. Las diferentes interpretaciones de la verdad urbana, que generaron estériles debates entre los “conocedores”, abriendo boquetes para que el cabildeo político apostara por imprimir su sello en el nuevo plan. Y lo peor de todo, así como existía el proyecto oficial del plan, se había elaborado uno alternativo, propuesto nada menos y nada más que por la Cámara de Industria y Comercio.

Tras varios años de debate, a veces oculto, a veces más abierto; el Ayuntamiento pudo culminar las fases que conlleva un plan de este calibre. Terminó aprobándose en junio de 1980 con el voto casi unánime de todos los ediles de la ciudad (25 votos a uno). Su implantación comenzó en marzo de 1981, generando entre 1981 y 1982 un enfrentamiento acérrimo entre el Departamento Técnico de Urbanismo de la Alcaldía y la Cámara de Industria y Comercio, alegando esta última, que el plan había desplomado las ventas en todos los renglones y áreas económicas de la ciudad. Incluso, se realizó una supuesta investigación de campo para avalar estas afirmaciones, que, tras cotejarse con otras más imparciales, terminó demostrando que el plan nada tenía que ver con el desplome económico sino más bien la recesión de la segunda crisis petrolera que afectó a toda Europa. Inclusive, en esta disputa, la Asociación de Periodismo de Aalborg otorgó el premio al propio proyecto urbano, calificándolo como “la fría estafa”, pues, “era una buena idea con un mal resultado” (febrero de 1982).

Luego de 1983, el plan sufriría 14 versiones, con debates y contradebates, hasta el punto de que para 1995, cuando la Unión Europea le concede el Premio Europeo de Urbanismo a Aalborg, ya el plan era prácticamente desconocido si se toma como referencia lo propuesto por los pioneros. En fin, la experiencia del Plan Aalborg debe ilustrarnos sobre lo que muchas veces ocurre en nuestro mundo urbano, en el cual existen espejismos que invocan supuestos sueños racionalistas de ciudades inmaculadas. El mejor plan es precisamente el que conlleva verificar fracasos, examinar la verdad con la humildad de un experto que tiene conciencia que cada proceso de planificación deja enseñanzas y no encumbra egos ni discursos que matan la innovación. El fracaso del Plan Aalborg nos recuerda que también el fracaso abre asombrosas puertas para infinitas oportunidades de éxito.


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